Juez y parte de corrupción y la impunidad

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Ante la muerte de cualquier persona, lo primero que me sale es respeto por el dolor de sus familiares y amigos. Pero siempre le digo que no creo que la muerte convierta en ángeles a los demonios ni transforme en honrados a los corruptos. La muerte del ex juez Norberto Oyarbide es la desaparición de alguien que fue juez y parte de la corrupción y la impunidad de los últimos años en la Argentina.

Justo hace tres años, Oyarbide había cometido un sincericidio. Confesó públicamente que cedió a una extorsión para dictar el sobreseimiento de los Kirchner en la causa por enriquecimiento ilícito del matrimonio presidencial. 

Dijo textualmente: “Me apretaban del cogote para sacar la causa de los Kirchner”. Es decir que cerró la investigación sin investigar nada. Un delito grave que ocultó los delitos graves de Cristina y Néstor.

El vicio de la causa y el fallo es tan grave, que convierte aquella decisión en ilegal y trucha.

En ese momento, Oyarbide confirmó lo  que todos sabíamos. Que se arrodilló ante los Kirchner e hizo lo que ellos le ordenaron. Fue un cobarde y un funcionario corrupto como todo el mundo sabe. Tal vez por eso los kirchneristas lo salvaron sistemáticamente de los 47 juicios políticos que tuvo en el Consejo de la Magistratura. Un ex integrante de ese organismo, el doctor Alejandro Fargosi recordó que incluso, los hombres de Cristina le propusieron votar en forma simultánea la destitución de Oyarbide y el juez Claudio Bonadío. Cambiar una cabeza por otra. Y Fargosi se negó diciendo que no eran figuritas, que eran jueces.

Con que cara habrá mirado Oyarbide a Claudio Bonadío para decirle que nunca recibió coimas ni dinero sucio del gobierno de los Kirchner. Le recuerdo que cuando Bonadío fue perseguido durante el kirchnerismo, cuando recibió una amenaza de muerte y ataques e injurias hacia su familia más cercana, la causa cayó en el juzgado de Oyarbide. ¿Qué hizo este delincuente que debía combatir la delincuencia? Hizo una investigación formal, muy por arriba, como para no averiguar nada y que todo “siga/siga” igual sin que le pudieran reclamar nada reglamentariamente. Un presunto vivillo.

Recuerdo que apenas salió de Tribunales, Oyarbide le dijo a los colegas que ya nos vamos a enterar de quienes eran los que le apretaban el cogote. Mercedes Ninci le pidió que diera nombres y le sugirió: “¿Javier Fernández? Y Oyarbide contestó: “No sé, puede ser”. La versión es que también identificó al ex jefe de los espías, Jaime Stiusso.

Lo real es que no pudo explicar porque aparece en tantas páginas de los gloriosos cuadernos de Centeno y porque se lo investigó como miembro de esta asociación ilícita destinada a saquear al estado cuya jefatura la ejercieron los dos ex presidentes que el sobreseyó producto de una amenaza. A confesión de partes, relevo de pruebas.

Oyarbide estuvo metido en el peor de los pantanos. Eran arenas movedizas de la justicia y por eso, mientras más se movía, más se enterraba. Además, pensó que lejos de los tribunales, ya nadie se iba a acordar de él pese a su corte de pelo teñido de rubio al estilo Flavio Mendoza.

Le recuerdo que el fiscal José María Campagnoli denunció a Oyarbide. Y todo el mundo sabe que es un fiscal es muy serio y riguroso a la hora de las presentaciones. No utiliza adjetivos ni fuegos artificiales. Cuando se mete en un tema lo hace con pruebas e indicios firmes.

Tal vez por eso, el fiscal federal Jorge Di Lello imputó de inmediato al impresentable de Oyarbide. Estuvo acusado de enriquecimiento ilícito por la investigación preliminar de Campagnoli. Son dos personas que representan lo peor y lo mejor de la justicia. Oyarbide es un corrupto siempre al servicio del poder que con otros de su calaña logró que los argentinos masivamente desconfíen del Poder Judicial.

No olvido que además de Oyarbide fueron imputados su pareja, el ex árbitro de básquet Claudio Blanco y el empresario Ariel Roperti. Desde que Oyarbide se puso de novio con Blanco, su patrimonio se incrementó de una manera geométrica y sideral sin ningún tipo de explicación. La sospecha es que las coimas y negociados iban a parar a las cuentas bancarias de Blanco para que Oyarbide pudiera disfrazarse de honesto. En criollo, esto se llama ser un testaferro en varias empresas. Roperti es la tercera pata de este triángulo de negocios parido en un coqueto restaurante de Puerto Madero a donde Oyarbide había montado una suerte de despacho paralelo donde almorzaba todos los días. Uno de los salones tenía una placa con su nombre y era su lugar privado. Tenía candelabros de cristal, una frapera de plata y muebles de estilo carísimo. Nunca el nivel de vida de Oyarbide se compadeció con su declaración jurada. Vivía como un príncipe entre saunas y placeres pero sus ingresos no alcanzaban para darse estos gustos. Ni las vacaciones en los hoteles más vip de Punta Cana, ni el famoso anillo de brillantes que dijo que lo había alquilado pero al parecer los libros contables de la joyería dicen que lo compró en 170 mil dólares. Veremos. Aparecieron 7 empresas más, varias que, ohh casualidad, tienen el mismo domicilio. Pero se llevó esos secretos a la tumba.

Hay muchas cosas que Oyarbide tenía que explicar. Los 13 viajes a Estados Unidos de su pareja, por ejemplo. Y el exorbitante crecimiento patrimonial de Roperti quien también solía viajar al exterior con la pareja feliz. Roperti se divorció y pasó de vivir en el country Abril y el Hotel Faena y solía moverse en BMW o un Porsche 911, además de un Mini Cooper. Tiene una casa en Cariló y varias cuentas en el exterior que reclama su ex esposa en el juicio por la división de bienes.

Oyarbide fue el resumen de todo lo que no debe hacerse. Fue más un encubridor de la matriz corrupta del estado que una persona dedicada a impartir justicia. En ese repugnante intercambio de favores, en el 2001, mientras las Torres Gemelas se derrumbaban producto del atentado terrorista, el Senado de la Nación con el voto de los menemistas salvó a Oyarbide del final de su carrera. Fue por el famoso caso de Spartacus, un lupanar que el juez debía denunciar por ilegal. Pero hizo todo lo contrario. Utilizó los servicios de un prostituto como un cliente VIP y encima lo filmaron. Oyarbide supo beneficiar a Carlos Menem en varias causas y el ex presidente supo mantenerlo en el cargo. Los Kirchner, imitaron a Menem y como en tantas otras cosas, hicieron lo mismo. Oyarbide los sobreseyó a la velocidad de la luz. Hace tres años confesó que fue bajo extorsión. Pero a partir de ese momento, Oyarbide pasó a ser El Niño mimado del gobierno que lo protegió una y mil veces. De hecho, Oyarbide batió todos los récords de acusaciones por mal desempeño y pedidos de juicio político. Tuvo 47 causas. Repito: ¡47! Sin embargo se mantuvo por años, exhibiendo sus trajes caros, sus moñitos elegantes, sus perfumes top y bebiendo champagne en distintos saunas. Fue la imagen de la frivolidad.

Otro de los sucesos increíbles de Oyarbide fue haber frenado 22 allanamientos en varias cuevas financieras porque se lo ordenó o se lo pidió el lugarteniente de Carlos Zannini. Se trata de Carlos Liuzzi quien también fue investigado. ¿Se da cuenta de lo que estamos hablando? Un juez que estaba en el teatro, por teléfono, le ordenó a la Policía que suspendiera un allanamiento en una financiera sospechada de ser una cueva de lavado de dinero. ¿Eso puede llamarse justicia? ¿Se le podía decir juez a Oyarbide?

Le chupó las medias a todos los presidentes y por eso, no fue confiable para nadie. Zafó de la cárcel, pero lo atrapó la muerte.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre