Cristina está enamorada ideológicamente de Vladimir Putin. Se puede ver en infinidad de imágenes y en todas sus decisiones políticas.
Insisto: Ella sueña con que Argentina mantenga relaciones carnales con Rusia. Por eso Alberto, en un gesto de genuflexión repugnante, mancilló la soberanía de nuestra patria y se ofreció en forma obscena, como la puerta de entrada a la región para semejante tirano. Los países más democráticos y desarrollados están empujando a la puerta de salida del mundo civilizado a Putin. Y Alberto, para agradar a Cristina, se bajó los pantalones ante un asesino que tiene sojuzgado a su pueblo con censuras, torturas, envenenamientos de opositores y que persigue a los homosexuales.
Insisto: Cristina quiere que seamos como Rusia. Y ella quiere ser la zarina de El Calafate.
Y esto es gravísimo institucionalmente para todos los argentinos. Porque la jefa del jefe del estado, la que realmente manda en este país, tiene como modelo a un criminal de guerra desquiciado, un zarista imperial que puso al mundo al borde de la Tercera Guerra Mundial. Acaba de amenazar con sus ojivas nucleares y sus misiles balísticos.
Esto es lo peor que está ocurriendo en estas pampas. Estos muchachos cristinistas, hoy se muestran orgullosos como hijos de Putin. Destruyeron todo lo que tocaron y ahora nos humillan al poner a nuestra patria del lado del eje del mal, donde se violan sistemáticamente los derechos humanos.
Recién hoy, en el quinto día de ataque a Ucrania, el canciller Cafiero en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, dijo algo más o menos rescatable y condenó el ataque ruso tardía y tibiamente.
Pero hasta ahora, ni Cristina en su hilo de tuits, ni Alberto en sus declaraciones, tuvieron la dignidad de condenar la brutal invasión ordenada por alguien a quien el mundo está comparando con Adolf Hitler.
La serie de tuits de Cristina son un muestrario de eufemismos, soberbia, auto elogios y falsedades. Ni siquiera menciona las palabras “invasión, guerra, Putin o Rusia”. Abusa del lenguaje para encubrir y eso la convierte en cómplice. El que calla otorga.
Esa falsa neutralidad es un disfraz para apoyar el expansionismo ruso y en ese sentido, repiten la historia nefasta de no enfrentar a los nazis.
Rafael Bielsa, el ex canciller y embajador en Chile, dijo que “es mejor no meterse”. Carlos Raimundi, representante en la OEA, eligió seguir de vacaciones debajo de la cama, mientras su segunda no se sumó a la condena a Rusia que firmaron 21 países, incluidos el México de López Obrador y el Chile de Boric.
Eduardo Zuain, embajador en Moscú y el vice canciller Pablo Tettamanti son los gendarmes con los que Cristina controla que nadie se atreva a molestar a Putin. Ella fue la que gestionó las vacunas Sputnik que después tuvimos que mendigar para que cumplieran con las entregas en medio de azafata militantes que lloraban y el relato del relator oficialista, Víctor Hugo Morales. Llegamos a ofrecer a nuestros militares para que hicieran cursos de formación con el ejército que hoy es la vergüenza del planeta.
Para quienes aún tengan dudas sobre el origen de este atropello al mundo libre vale la penar recordar dos declaraciones públicas. Putin dijo: “Ucrania no tiene derecho histórico a existir. Es una creación de Lenin”. Su mano ultra derecha, Dimitri Suslov aseguró que “nos detendremos solo cuando desaparezca la actual Ucrania, aunque cambie el mundo y vuelva la cortina de hierro”. Decirles trogloditas y reaccionarios es poco.
Después están los chupamedias de Cristina que viven congelados en un marxismo decadente y fracasado como Atilio Borón que dijo que “Hay un bando agresor que son los Estados Unidos y la OTAN y un agredido que es Rusia”. Nos toman por estúpidos.
Otra postura insólita fue la de Adolfo Pérez Esquivel, el premio Nóbel de la Paz: “En Ucrania tienen dificultades pero no es una invasión por parte de Rusia”. Una declaración mentirosa y repudiable.
Fernando Esteche fue por el mismo camino coherente con haber fundado el violento movimiento Quebracho.
También fue coherente con su historia Eugenio Raúl Zaffaroni. Colaboró con dos dictaduras en Argentina y ahora llamó a “ser neutral y no tomar partido en un conflicto que nos es ajeno”.
El mundo de la libertad extraña como nunca a Winston Churchill. Su definición define a los hijos de Putin: “el que se humilla para evitar la guerra, tendrá la humillación y también la guerra”.
Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre