Andahazi: “El sentimiento de injusticia en la cuarentena”

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Hoy vamos a hablar de cómo se resiente la integridad psicológica ante sentimiento de injusticia durante el confinamiento. El jueves pasado y el último domingo, los argentinos contestaron a la liberación de presos con un estruendo de cacerolas como no se escuchaba hace mucho tiempo.

Naturalmente, el confinamiento no permitió marchas ni movilizaciones, pero la manifestación de los vecinos en ventanas y balcones, le dio, acaso, mayor relevancia todavía. Pero además, el motivo de la protesta saltó la grieta.

En zonas del Gran Buenos Aires, donde el kirchnerismo suele ganar con comodidad, también se escuchó el estruendo. La liberación de presos con la excusa del coronavirus provocó la indignación social frente a una injusticia insultante.

¿Cómo se entiende que, con el argumento de una amenaza epidemiológica, se libere a un violador que se instala a pocas cuadras de la menor a de la que abusó? ¿Quiénes son las mentes brillantes que asumen que a la enorme presión que experimenta la sociedad por el aislamiento y la debacle económica se le puede sumar esta aberrante suelta de presos?

La representación de la Dama de la Justicia muestra cuatro símbolos. Una mujer; una venda sobre los ojos, porque es ciega a cualquier favoritismo: es imparcial. Una balanza en la mano izquierda con la que pesa los acontecimientos con objetividad, y una espada de doble filo en la mano derecha que representa el poder de la razón y la justicia en la fuerza de su sentencia.

Es una alegoría que nos legó Roma y, si bien ha tenido algunas modificaciones, es la diosa romana “Iustitia”. La Justicia tal como la entendemos se originó en Grecia, se perfeccionó en la conjunción greco romana y ocupa desde entonces el pensamiento de Occidente, porque no hay construcción más ambiciosa y virtuosa que la de una sociedad justa.

¿Por qué se manifestó la ciudadanía tan ruidosamente? Porque de repente a todos se nos hizo palpable que estamos entrando en el terreno de las pesadillas: el del estado crónico de Injusticia. ¿Y adónde conduce la injusticia? La Injusticia destroza un contrato básico de confianza, las relaciones con el Estado se degradan pero también los vínculos personales y la trama social.

La injusticia horada la integridad psíquica y la salud mental de una sociedad como casi ninguna otra cosa. ¿Para que cumplir la Ley? ¿Cómo me pueden pedir que no estacione delante de una bajada si un violador se pasea alegremente entre sus víctimas? Todo pierde sentido, proporción y jerarquía.

La injusticia daña, ofende, distorsiona y humilla. Es una de las formas de violencia más peligrosas y, sobre todo, cuando se ejerce desde el poder. La injusticia produce desesperanza e impotencia y un nivel intolerable de violencia contenida.

En este espacio comentamos hace poco aquella nota en la que el padre de una víctima de violación decía que si el abusador de su hijo salía, él iba a salir a cazarlo: es decir, devolver irracionalidad a la irracionalidad. Los argentinos ya conocimos ese infierno de violencia y nadie quiere revivirlo.

Es como si de pronto todos protagonizáramos una de esas novelas distópicas donde, ante un desastre, las primeras en morir son la verdad y la justicia. Es la antesala de la disolución social. Si no hay Justicia se impone la irracionalidad, porque se borra la idea de confianza en algo superior que nos rige a todos.

Por supuesto, no tardó en llegar el elemento que faltaba: el linchamiento. Vecinos de Esquel lincharon a un secuestrador con prisión domiciliaria; en la revuelta terminaron heridos cuatro policías. ¿Esta pesadilla auto provocada es lo que busca el gobierno? Delincuentes peligrosos en situación de calle, sin tobillera, la gente que hace justicia por mano propia, los vecinos que se arman. Es la máxima degradación social.

El impacto en el humor social de las excarcelaciones fue demoledor. Hablé con varias personas esos días y en todas primaban los mismos sentimientos: hastío, frustración, tristeza, rabia, desesperanza.

Hoy el gobernador Kicillof, con el diario del lunes en la mano, salió rápidamente a desmarcarse: anunció obras para ampliar y mejorar el sistema penitenciario, desvinculó al Ejecutivo de las decisiones que dependen, según dijo, exclusivamente de los jueces, y para ser fiel a su estilo, le echó la culpa a María Eugenia Vidal. Rápidamente, Cristina apoyó a su favorito en Twitter y festejó la ponencia que, a su entender, nos explica “qué pasó y qué está pasando”.

Dentro del gobierno, se sabe, hay luchas intestinas, pero todos están de acuerdo en una cosa: culpar al mensajero; sí, parece que la responsable de que casi dos mil presos estén libres es la prensa, que, simplemente, se ocupó de informar a la población de lo que está ocurriendo.

Estas declaraciones no hacen más que profundizar la enorme sensación de injusticia que ya pesa sobre la sociedad. Una vez más habría que recordarle a Alberto Fernández que, lo que Ud. considera su principal fortaleza, el manejo político de la cuarentena, es, paradójicamente, su principal debilidad.

Los ciudadanos no soportan la idea de estar encerrados en sus casas, empobreciéndose minuto a minuto, mientras secuestradores, asesinos y violadores gozan de derechos que ya el pueblo perdió por DNU.