Amia y Gaza: el mismo odio, la misma barbarie

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Se cumplen 30 años del atentado terrorista más grave que sufrió la Argentina. La voladura de la AMIA asesinó en un segundo a 85 personas.

La Cámara de Casación determinó la responsabilidad de Hezbollah como brazo ejecutor del estado terrorista de Irán. No es la opinión de un periodista o de los familiares de las víctimas. Es la conclusión de la justicia argentina que estableció que se trató de un crimen de lesa humanidad. Tal vez, pronto, tengan la posibilidad de juzgar en ausencia a los culpables, un libanés y 5 iraníes que tienen alertas rojas de Interpol.

Semejante atrocidad de colocar una bomba en una mutual llena de civiles solidarios debe resignificarse a la luz del ataque de Hamas el 7 de octubre. Le recuerdo que Hamas fue declarado grupo terrorista por el actual gobierno.

El mismo odio, la misma barbarie invadió el territorio israelí, fusiló familias enteras, crímenes de guerra con violación de mujeres, incineración de personas vivas, y degollamiento de bebes. Secuestraron y se llevaron rehenes, entre ellos a 9 argentinos que todavía están cautivos.

Amia y Gaza: el mismo odio, la misma barbarie. Es el final de la condición humana. Quien es capaz de semejante bestialidad tiene en su fanatismo religioso extremista una explicación. Creen que en la muerte de los mártires que luchan por exterminar al pueblo judío y borrar de la faz de la tierra a Israel, recibirán recompensas en el cielo, con 70 mujeres vírgenes y ríos de miel. Los que mueren combatiendo a los “infieles” que no creen en Alá, se convierten en mártires a los que llaman Shahid. Su sueño es colocarse un chaleco lleno de explosivos y detonarse en cualquier lugar del mundo en el que no haya fieles.

Los judíos no adoramos la muerte. Para nosotros la vida es sagrada. Y no pretendemos aniquilar a nadie. No figura esa intención en ninguno de nuestros textos políticos ni religiosos. Todo lo contrario, abrimos los brazos al otro, al distinto, al extranjero porque fuimos extranjeros en Egipto.

Les cuento una de las situaciones más horrorosas de la que fui testigo cuando fui a cubrir la guerra que desató Hamás en Israel.

Muchos de los latinoamericanos, especialmente argentinos, que fueron pioneros en los nacientes kibutzim, (granjas colectivas) se formaron en los grupos juveniles de la izquierda. Fueron a establecerse cerca de la franja de Gaza para abrir sus brazos y su corazón a los palestinos. Hicieron todo tipo de apuestas a la paz y al progreso de ambos pueblos. Entre otros proyectos crearon una ONG, una organización no gubernamental, para llevar a chicos palestinos con enfermedades complejas a los hospitales de excelencia profesional de Israel. Una generosa manera de estrechar lazos y de romper prejuicios. En sus propios autos, iban a la frontera a buscar a esos chicos acompañados de sus madres y los trasladaban para que recibieran tratamientos con los últimos adelantos de la ciencia. Y luego los llevaban de nuevo hasta la frontera para que regresaran a sus casas. Muchos de los israelíes que hicieron esta tarea humanitaria fueron asesinados y otros secuestrados con información  que le suministraron algunos de los familiares de los pacientes pediátricos.

Pero esto no es todo. Lo más grave me lo contó un médico rosarino en el hospital Soroka, el más grande del sur ubicado en Bersheva en la región del desierto del Néguev.

Majmud era un chico de 8 años que tenía el mismo problema de crecimiento que Lionel Messi. Ghazal, su madre fue muy feliz el día que su hijo superó ese drama y comenzó a aumentar de peso, altura y musculatura. El tratamiento había sido exitoso. Entonces se animó y pidió algo más. Dijo que tenía miedo de quedar embarazada y que su nuevo hijo naciera con la misma enfermedad de Majmud. Los médicos israelíes empezaron a estudiar el caso y a darle la medicación correspondiente. Ghazal quedó embarazada, estuvo en cuidados intensivos durante meses arropada y cuidada por los mejores profesionales del hospital. Y un día se produjo el milagro. Ghazal dio a luz un bebé absolutamente normal al que llamó Saíd que significa feliz. Hubo fiesta en el sanatorio. Con flores, guirnaldas y regalos para la madre y el hijo. Fue la televisión a registrar semejante acontecimiento médico y social. Un periodista entrevistó a la madre y le hizo la pregunta más común de las preguntas. ¿Qué le gustaría que su hijo fuera cuando sea grande?

Y la madre, emocionada, contestó: “ Shahid”, es decir mártir, alguien que dedique su vida a asesinar judíos.

El mismo odio, la misma barbarie de Hezbollah hace 30 años en la AMIA y de Hamás el 7 de octubre en Gaza.

En Argentina nunca nadie asesinó a tanta gente en forma simultánea. En Gaza, nunca nadie asesinó a tantos judíos desde el régimen nazi de Adolf Hitler. Hoy los terroristas armados por Irán son los nuevos nazis.

Por lo que dinamitaron en la calle Pasteur y por lo que repitieron en Gaza, nos sigue corriendo un frío por la espalda y nos sigue indignando la impunidad que nos produce un agujero negro en el alma.

El próximo 18 y todos los 18 de julio serán duelo nacional en la Argentina.

Para que las banderas expresen su dolor a media asta.

Es muy sanador comenzar a llamar a las cosas por su nombre y avanzar en el juicio, castigo y condena a los culpables.

Porque hoy se sabe todo o casi todo.

Pero no pasa nada o casi nada.

No hay un solo responsable preso.

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Incluso hay serias sospechas de que también hayan sido los asesinos del fiscal Alberto Nisman en lo que se considera una suerte de tercer atentado.

Actuaron casi las mismas personas. Utilizaron la misma metodología. Están todos identificados.

A los diez y a los veinte años del atentado tuve la responsabilidad de ser orador del acto central. Mi hijo Diego también tuvo su oportunidad y dijo: “Amia es nuestro dolor como comunidad. Como familia. Como país. Pero ahora Amia es, además, una responsabilidad. La responsabilidad que tenemos los más jóvenes de seguir reclamando justicia. De seguir persiguiendo la verdad. De honrar a nuestros muertos y jamás olvidar”.

Hoy, a 30 años digo: Para que llorar no se vuelve una costumbre. Para que las velas alumbren la oscuridad del crimen de lesa humanidad, de los países que fomentan el terrorismo, de la conexión local, del encubrimiento de estado. Para que nunca más.
Para que solo pidamos la muerte de la muerte para toda la vida. Para que no haya que llevar luto otros 30 años ni por los siglos de los siglos. Amen.

Editorial de Alfredo Leuco en El diario de Leuco