Cacho trabaja. Cacho no roba. Tiene la dignidad de sus ancestros, los tobas. Un día huyó de los suburbios de Resistencia en Chaco y se vino a Buenos Aires. A Cacho le pasó de todo en la vida y nunca tuvo miedo. Siempre apretó los dientes y le metió para adelante. Quiere ser un ejemplo para el Jonatan, el único hijo que tuvo con Matilde antes de que ella se le fuera con otro. Es raro su ranchito en la villa Puerta de Hierro, en el corazón de La Matanza. Es raro porque no vive mucha gente como en el resto de las casillas. A veces cambian las parejas pero los hijos siguen aumentando bajo el mismo techo.
Cacho nunca tuvo miedo ni siquiera a las bandas de ladrones que son sus vecinos. No le roban la mochila y las zapatillas porque lo conocen hace años. Se podría decir que lo respetan. Varias veces lo invitaron para que se sumara a los transas, a esos soldaditos de los narcos que ganan dos o tres veces más que él que se levanta todos los días a las 5 de la mañana para ir a trabajar al Supermercado que queda en Capital.
Cacho no tiene miedo a nada. O mejor dicho, no tenía miedo, porque ahora está aterrado por la pandemia. Me conocía de haberme visto en la tele algunas veces y me lo contó entre los pasillos y las góndolas, con los barbijos y la distancia como corresponde. Sus padres quedaron en Chaco y nunca pudo ir a verlos. Su único amor en la vida es su hijo. “Es mi changuito”, me dijo con lágrimas en los ojos. Y por eso Cacho tiene tanto miedo. Si el virus lo ataca al chico, puede morirse porque tiene algunos problemitas de corazón. Y si lo ataca a él, Ramón teme morirse y que su hijo se quede solito en la villa, sin un peso, sin un consejo y una guía en la vida. No lo dice pero en su mirada morocha y húmeda advierto que teme que su hijo, el Jonatán, acorralado por el hambre, se meta en la droga y el choreo. Tiene pesadillas, como todos.
Se le aparece el Jonatan tirado en el suelo, en un pasillo oscuro y maloliente. No es el pasillo del súper donde conversamos. Son los pasillos de ese asentamiento que queda entre la avenida Crovara, el cementerio municipal Villegas y el Barrio 17 de marzo. Cacho está acelerado. Me cuenta todo rapidito, como si temiera que su supervisor lo rete. Jonatan se le aparece tirado en el pasillo y muerto. Ramón no sabe si es por el coronavirus o por una grupito de consumidores de Paco que en la desesperación de la abstinencia, son capaces de matar a la madre.
Puerta de Hierro, es uno de los asentamientos con mayores adicciones y delitos aunque, como Cacho, también vive gente honesta que se quiere ganar la vida en buena ley, sin violar la ley. Cada vez le resulta más difícil. Cacho está en negro en el súper porque no quiere perder el plan social. Entre esos dos ingresos, más o menos se la rebusca para parar la olla. No paga luz, agua ni luz, ni alumbrado barrio o limpieza por una sola razón: no hay nada de eso en la villa que ahora llaman barrios populares o barrios vulnerables. Hace algunas changas cuando esta de franco. Cacho, tiene fuerza de brazos y por eso lo llaman de suplente cuando falta alguien en la empresa de mudanzas que queda a 15 cuadras. El Jonatan va a la escuela. Cuando no hay paro y cuando está abierta. Tiene un celular que Ramón no le compró. El no se atreve a preguntar cómo lo consiguió. Pero ahí no hay clases virtuales ni remotas. Ni remotamente hay clases. Insisto: ese infierno de hacinamiento no tienen nada. Ni la tierra de la casilla de chapa en la que viven es de ellos. Literalmente, no tienen ni donde caerse muertos.
Cacho escucha radio Mitre y sabe que en las villas de la Capital ya empezó a crecer el contagio. En su villa, hace mucho que no ve un funcionario, un médico o un policía. La mayoría no se atreven a entrar. Por las noches se acuesta temprano y espera que su hijo se duerma. Los sábados, cuando vuelve del trabajo, se permite tomarse unos vinos y sonreír con sus cumbias villeras preferidas.
Yo me quedó con las ganas de darle un abrazo inmenso. Felicitarlo por el esfuerzo titánico que hace para no robar ni traficar. Y para criar a su hijo con el sueño de que sea una persona de bien. Si Kharta, el dios de los Toba lo ayuda, tal vez el pibe le dé una alegría y se salve. Juega de diez en la reserva de Lafe. La mueve bastante bien, el zurdito. Es habilidoso y es feliz cuando pisa el área del rival de Deportivo Lafferrere. A veces cuando vuelve del partido, trae debajo de la campera algunos alimentos que le dan los de la Comisión Directiva. Igual que Cacho que viene con cajas y bolsas que le dan en el súper para ayudarlo. La esconden para que nadie se las arrebate cuando bajan del tren en la Estación del Ferrocarril Belgrano Sur. Una lata de atún, o un paquete de arroz, son una fiesta.
Toda la vida de Cacho y Jonatan me impactó el alma y el corazón. Por eso se las cuento. Uno a veces se queja de tantas pavadas. Pero lo que más me impresionó además de la batalla homérica para que su hijo salga derecho es que me dijo que por primera vez en la vida tiene miedo: al maldito coronavirus. Cacho no quiere morirse para no dejar a su hijo solo, huérfano y en la intemperie. Y no quiere que se muera Jonatan porque es lo único que ama en la vida.
Y pensar que hay gente que se queja porque tiene que estar encerrada en una linda casa, con comida, internet, televisión y todo más o menos resuelto. Yo me quedé pensando en el nombre de su villa: Puerta de Hierro. Ese era el nombre del barrio elegante donde estaba ubicada la quinta en la que Juan Domingo Perón vivió durante 13 años. Queda a 20 kilómetros de Madrid. Puerta de Hierro es un capítulo de la historia del justicialismo. Hacia esa meca iban todos los dirigentes a buscar instrucciones y palmaditas en la espalda de su caudillo. Y creo que hoy Puerta de Hierro, la de La Matanza, también es un capítulo de la historia de este peronismo. Porque el dato más desgarrador de fracaso de la Argentina como nación, es tres millones de personas que viven en las villas.
Este país, lleno de recursos naturales y humanos, que en algún momento fue un lugar de progreso y movilidad social ascendente, hoy tiene más de 4.200 villas o asentamientos. En total ocupan 330 kilómetros cuadrados. ¿Escuchó? ¿Se da cuenta de la dimensión? Más territorio que toda la Ciudad de Buenos Aires que tiene 203 kilómetros cuadrados. La mitad de esas 3 millones de personas viven en la provincia de Buenos Aires, con fuerte presencia en el Conurbano. Esa es la llaga abierta más dolorosa que tiene nuestro país. Y pienso en Puerta de Hierro porque creo honestamente que gran parte de la responsabilidad de semejante drama, la tienen los que más tiempo gobernaron: es decir el peronismo de todos los colores ideológicos. Y hablo de Argentina, de la provincia y de La Matanza.
En el país desde el regreso de la democracia, Menem fue presidente por 10 años, Néstor y Cristina, más de 12, Duhalde, un año y ahora Alberto. El peronismo gobernó durante 23 años en 37 años de democracia. No digo que el resto de los gobiernos no peronistas hayan hecho demasiado, pero el justicialismo debería pensar antes de levantar el dedito acusador. En la provincia, el PJ gobernó 29 de 37 años. El alfonsinista Alejandro Armendáriz al principio y María Eugenia Vidal, al final y listo. El resto estuvo a cargo de Cafiero, Duhalde, Ruckauf, Solá, Scioli y ahora Kicillof. En La Matanza, directamente, solo gobernó el peronismo. Pasaron: Russo, Cozzi, Di Leva, Ballestrini, Espinoza, Magario y ahora Espinoza, de nuevo.
No hay otra forma de cerrar una herida de tanta magnitud si no es con un estado presente que no se aproveche de los pobres y los mantenga pobres para usarlos como mano de obra electoral. No hay tarea más importante que dar educación y trabajo y recuperar la cultura del esfuerzo y el sacrificio. Ese es el verdadero rol del estado. Basta de someter a la gente a la humillación de la marginalidad y a la dependencia de un plan o de un puntero político. La única manera de poner de pié a este país es generar las condiciones para que haya inversiones productivas y se multipliquen las pequeñas y medianas industrias y el trabajo privado que más mano de obra demanda. El virus y la pandemia no han hecho otra cosa que desnudar estas miserias en toda su dimensión. Por eso Cacho tiene miedo por primera vez en su vida.
No podemos olvidar a esos argentinos como Cacho que tienen el sueño de ver a su hijo por el camino de la honradez, la dignidad y el progreso. Como dice Jairo, en homenaje a los tobas, los antiguos dueños de las flechas, con letra de Félix Luna y música de Ariel Ramírez: “Sombra errante de la selva/ Viejos brujos de los montes/ No abandonen a sus hijos/ Gente buena, gente pobre… Le ruego a todos los gobiernos: No abandonen a Cacho ni a Jonatan. Gente buena, gente pobre…
Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre.