Carlotto es una militante K

1997

Estela Carlotto ya no es una dirigente de los derechos humanos. Hay que decirlo con toda claridad. Hace mucho que la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo se convirtió en una militante política al servicio de Cristina. Y este, tal vez haya sido uno de los daños más irreparables que cometieron los Kirchner entre tanto daño que hicieron. Porque profanaron la idea de los derechos humanos y los convirtieron en un escudo de impunidad para ocultar la corrupción más grande de la historia democrática. Los derechos humanos, por definición son ecuménicos, plurales, diversos, multisectoriales y no deben tener camiseta partidaria. Mientras más colores y matices tengan, mas derechos humanos van a defender. Mientras más se sectarizan y se verticalizan al poder político, menos útiles son para la sociedad.

Algunos por convicción ideológica y otros por conveniencia económica, se automutilaron, dejaron de representar al todo y se achicaron. Redujeron su nivel de representatividad y pasaron a ser defensores de una facción partidaria.

Esta es la verdad. Hace tiempo que Estela Carlotto no defiende los derechos humanos de todos los argentinos. Su mirada militante hace que niegue la violación atroz de los derechos humanos en Formosa, por ejemplo. Un señor feudal que reprime y somete a su pueblo en todos los sentidos no mereció ni siquiera una palabra de crítica de la señora Carlotto. La cleptocracia que instaló Cristina y su Cártel de los Pinguinos no tiene antecedentes. Le robaron fortunas colosales al pueblo de la patria. Y Estela niega esa realidad y se suma a todo el relato mentiroso del gobierno. Carlotto llegó al extremo de defender malandras indefendibles como el ex vicepresidente Amado Boudou, ladrón y coimero condenado por 16 jueces y en todas las instancias. O millonarios terratenientes y testaferros de los K como Lázaro Báez.

Ya en su momento había puesto su cara para sostener la mentira de que los hijos de Ernestina Herrera de Noble eran hijos de desaparecidos y habían sido apropiados. Y después, cuando la justicia demostró que no era verdad, no tuvo ni la delicadeza de pedir disculpas.  En el caso Santiago Maldonado, todavía sigue sosteniendo la farsa de que fue un desaparecido, un héroe que murió por culpa de la dictadura de Macri y Patricia Bullrich. Esa mentira gigantesca, inventada por Horacio Verbitsky, es tal vez uno de los más graves daños simbólicos que sufrieron en su credibilidad las entidades que antes defendían los derechos humanos y ahora defienden la cleptocracia y el patoterismo de estado.

La militancia política tiene muchos aspectos positivos vinculados a la participación y al compromiso para extirpar las injusticias de la sociedad.

Pero cuando se inflama la ideología, se oscurece la razón y abre paso al fanatismo. Eso es lo que hace Carlotto hoy cuando reclama el cielo para Cristina, Maduro o Gildo Insfran y el infierno para Macri. Eso la descalifica para representar el todo y la hace bajar rápidamente del pedestal en el que alguna vez estuvo por su incansable lucha por recuperar los nietos desaparecidos y apropiados.

Los Kirchner la cooptaron y la hicieron bajar al barro del chiquitaje de la lucha partidaria de todos los días. Esta malversación de los sagrados derechos humanos es una de las traiciones más despreciables de la familia Kichner. En su momento, cuando había que poner el pecho, se borraron y se dedicaron a acumular con la usura sus primeros millones. Eso es grave, cuando pretenden erigirse como un ejemplo de moral y de lucha. Pero más grave todavía, es haber reducido a una simple militancia partidaria, sesgada y arbitraria a un símbolo de la defensa de unos valores esenciales que no son de derecha ni de izquierda. Son valores universales y hay que defenderlos siempre más allá de nuestra ideología y nuestras simpatías partidarias. No importa quién sea el torturado o el censurado; la tortura y la censura son despreciables y hay que combatir contra ellas.

La señora Carlotto hace mucho que renunció a eso. Ella permite que el kirchnerismo la use y es una verdadera lástima. Es hipocresía pura condenar los asesinatos de la represión ilegal y la falta de libertad en la Argentina de Videla y aplaudir la represión ilegal y la falta de libertad en la Cuba de los Castro.

Dolorosamente, Hebe Bonfini y Madres de Plaza de Mayo, además, ensució sus pañuelos blancos con el dinero negro de los sueños compartidos de Sergio Schocklender y con el vaciamiento de la Universidad de las Madres que pagamos todos los argentinos.

La militancia cristinista de Carlotto fue  tanta que no apoyó nunca la lucha valiente de los familiares del siniestro de la estación Once y tantas otras cuestiones donde se privilegia lo sectorial y no lo comunitario. Como parte de la responsabilidad de la masacre es de los funcionarios kirchneristas, se llamó a un silencio que produce vergüenza ajena. ¿O los 52 muertos del tren no tienen derechos humanos? Lo mismo pasó con el tema de Cromagnón. Con la obsesión de defender a Aníbal Ibarra llegó a decir barbaridades. Calificó de “padres golpistas” a los familiares de los muertos en la mayor tragedia no natural de la historia argentina. Carlotto salió al cruce de Mirtha Legrand y dijo que no va a ir nunca más a su programa cuando siempre fue tratada con respeto y consideración en las innumerables ocasiones en las que aprovechó el espacio para difundir sus reclamos.

Carlotto se transformó en una dirigente partidaria obligada a defender lo indefendible y a ocultar lo inocultable.

La señora Carlotto  tiene todo el derecho del mundo a militar en La Cámpora si quiere. O de hacer campaña electoral por Daniel Scioli, como hizo. Pero ya no podrá hablar en nombre de los derechos humanos de toda la sociedad. Miles y miles de familiares y luchadores no se sienten representados. Y ese es el tamaño de la desilusión de tanta gente.

Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre