Andahazi: “La muerte lenta de la cultura”

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Ayer hablamos de los bares porteños y del dramático momento que están pasando. Las persianas cerradas de los cafetines de Buenos Aires son una puñalada para quienes encuentran en esas mesas un refugio y a la vez un lugar donde encontrarse con amigos o, simplemente, ver otra gente compartiendo soledades.

Comprobé que somos muchos los que nos revolvemos de impotencia ante el cierre de bares emblemáticos como la Flor de Barracas o La Ibérica. Recibí una enorme cantidad de mensajes de gente que me habla de su bar como una pequeña patria. Y los extrañan con desesperación. Es como haberse alejado del hogar y temer que desaparezca para siempre.

Pero los bares, pequeños emprendimientos que han entretejido nuestra particular cultura porteña, no son los únicos emblemas de la identidad nacional sumidos en la incertidumbre de un futuro sombrío.

Los clubes de barrio representan un lugar de encuentro, socialización, de juego y práctica deportiva importantísimo para los chicos y los adolescentes, pero también son un espacio de pertenencia y recreación para jubilados y para toda la comunidad.

Cualquiera que se acercaba a un club barrial para hacer un poco de gimnasia, retomar el ajedrez o charlar un rato mientras las nenas tomaban clase de danza, podía hacerlo, además por una cuota accesible. ¿Qué está pasando con esos espacios comunitarios irremplazables que dependen de esas cuotas sociales y del buffet para mantenerse y pagarle a los pocos empleados?

Las noticias son tristes. Ocho de cada diez empresas no pudieron acceder a los beneficios para pagar los sueldos de abril, esa supuesta ayuda que el gobierno se atribuye en patéticos y engañosos carteles y que a la mayoría jamás le llega. Este mes el Ministerio de Turismo y Deporte anunció una ayuda de $ 60.000 destinado a clubes que deberán afrontar con ese dinero las múltiples deudas que están soportando.

Para el gobierno las actividades que fomentan no sólo no están en la lista de imprescindibles, ni urgentes, sino que se los considera lugares peligrosos. Pero existen formas inteligentes de evitar que los ejes de nuestra cultura y los sitios de reunión se mueran para siempre.

Ayer comentamos que en muchos países se ha implementado la oferta de bares con mesas afuera, aisladas, en calles convertidas en peatonales. Hay que poner la imaginación y la empatía a trabajar para que esta crisis no se lleve puesto el trabajo, la salud y la cultura.

Otra marca cultural de Buenos Aires es el teatro independiente. Esos pequeños locales o casonas cuyo living se transformó en una sala en la que se representan desde obras clásicas hasta puestas modernas y eclécticas.

Hace unos días hablamos de William Shakespeare, ¿recuerdan? El más grande autor de teatro de todos los tiempos también era actor y tenía una compañía de teatro itinerante. Shakespeare vivió durante el brote de peste negra entre los siglos 16 y 17. Ya habíamos presentado anteriormente el caso de Boccaccio que atravesó el bestial brote del siglo 14. ¿Qué quiero decir con esto?

Las epidemias asolaron el mundo durante toda la historia y el ser humano tuvo que desarrollar las estrategias y las habilidades para seguir viviendo y creando en medio de los desastres. Shakespeare elegía su itinerario para adelantarse a la peste. LLegaba a una ciudad con su compañía de actores, apuraba una ruidosa promoción de las obras y representaban la mayor cantidad de funciones posibles en el menor tiempo.

Cuando el número de infectados alertaba a las autoridades sobre la virulencia del contagio, las reuniones sociales se prohibían y Shakespeare y su compañía aprontaban sus carromatos repletos de trajes, telones, elementos de utilería, pelucas y maquillajes y salían disparados hacia el próximo pueblo donde la bacteria Yersinia Pestis aún no había esparcido la enfermedad y la muerte.

En el Amba se está hablando de una cuarentena que se extendería hasta agosto. El teatro off no tiene la espalda para sostener la subsistencia de actores, técnicos, músicos y trabajadores del sector. Las salas necesitan mantenimiento y nada de eso se está pudiendo articular en esta cuarentena donde el pico de contagio siempre está por delante.

¿Representaciones al aire libre, de balcón a balcón? ¿Giras en ciudades con fases de confinamiento menos estrictas o con la cuarentena ya liberada? ¿Cuándo volveremos a sentarnos en una butaca o, tal vez, mirar teatro de otra forma para asistir a ese hecho artístico, único e irrepetible que es la representación teatral?

¿Y los músicos? Intérpretes, autores, plomos, sonidistas, ¿quién se acuerda de esa gente que nos hace la existencia más tolerable? Tenemos que pensar nuevas maneras de producir recitales, shows o conciertos.

Estas épocas nos piden un esfuerzo singular. Tenemos que ser más creativos que nunca y buscar la forma de mantener vivo el corazón de nuestra cultura. Si el gobierno usara la imaginación no para comprar comida con sobreprecios, ejercer un paternalismo asfixiante o aprovechar la epidemia para terminar con la justicia, tal vez la cultura encontraría un lugar para vivir.

No solamente se mueren quienes dejan de respirar, la cultura también también se muere y no hay respirador que la salve.