Se cumplen tres años de la muerte de Diego, un final evitable envuelto en un sin fin de negligencias médicas, errores y abandono.
Diego Maradona tendría hoy 63 años. Dirigiría a Gimnasia o estaría nervioso por la definición de los descensos. Podría ser el técnico de algún otro equipo, de acá, de allá, de cualquier rincón del mundo. Seguiría vinculado al fútbol porque el fútbol fue lo mejor que le pasó en la vida.de Messi y toda esta camada jugadores que entendió más que ninguna eso de que primero hay que saber sufrir. Sería el hincha más incondicional de la Selección, aplaudiría la actitud del equipo en el Maracaná defendiendo a la gente y abrazaría a Di María, bancado por él cuando “no lo querían”.
Diego Maradona tendría muchas oportunidades de reencausar sus días. Tal vez lo hubieran elegido para entregarle el Balón de Oro a Messi, oro de Mundial, oros que valen y de los que él sabía mucho. Jugaría con Diego Fernando y miraría cuanto partido dieran en la televisión.
Diego Maradona tendría chances de perdonar o ser perdonado, de construir otros vínculos con Dalma, Gannina, Diego Jr, Jana y cuanto hijo hubiese traído al mundo. Tendría guardias periodísticas las 24 horas, porque a todos les seguiría importando la vida de Maradona.
Diego Maradona se reiría en la cara de los que anuncian el fin de su era como si el olvido se dictara con decretos de necesidad y urgencia. “Quisiera que este amor no terminara nunca”, les contestaría. Y su voz sería escuchada siempre porque a los ídolos no se los elije en ninguna votación. Seguramente seguiría hablando maravillas de Cristina y criticando a Macri. Se estaría peleando con Milei por las medidas y el armado de su gabinete.
Diego Maradona seguiría generando odios y adhesiones. Estaría siempre parado de un lugar de la contienda. Diría lo que piensa y lo defendería a muerte y se bancaría la pelusa.
Diego Maradona seguiría enfrentándose a los poderosos. Tendría el poder de defenderse de los que dicen que “fracasó como persona” o lo tildaron de “pobrecito que ha resbalado con los que lo adulaban y no lo ayudaban”. El representante de Dios en la Tierra sobre un Dios venerado por millones de argentinos. Al otro Bergoglio, el futbolero, alguna alegría le habrá dado.
Diego Maradona opinaría sobre Ucrania, Rusia, el Vaticano, Israel, Palestina, el cuatro de Atlanta, el aumento del pan y la inflación descontrolada. Se sacaría fotos con Maduro, hablaría maravillas de Cuba y cuestionaría las políticas exteriores de Estados Unidos y los gigantes de Europa. Almorzaría con Mirtha, diría sus verdades en PH y sería una visita de lujo para cualquier programa.
Diego Maradona podría responderles a todos los que opinan sobre su vida sin haberlo conocido. Pero no lo haría porque durante toda su vida cualquiera se creyó con derecho a hablar sobre sus adicciones, sus caídas, sus entornos tóxicos, sus amores impostados, su papel como padre, sus decisiones. Sus excesos verbales.
Diego Maradona sería uno de los primeros en pedir que no sigan manchando la pelota. Seguiría llamando cartoneros a los dirigentes amarretes y se quejaría de los cambios de reglas a mitad de un torneo, la suspensión de descensos y los escándalos arbitrales. Seguiría yendo su palco en la Bombonera y cuestionaría calendarios asesinos, los premios pesificados y los contratos leoninos que les hacen firmar a los jugadores para llegar a Primera.
Diego Maradona seguiría siendo Diegote si no fuera por las malas manos que le causaron la muerte. Sin el cuidado que se merecía una figura de su talla, un dios pagano, un ídolo que no pudo escaparle al final trágico de los ídolos. Seguiría siendo en si mismo una grieta, de los que lo amaban y los que lo odiaban, pero seguiría siendo Maradona.
Y si la negligencia mata, no temamos en decir que Maradona seguiría siendo Maradona si no lo hubieran dejado morir.
En plena pandemia de Covid, los funerales de Maradona fueron en la Casa Rosada.
Escrito por Rodrigo Calegari en Noticias Argentinas