La Cámpora al gobierno, Cristina al poder

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La frase de Karl Marx que complementa otra de Hegel, calza justo en este análisis: “La historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa”. El 11 de marzo de 1973, Héctor Cámpora ganó las elecciones presidenciales. El último delegado de Perón, fue candidato porque el caudillo, en el exilio, no cumplía los requisitos que el general Lanusse había puesto por decreto y con toda intención.

La Juventud Peronista lo apodó “Tío” y Montoneros lo utilizó para llevar agua para su molino. En la campaña electoral la consigna principal fue: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Y el país se conmovió cuando abrieron las puertas de las cárceles para que salieran los presos de las organizaciones armadas y muchos ladrones comunes y criminales que aprovecharon la volada.

Ese experimento de poder formal en la Casa Rosada y de poder real en el domicilio de Perón, terminó en tragedia. Cadáveres en los zanjones arrojados por la ultraderecha del ministro José López Rega y la criminal Triple A y la misma respuesta criminal y guerrillera de la “orga” de Mario Firmenich. Los muertos caían mientras se cantaba: “La vida por Perón”. La mayoría pacífica de la sociedad, aterrorizada, asistió a un túnel de horror que desembocó en la dictadura más feroz de la historia argentina. Esa fue la tragedia de la historia.

Cuando Alberto Fernández dudaba en aceptar la propuesta de ser candidato presidencial que le hizo Cristina, se debatió mucho este concepto del doble comando o del poder bifronte que en el peronismo nunca funcionó.
Hace justo un año, parece mentira, apenas un año, en una entrevista por radio, Alberto dijo textualmente: “No tengo ganas de que haya un títere en la Casa Rosada. O Cristina es candidata o se va a su casa. No puede haber votos prestados ni términos medios. No repitamos errores del pasado. No tengo ganas de que haya un títere en la Casa Rosada y que el poder esté en Juncal y Uruguay”.

Hacía diez años que Alberto no le hablaba a Cristina. Fue su crítico más feroz. De traidor a empleado de Clarín para abajo, le decían de todos los cristinistas más fanáticos. Después de 10 años sin hablar, en una semana, Alberto le dijo que si a Cristina y se consumó el matrimonio por conveniencia que cambió el sillón de Rivadavia por impunidad para Cristina y todo el cártel de los pingüinos.

Se impuso esa bulimia y olfato histórico del peronismo por el poder y la consigna de “que con Cristina no alcanza y sin Cristina no se puede”. Hoy parece que comienza la farsa, la segunda repetición de la historia. Solo cambian algunas palabras, pero el concepto es el mismo: “La Cámpora al gobierno, Cristina al poder”.

Ocultos en la bruma dolorosa de la pandemia, Cristina y su guardia pretoriana, avanzaron a paso redoblado y a tambor batiente. Fueron comiendo piezas claves en este tablero de ajedrez de los cargos en el estado. Nada detiene a Cristina ni a Máximo. Ni la reina ni el Príncipe heredero aflojan en su desesperación por quedarse con todo. Lo llevan grabado en su ADN. Desesperación por acumular dinero ajeno y poder propio. El poder debe ser total o no será nada. Así fue en la intendencia de Río Gallegos, en la gobernación de Santa Cruz y en las presidencias del matrimonio. Van siempre por todo. Llegan hasta donde la sociedad se lo permite. Ni un paso, atrás. Y saben que es la única forma de zafar de la cárcel producto de haber liderado la mega corrupción de estado más grande de la historia argentina.

De hecho a Alberto los cacerolazos lo preocupan porque erosionan su imagen. A Cristina la protesta la envalentona y redobla la apuesta. El comandante en jefe de La Cámpora es Máximo Kirchner. Es una “orga”, como decían los viejos Montoneros, que empezó como una secta de cuadros y hoy, a fuerza del dinero de Cristina y la militancia, han logrado un alto poder de movilización rápida. No han conseguido insertarse en la conducción de los gremios ni en los centros de estudiantes. Son muchos, pero representan poco.

El peronismo los mira con recelo y sospecha. Los ven como el trampolín para una futura candidatura presidencial de Máximo o de Axel Kicillof. Máximo es casi la sombra de Alberto. Es el encargado de hacerle el test para chequear que no haya contraído el virus del neoliberalismo.

La operación de copamiento de las mayores cajas del estado, se hizo sigilosamente. Pero se expuso con toda contundencia, a la luz pública cuando Fernanda Raverta se hizo cargo del Anses, que dispone del 40% del presupuesto. ¿Escuchó bien? El 40 % del presupuesto, alrededor de dos billones de pesos. Si con “b” larga. Dos billones. Fernanda Raverta, casi sin experiencia administrativa, va a manejar una millonada superior a la que mueven la mayoría de los gobernadores. Pero esa fortuna, es solo una parte del poder que tiene ese puesto. Ella es la encargada de designar a 56 directores de empresas privadas donde su repartición tiene acciones después de aquella polémica estatización de las AFJP.

Cada uno de esos muchachos trabaja como espía en la reunión de directorio de las empresas y se lleva como mínimo 1.200.000 pesos por ir 4 veces al año a levantar la mano. Son lugares que le dan dinero para la militancia a los cuadros y que le dan espacio para acumular información sobre la actividad privada. De esos 56 lugares, hay uno que ya está cubierto. Alejandro Vanoli, una semana antes de salir eyectado del Anses, se autodesignó en Edenor. Jorge Liotti escribió que Cristina se hartó de Vanoli porque no designó a Wado de Pedro en Telecom. Quería alguien confiable en una de las empresas del grupo Clarín.

Pero eso no es todo el poder que tiene esa posición. También están las UDAI (Unidades de Atención Integral) que tienen oficinas en todo el país y donde pueden colocar cientos de militantes camporistas. Claramente Raverta, es la mujer con más poder de fuego político y no mueve un dedo sin que Cristina o Máximo se lo indiquen. Como si esto fuera poco hay que decir que Raverta integra el ala más dura de La Cámpora si es que existiera un ala blanda. Su historia personal la marcó. Su madre está desaparecida y era una importante dirigente de Montoneros y ella pasó varios años en la llamada “guardería” que Montoneros había establecido en Cuba para educar a los hijos de los guerrilleros.

La Cámpora no solo se mueve con sus soldados. Tiene un círculo de aliados que aunque no pertenezcan a sus filas, contribuyen llevando agua para su molino. Nunca está muy clara esa distinción. Horacio Pietragalla, el secretario de Derechos Humanos que aceleró la excarcelación escandalosa de presos, mostró su poder y la decisión de La Cámpora. Ni le avisó a Losardo o al presidente. Sin embargo, nunca haría nada sin la venia de Cristina o Máximo. Lo mismo pasa con Juan Martín Mena, el segundo de justicia. Es miembro pleno de La Cámpora o integra el círculo de amigos y favorecedores? A los efectos prácticos de manejar el estado, da lo mismo. Mena fue una pieza clave en el plan sistemático para liberar presos. Fue él que se sentó a negociar con los internos en la cárcel de Devoto y fue el lugarteniente de Parrilli en los servicios de inteligencia de Cristina.

La ministra de Justicia, Marcela Losardo, con semejantes personajes, tiene recortada fuertemente su capacidad. Lo mismo ocurre en todo el estado. Por eso resumimos: “La Cámpora al gobierno, Cristina al poder”. Porque la inmensa mayoría de puestos intermedios, les pertenecen. Y las cajas más importantes, también. No fueron tontos para elegir a la hora de que Alberto y Cristina se repartieron los cargos, lotearon los ministerios y le dejaron algunos lugares a Sergio Massa.

Anses será un gran centro de operaciones de La Cámpora. Sin Vanoli, nadie le pondrá límites. El segundo de Raverta es Santiago Fraschina, también de la “orga”. Lo mismo pasa con Luana Volnovich, en otra de las cajas monumentales: el PAMI. Mucho dinero y poder territorial en todo el país.

Ayer juró como ministro de Kicillof, Andrés Larroque (a) “El Cuervo”, otro de los integrantes del estado mayor de Máximo junto al ministro del interior, Eduardo “Wado” de Pedro. Todos están en posiciones relevantes. Larroque reemplazó a Raverta y con los dedos en “ve”, cantaron la marcha peronista. La provincia es el principal territorio en el que crecen y se desarrollan con Cristina como madrina. Teresa García es ministra de gobierno y Axel Kicillof, también juega en ese equipo.

Mayra Mendoza ganó la intendencia de Quilmes y le estalló en la cara la salvaje suelta de presos porque una de sus funcionarias, Claudia Cesaroni, era de las más activas impulsoras. Después, tuvo que renunciar al municipio.
Juan Cabandié, un poco marginado del corazón de las grandes decisiones, es Ministro de Ambiente de la Nación.

La mano derecha de Mariano Recalde cuando estuvo al frente de Aerolíneas Argentinas, ahora es el número uno de la empresa: Pablo Ceriani que hoy cerró Austral. Santiago “Patucho” Alvarez, fue comisario político de varios medios estatales durante el cristinato. Hoy, en YPF, vigila de cerca al devaluado massista Guillermo Nielsen. Y el poder real en la petrolera, lo tiene un hombre de Cristina y Miguel Galuccio, Sergio Affronti. Según reveló Carlos Pagni, la tropa camporista asumió el manejo de todo el sistema informático del Poder Judicial. Eso incluye el tema de las elecciones. Peligro en puerta.

La Cámpora no se banca a Alberto. Lo consideran un mal necesario que no tiene proyecto ni estructura propia. Una especie de puente, una transición hacia un verdadero gobierno nacional y popular (chavista agrego yo), encabezado por Máximo o Kicillof. Ese es el plan. No es taa fácil que lo logren. Como siempre con el kirchnerismo, van por todo y el único límite que los frena es la sociedad. Ese es el gran desafío político de este país. Por ahora, la moneda está en el aire.

Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre