Columna de opinión de Alfredo Leuco en La Nación
Juntos por el Cambio carece de un líder capaz de ganar por sí mismo las elecciones del año que viene. Y si llegara a triunfar, producto de la división del kirchnerismo, la actual oposición no tiene la solidez para gobernar y producir las profundas transformaciones que necesita la Argentina. Si esto ocurriera, el riesgo de una nueva desilusión sería muy grave. Dilapidaría la confianza (tal vez para siempre) de un sector mayoritario que exige la refundación de un país, serio, capitalista, profundamente democrático y republicano que cierre el ciclo de los populismos cleptocráticos y autoritarios que enterraron a la Argentina en el barril sin fondo del atraso.
La gran fortaleza de Juntos por el Cambio no son sus individualidades, pese a que tiene varias promesas presidenciales. Por lo tanto, la unidad de la coalición debe blindarse para pegar un salto de calidad institucional y de representatividad.
Hay que estar alertas porque varias de sus figuras más notorias están repitiendo el mecanismo de acumulación y el resultado será de una idéntica debilidad. Acá se verifica ese lugar común que suele atribuirse a Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados distintos”.
Sería suicida insistir en la misma forma de construcción. Sumar dirigentes sueltos, rendir examen ante el círculo rojo, recorrer el país para prometer cargos futuros, son instrumentos vetustos que solo sirven para engordar y no para hacer crecer a Juntos por el Cambio.
Eso hace que se multipliquen las dudas sobre su verdadera capacidad revolucionaria y acerca de la fragilidad de una alianza que da la impresión de que en cualquier momento se fractura producto de cientos de discusiones menores.
El mundo indica que la democracia de grandes coaliciones llegó para quedarse. Esos acuerdos no pueden ser meras roscas partidarias. Deben ganar en organización, en representatividad con la elección de autoridades, en despliegue territorial con conducciones provinciales y en propuestas concretas y detalladas con un gabinete en las sombras.
En definitiva: prepararse para ganar y, sobre todo, para gobernar y terminar con la decadencia de un peronismo que solo busca impunidad para Cristina y eternizarse en el poder con un pobrismo chavizante.
Este debería ser el año de la consolidación de Juntos por el Cambio para dejar de ser un Rejunte por el Cargo. Eso implica mucho trabajo y responsabilidad y postergar los delirios individualistas de candidaturas presidenciales para que, en su momento, sean definidas por la PASO.
Muchas coaliciones no fugaces, en varios países tienen sus organismos de conducción. No alcanza con sentar en una mesa a los presidentes de los partidos. Los responsables de conducir Juntos por el Cambio deben ser elegidos en una votación abierta, con boleta única de papel y ficha limpia, para dar el ejemplo y demostrar que se puede. Hay muchas formas de edificar esta epopeya. Las más conocidas son poner a consideración de los ciudadanos varias listas de 15 personas que, obligatoriamente, tengan representantes de por lo menos cuatro partidos. Eso obliga a la búsqueda de consensos, garantiza diversidad y no deja a nadie afuera. En alguna fecha histórica se podría elegir una mesa directiva con respaldo popular y no por acuerdo de cúpulas. Y autoridades en cada una de las provincias e incluso en los grandes municipios. Así existirá un presidente de Juntos por el Cambio nacional, con varias vicepresidencias y en todos los distritos.
Esto implica un gigantesco esfuerzo de edificación democrática. Una hoja de ruta hacia el futuro que tenga como parada refundacional al 2023. Abrir locales, sacar la militancia a la calle para llevar ideas y escuchar propuestas de los independientes que son amplia mayoría y comprometerse a respetar una suerte de manual de procedimientos. Un reglamento que tenga respuestas para todas las dificultades que se presentan en una alianza tan diversa y plural. Hay muchos ejemplos de Frentes o Coaliciones que ya tienen resuelto de antemano lo que hay que hacer cuando un diputado falta a una sesión clave sin tener autorización, o cuando un legislador se pasa a la bancada del adversario en dos minutos, o el tipo de requisitos mínimos que debe exigirse a un nuevo partido para que se incorpore.
Más leyes internas de convivencia y menos amiguismo y subjetividad.
Pero con las elecciones directas de autoridades de la coalición y el código de funcionamiento, no alcanza. Se podría consensuar un Tribunal de Disciplina integrado, tal vez, por los dirigentes que tuvieron la luminosa idea de bajar sus vedetismos y sumar sus voluntades republicanas: Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió, por ejemplo.
Otro salto cuantitativo de cara a las demandas de la sociedad será el llamado gabinete en las sombras. Una réplica de cada uno de los ministerios que existen actualmente con un grupo de diez especialistas en cada área. Su tarea será salir al cruce de los despropósitos regresivos que propone el gobierno y de ofrecer un camino alternativo que llevarán a la práctica si vuelven al poder. Esos equipos de técnicos y políticos, deberían redactar las leyes que se intentarán aprobar en los primeros 100 días del futuro gobierno. Hay que tener en cuenta que si ese resultado se produce en las urnas, es probable que la administración naciente tenga suficientes diputados y senadores como para avanzar sin demasiados obstáculos.
Esos proyectos deben explicarse con minuciosidad y no con sarasa generalista. Esa sería la otra tarea de estos potenciales ministros y secretarios: actuar de voceros ante los medios y la sociedad de sus propuestas.
No sirve hablar de reforma impositiva o laboral. Hay que explicar con lujo de detalles como lo harán.
Esta actividad homérica podría convertirse en un mensaje claro hacia la sociedad. Que la coalición es para siempre, que tienen planes y no solo figurones y que obtienen su representatividad del voto popular.
Hacer política es generar organización y tener capacidad de movilización ante situaciones graves. No es suficiente calentar una banca en el Congreso ni ser valiente y creativo en Twitter.
Después de un fin de año que irritó a sus propios votantes, la oposición debe espantar ese fantasma del “son todos iguales”. Con sus errores y papelones, Juntos por el Cambio es el artefacto político masivo más novedoso que hace tres elecciones que supera el 40% de los votos, que tuvo el primer presidente no peronista en 90 años en entregar el poder en tiempo y forma y que le produjo la peor derrota electoral de la historia al peronismo unido. Todo eso suma y lo consolida como el mejor instrumento para la clase media y los sectores productivos no kirchneristas. Pero falta mucho. Mauricio Macri es un “primus inter pares”, pero por ahora, el liderazgo debe ser colegiado y elegido por sus simpatizantes. Porque en los diez millones de votos que sacó en su despedida del poder están las esperanzas de quienes son muchísimos más que la sumatoria de los partidos.
Hoy muchos de los más notorios dirigentes están distraídos en potenciar sus perfiles y en diferenciarse de otros posibles competidores. La energía debe ponerse en la mejor gestión posible para aquellos que están gobernando y en cimentar la coalición más poderosa, plural, sensible y eficiente que se pueda.
Hay tiempo, si no se pierde el tiempo.
A fin de año, Juntos por el Cambio, podrá exhibir como multiplicó sus capacidades y recién entonces, con una plataforma de lanzamiento robusta, jugarán sus fichas los que se presentarán como candidatos en las PASO.
Uno de los errores más graves de la política es almorzarse la cena. El manejo de los tiempos convierte en estadistas a los dirigentes. La construcción de un barco resistente que tenga el rumbo claro es lo permanente e imprescindible. En el 2023 habrá tiempo para ver quién puede ser el mejor timonel.