El día que nació Sábato

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Hoy es un día muy especial para las efemérides y los que creemos que son un instrumento que nos permiten custodiar nuestro pasado. Un 24 de junio como hoy, murieron dos de los cantantes más populares: Carlos Gardel, un emblema de la argentinidad y un verdadero monumento al tango y Rodrigo Bueno que mezcló el cuarteto con el rock y lo instaló en el escenario nacional. Pero también un día como hoy, nacieron dos de las figuras deportivas que más nos identifican en el planeta: Lionel Messi y Juan Manuel Fangio. El quíntuple campeón del mundo llegó a este mundo en 1911, el mismo día, mes y año que una de nuestras máximas celebridades en el campo de la ética y la literatura. Hablo del maestro Ernesto Sábato.

Este programa, que habla de la palabra incluso desde su título, hoy elige recordar la figura de un grande entre los grandes, llamado Ernesto Sábato porque nos gustaría hacer un humilde aporte para mantener viva su memoria. Creo que es por el bien de todos los que amamos este bendito país.

Extrañamos tanto a Sábato. Lo necesitamos tanto para salir definitivamente de estos años de cólera, autoritarismo y ladrones. Lo necesitamos para recuperar el valor de la palabra y la dignidad de los honestos. Don Ernesto vivió y escribió gran parte de su obra en su casa-templo de Santos Lugares. Dijo su hijo Mario que Don Ernesto no murió, que se trata de una exageración burocrática y llamó en su momento a que se sumaran todos los que quisieran preservar ese legado.

La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse. La sabiduría resignada de este concepto le pertenece a Ernesto Sábato que nació en Rojas y casi llegó a cumplir 100 años. América Latina le debe a Sábato el haber comprendido que para salir de las dictaduras había que enfrentar el pasado. ¿Sabe quién dijo esto? Ricardo Lagos. El ex presidente de Chile es uno de los intelectuales más importantes de habla hispana. Una persona íntegra, valiente y solidaria. Y Ricardo Lagos dice que el “informe del Nunca más devino en clásico, en un documento eternamente actual”. Tal vez pueda ser resumido en una especie de rezo laico en el que se convirtió su prólogo sobre la desaparición de personas. Ese Nunca Más, parido por Raúl Alfonsín y multiplicado por Julio César Strassera.

Hoy los tres han fallecido, pero se han ganado el don del respeto eterno, hablo de don Raúl, don Ernesto y don Julio.
Los tres están en el cielo de la democracia pero ese Nunca más, todavía estremece cuando se usa como grito de paz y en su relato: “únicamente así podremos estar seguros de que nunca más en nuestra patria se repetirán los hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado”.

Sábato, pronunció un discurso cuando se entregó el informe al presidente Alfonsín. En el comienzo hizo una radiografía de esa Comisión que le tocó presidir: “No fue instituía para juzgar, pues para eso están los jueces institucionales, sino para indagar la suerte de los desaparecidos en el curso de estos años aciagos de la vida nacional. Pero, después de haber recibido varios miles de declaraciones y testimonios, de haber verificado o determinado la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención y de acumular más de 50 mil páginas documentales, tenemos la certidumbre de que la dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje”.

Quiero denunciar y recordar que algunos lo humillaron y profanaron ese texto. Néstor Kirchner cometió la herejía y la falta de respeto hacia la historia y modificó el prólogo del Nunca Más. Quiso quitarle peso a la acusación de Ernesto Sábato sobre el rol nefasto y funcional a la dictadura que tuvieron los Montoneros y el Erp que mantuvieron sus atentados y sus bombas durante la democracia y los gobiernos democráticos de Cámpora y Perón.

Otros prefieren pasarle facturas por su tristemente célebre reunión inicial con Videla cuando todavía ni la ficción podía ayudar a comprender la dimensión titánica del drama. Por todo esto, por sus grandezas y aún en sus errores, debemos decirle gracias, don Ernesto como Hemingway pero nuestro. Gracias por haber seguido firme pese a los golpes tremendos que le dio la vida. Por haber resistido viejito, de tanta angustia por las muertes más queridas a las que ahora está visitando. Hablo de su Matilde amor deja tus labios entreabiertos y su gran hijo Jorge del talento y la profundidad que a veces regresaba desde el más allá y le ponía esos anteojos oscuros que se convirtieron en un icono y lo hicieron cada vez más chiquito y cada vez más gigante. Jorge murió en un accidente automovilístico y eso le instaló un agujero en el alma.

A su Matilde supo llamarla, “Matilde de todos los tiempos, mujer bíblica”. En diciembre de 1990, se casó con ella “por iglesia” en su casa y la ceremonia la concelebraron dos obispos defensores de la libertad y los derechos humanos: monseñor Justo Laguna y Jorge Cassaretto.

En 1979 fue condecorado como “Caballero de la Legión de Honor” de una Francia que vigilaba que nadie violara los derechos humanos. Fue en Paris a donde huyó despavorido cuando vio de cerca las atrocidades del stalinismo y nunca más regresó a los dogmas del marxismo y el PC argentino que lo consideró un traidor.

Cinco años después la literatura lo reconoció con el premio “Cervantes”, en España. Pero su gran reconocimiento siempre fue en sus cumpleaños, cuando abría de par en par las puertas y las ventanas de la casa de Langeri 3135 y se transformaba en el más querido de los vecinos del barrio. Esa era su felicidad. Compartir con los argentinos de a pie su sabiduría sensible. Escuchar las voces del pueblo invadiendo su refugio. Esa siembra da frutos hasta la actualidad. De hecho, hoy, en tiempos de confinamiento y redes sociales, se supo que Sábato ganó un concurso mundial que se hizo para votar la personalidad más destacada de Tres de Febrero. Dejó en segundo lugar nada menos que a Luis Scola, de la generación dorada.

Don Ernesto, este no es un discurso funerario para pronunciar sobre héroes y tumbas. No es mi intención bañarlo en bronce y transformarlo en un prócer lejano y perfecto. No quiero hablar de su muerte. Usted sabe que nadie se muere hasta que se muere la gente que lo quiere. Y hay cada vez más gente que lo quiere. Son los que dispusieron que usted viva 100 años más. Vivirá eterno en el corazón de los lectores. Aunque decir que usted fue y seguirá siendo un escritor es como mínimo una simplificación que no lo define en absoluto. Fue físico e investigador, pintor, ensayista. No quiero dejar afuera tal vez su dimensión más importante. La de luchador a favor de la vida. La de militante en contra de todo autoritarismo. La de su austeridad republicana hasta para morirse. La de su honradez. La de romántico defensor de la pasión, según Sábato. Por eso sus libros son apenas una aproximación al tamaño de su estatura. Siempre comprendió como ser uno y el universo y diferenciar brutalmente entre los hombres y los engranajes después de atravesar el túnel de su primera novela.

Gracias don Ernesto. Por haber elegido las palabras frente a los números, la fantasía frente a la ciencia y la libertad frente a la noche. La última vez que lo ví me di cuenta que usted ya sabía que dios le había reservado, igual que siempre, sus santos lugares. Santos Lugares para vivir y soñar con el escritor y sus fantasmas. Santos Lugares para ir a descansar con sus huesos. Dicen que muchos seres humanos con un solo párrafo bien escrito, justifican su existencia. Si así fuera, en su caso, yo elijo este: “solo quienes sean capaces de sostener la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”.

Hijo de calabreses, tuvo diez hermanos. Su conciencia ciudadana flota en cada librería y biblioteca que no debe tener luto por su pérdida. En un océano de ideas, de belleza creativa y polémica es donde puede descansar aquel pequeño gran hombre que nos enseñó tanto como Nación.

Murió de madrugada y fue velado por sus vecinos en el club social y deportivo de todos sus días. Jaime Roos me ayuda a decir que “dicen que se fue/dicen que esta acá/dicen que se ha muerto/ dicen que volverá/. Me gusta decirle don Ernesto: usted es nuestra memoria colectiva.

Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre.