Hoy vamos a traer a esta columna de psicología un tema que, como nunca, está presente en las familias argentinas: la educación de los chicos. Todos los que tenemos hijos en edad escolar sabemos que la educación que les damos a los chicos en casa es fundacional, tal vez la más importante.
Les enseñamos con la actitud, con el ejemplo y también con nuestras propias contradicciones. Somos sus referentes a pesar de nosotros. Los chicos aprenden las palabras, las formas de decir esas palabras y aprenden también los silencios.
Nos interesa formarlos en principios nobles para que busquen después su propia forma de vivir. Nos obsesiona que sean buenas personas, que se sepan cuidar y que sean felices.
Y así podríamos estar horas hablando de todo lo importante que intentamos transmitirle a nuestros hijos, de los valores fundamentales que nosotros mismos aprendimos de nuestros padres…
Pero no: hoy quiero referirme a la educación “formal”, la que normalmente delegamos en la escuela y, que en estas particulares circunstancias, nos exige un esfuerzo en algunos casos sobrehumano.
Los chicos están confinados en las casas. Son el grupo etario que, en mi opinión, menos se ha considerado. Desde el primer momento pediatras y psicólogos infantiles y de adolescentes deberían haber estado presentes entre los profesionales que aconsejaron al gobierno.
Se les exigió a las familias y a los docentes que organicen en tiempo récord la forma de abordar la educación online sin contar, en la mayoría de los casos siquiera con los elementos y la conexión que se necesita.
Los resultados son diversos pero en amplias franjas ya estamos advirtiendo el empobrecimiento de la calidad educativa y lo que es peor: el abandono de la escolaridad.
La semana pasada la Fundación Voz que trabaja en la transformación de la educación secundaria, dio a conocer datos y cifras muy alarmantes que no hacen más que profundizar la crisis de la educación argentina.
Durante la cuarentena entre el 25 y 45% de los adolescentes abandonaron sus clases. No se conectan, dejaron de cursar y en consecuencias también abandonaron el espacio de apoyo emocional y de intercambio con pares que representa la escuela.
Este es un drama del que no escuchamos hablar. Parece que el momento que estamos viviendo sólo se verifica por cantidad de contagiados o fallecidos, pero creanme que el desastre educacional es trascendental.
La Fundación Voz también señala un elemento preocupante: muchos chicos de áreas vulnerables dejarán la escuela cuando se abra la cuarentena porque se verán en la obligación de hacer changas para paliar la crisis económica familiar.
Estamos hablando de cerca de medio millón de adolescentes que ya abandonaron la escuela porque no pudieron afrontar esta situación.
Y ya sabemos que cuando los chicos dejan la escuela, dejan también una esperanza de inserción social y pasan a conformar un grupo vulnerable en todo sentido.
De los diez millones de chicos que no están asistiendo a la escuela por las restricciones sanitarias, la mitad tiene problemas de conectividad para seguir la escolaridad de manera virtual.
Falta de dispositivos, nula o mala conexión a Internet y a esto se le suma un contexto familiar que no siempre ayuda. Y en esto me quería centrar: la realidad familiar.
Aunque exista el deseo de acompañar con dedicación a los chicos en esta etapa, créanme que muchas madres y muchos padres se están encontrado con dificultades de todo tipo.
Hay quienes no conocen los contenidos porque no tienen la formación suficiente; para otros, la virtualidad es una gran complicación; muchísimos padres siguen trabajando porque son esenciales o porque trabajan en forma remota o haciendo lo que pueden desde sus casas.
En la mayoría de las familias hay chicos de diferentes edades con distintos requerimientos y las madres deben ayudarlos a hacer desde collares con fideos hasta trabajos prácticos de química.
A esta altura madres y padres están exhaustos y sobrepasados por las exigencias y los chicos no están obteniendo uno de los elementos fundamentales de la escuela: el intercambio con los pares.
¿Dónde quedaron las habilidades sociales que se desarrollan en el encuentro con los compañeros y los docentes y el despegue de la familia tan necesario para generar autonomía?
Si tenemos que mencionar algo positivo que los chicos están aprendiendo de todo esto es la capacidad de adaptación. Las estructuras estáticas no nos preparan para este mundo. El gran desafío es seguir aprendiendo en este contexto.
Para muchos puede resultar una posibilidad interesante trabajar o estudiar de manera virtual, pero lo más duro es que se nota como nunca la desigualdad social porque, con todas sus fallas y carencias, el aula tiene un efecto igualador que la escuela virtual no logra zanjar.
Si contas con una buena conexión, un dispositivo a disposición y una casa mínimamente acondicionada vas a estar en mejores condiciones para estudiar que otro que no cuenta con esos “lujos”.
Y el drama es que son millones los que no cuentan con esos elementos en esta Argentina tan castigada, en la que aún antes de la pandemia más del 50% de los chicos eran pobres. ¿Ahora a cuánto ascenderá ese porcentaje?
Ya mismo el Estado debe preparar un plan efectivo para que ese medio millón de chicos que dejó la escuela en cuarentena vuelva al aula. Ya tenemos que estar pensando en eso, pocas cosas son tan importantes.