El país que soñamos con Messi

593

Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar/ quiero ganar la tercera/ quiero ser campeón mundial…

Este himno de todos ya quedó viejo. Ayer se cumplió un año y no quiero dejar pasar la oportunidad para hacer un humilde análisis socio político de lo que pasó. Aquella ilusión colectiva se convirtió en realidad y ya ganamos la tercera, ya somos campeones mundiales y jamás olvidaremos ese país entero que salió a las calles con alegría celeste y blanca.

Por fin fuimos felices. Los argentinos, envueltos en nuestra bandera transformada en camiseta, celebramos la alegría comunitaria. Levantamos nuestros brazos y nuestra autoestima. Cantamos y bailamos por el triunfo deportivo y también por la esperanza de una selección argentina de fútbol que si lo sabemos aprovechar, nos puede marcar el rumbo de los valores que debemos recuperar.

Por fin fuimos felices. Nos abrazamos con nuestros hijos, con amigos y compañeros de trabajo. Fuimos familia. Fuimos un pueblo en movimiento inspirados por jugadores que estuvieron a la altura de las circunstancias históricas. El Dibu Martínez, ese gigante del arco, lo dijo con sencillez. ¿Se acuerda?

Dieciocho millones de argentinos la estaban pasando mal, estaban por debajo de la línea de la pobreza y ellos, los jugadores, entregaron todo para parir aunque sea una alegría fugaz. Ahora son muchos más los que sufren. El desgobierno de Alberto, Cristina y Massa multiplicaron la pobreza y la indigencia. Pero en aquel momento había 18 millones de compatriotas quebrados por la hecatombe económica. Nuestros muchachos que reinaron en Qatar se motivaron para darle una sonrisa a los que sufrían y sufren tanto todos los días.

Por fin fuimos felices. Casi, casi que sin distinción de banderías. Por arriba de la grieta nos reencontramos unos con otros y comprendimos que se puede. Solo quedaron afuera los talibanes del chavismo K que son incapaces de pensar la vida colectiva sin la trampa y el oportunismo político. Pocas cosas nos emocionan y nos conmueven más que tener un objetivo común y lograrlo con los mejores valores. Este equipo se instaló en la gloria del recuerdo. En el Olimpo de los elegidos. Nos llenaron el alma

Por fin fuimos felices. Imaginamos que podemos construir un país a imagen y semejanza de la selección. Es la ilusión argentina de fútbol, como definió un relator de la tele. Entre los gritos de gol, el sufrimiento y las cábalas, pudimos soñar una utopía ciudadana. Una nación donde se fomente y valore el mérito, el esfuerzo y la dedicación. Donde nadie afloje a la hora de empujar para adelante. Valorando el talento descomunal y la experiencia de un Lionel Messi, un conductor que nos lleva de la mano. Pero no solo de individualidades y magias está hecha la trama de nuestra felicidad. Hay un equipo que transmite disciplina, ayuda solidaria, el juego asociado, salir a raspar y recuperar la pelota con los dientes apretados y avanzar con la frente alta, apuntando al arco. Como escribió Pola Oloixarac, este equipo “fue la única fuente de reivindicación de una nación que pierde sistemáticamente contra sí misma”.

Por fin fuimos felices. Porque encontramos una generación dorada de jóvenes maravillosos que nos garantizan un par de mundiales más en la cima de la alta competencia. Igual que aquellos caballeros en la vida y majestuosos en el básquet con Manu Ginóbili, hoy triplemente solidario con su querida Bahia Blanca, Fabricio Oberto, y el Chapu Nocioni, entre tantos.

Pibes transparentes en su habilidad de potrero y potencia física como Julián Álvarez, Enzo Fernández, Alexis Mac Allister o el mismísimo arquero total. Son liderazgos positivos. Nada tóxicos. Sirven de ejemplo para los pibes que los juntan en figuritas y sueñan con calzar sus botines. Son los padres que llenan el registro civil bautizado a sus hijos con nombres inolvidables: Lionel, Julián, Enzo, Alexis y algunos intentan ponerle Dibu a sus recién nacidos.

Adoro esa mixtura entre los más experimentados y la sangre nueva que explota en las hormonas. Esa manera de comprobar que todos somos útiles y necesarios si jugamos en el puesto adecuado y si interactuamos con honradez y desprendimiento. Como el genio de Messi que diseñó varias obras de arte colosales en la final mejor jugada y más dramática de la historia.

Casi casi, la perfección del fútbol.

Por fin fuimos felices. Derrotamos a todos los fantasmas y a los energúmenos que quisieron estigmatizar a un ex presidente acusándolo de mufa.

Una superchería típica de oscurantistas e ignorantes. Nadie trae ni buena ni mala suerte. La suerte se construye con el trabajo de todos los días, con un proyecto claro como el que instaló Lionel Scaloni con su humildad y su emoción a flor de piel. Sin escándalos ni bravuconadas. Pero sin dejarse humillar ni agachar la cabeza frente a las burlas y el maltrato naranja. Lo digo siempre para todos los órdenes de la vida. Para el fútbol y la ética política. No arrodillarse ante nadie. Pero tampoco hacer arrodillar a nadie. Todos somos iguales ante la ley y en un campo de juego. Los que desequilibran, los que ganan, lo hacen por sus capacidades en la competencia que respeta las reglas del juego, por su dedicación, por su sangre, sudor y lágrimas.

Por fin fuimos felices. Océanos de argentinos convocados por una pelota y un sueño pendiente. Un motor que nos empuja, que nos entusiasma y nos saca lo mejor de nosotros. Venimos muy golpeados por tanta miseria. Una desilusión cotidiana que nos hace dudar de nuestras posibilidades. Estamos en el horno, no lo podemos negar. Soportamos al peor gobierno de la historia, en su peor momento. Ellos se fueron sepultados por millones de votos pero no dejaron de fomentar acciones tóxicas que nos hundieron en el barro de los tiempos. Bancaron a dictadores y golpistas de cuarta, negaron y fogonearon la corrupción más grande del siglo, miraron para otro lado y defendieron a los delincuentes que nos arruinaron la vida y, como si esto fuera poco, tozudamente nos llevaron a un precipicio social y económico que explotó en inflación e indigencia. Eso no lo olvidamos. Esta realidad dolorosa es la que tenemos que derrotar por goleada, codo a codo con los mejores argentinos. Como hizo la selección argentina. Somos conscientes que se trata de una felicidad que nos duró solamente unos días. Que esas sonrisas de hace un año no borran los sufrimientos de ayer ni de mañana.

Hay una tercera estrella dorada que brilla en el pecho de nuestros muchachos. Hay un título del mundo que ganamos. Y hay un país que debemos construir todos los días.

Por fin fuimos felices porque las calles de nuestro bendito país se llenaron de esperanza. Como canta Diego, “Sé que las ventanas se pueden abrir/cambiar el aire depende de ti/ Sé que lo imposible se puede lograr/ que la tristeza algún día se irá.

Saber que se puede.

Querer que se pueda.

Quitarse los miedos. Sacarlos afuera.

Como la selección argentina. Como la ilusión argentina.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre