Hoy tenemos que celebrar el cumpleaños de la mejor voz de la Argentina. Y también, una de sus mejores conciencias éticas. Hablo del querido Jairo. Fue la música, la banda de sonido de una película de la vida contra la muerte, el himno de la democracia a la hora de su retorno para siempre. Con María Elena Walsh tejió su grito de Venceremos y el desafío de no tener miedo nunca más.
Hoy es urgente recuperar aquellos valores y firmar un nuevo contrato republicano. Para decir como siempre, Nunca Más a las dictaduras. Pero también, para llenar de contenido igualitario y honrado a la democracia. Y decir Nunca más a los ladrones y los autoritarios. Y la imagen de Jairo nos puede servir como ejemplo. Por eso, nunca me canso de repetir que Jairo es un artista descomunal y que representa en sus valores lo mejor de la cultura argentina. Su pluralismo y el arcoiris de su mirada fue capaz de cantar como Los Beatles y también de “robarle” una letra a Palito Ortega. De transformar algo festivo como “Corazón contento”, en una declaración de amor a su mujer que estaba peleando contra la muerte en terapia intensiva. Ahí le confiesa a Teresa que su vida comenzó cuando la conoció a ella. Conmovedor el texto y la voz. Desgarran el alma y mixturan lágrimas con felicidad.
Hace unos días y tal vez con la misma intención de inyectarse energía positiva, Jairo cantó en plena cuarentena y por zoom con sus cuatro hijos: Iván, Yaco, Mario y Lucía. Cada uno desde su casa. Entonaron una hermosa canción de amor y alegría llamada “Podría bailar contigo toda la noche”. Y su esposa, Teresita, seguramente pudo sonreír de esperanza en medio de su grave enfermedad.
Jairo es luz desde su nombre. Y por eso ilumina todo lo que toca. Son maravillosas las paredes que tira dentro del área con Daniel Salzano, que en paz descanse y que ojalá que cada tanto, pueda ir a ver a Talleres, tomar un café en el Sorocabana y pasear por La Cañada.
Hoy es su cumpleaños y este es un humilde homenaje a Marito González, un orgullo nacional y provincial.
Un día, Jairo, contó que de pronto, como un milagro, la negra Mercedes Sosa se le sentó al lado en su lecho de enfermo. El estaba en terapia intensiva, aturdido de medicamentos y calmantes, batallando contra la muerte. Mercedes se agachó y le cantó a Jairo al oído: “Duerme, duerme negrito, que tu mama está en el campo”. Cuando se recuperó, Jairo les dijo a sus hijos: “Pensé que me había ido para el otro barrio: escuché una voz celestial”.
En ese momento, yo pensé que después del paso de la Negra a la eternidad, la gran voz argentina es la de Jairo. Por su caudal incomparable, por su personalidad, por la transparencia de su corazón y porque es capaz de convertir en oro cualquier canción que caiga en sus manos. Un médico especialista en gargantas de cantores llegó a decir que las cuerdas vocales de Jairo eran fuertes como las piernas de un futbolista.
Confieso que vivo sus recitales en estado de felicidad completa. Pocas veces la emoción se hace catarata de excelencia musical. El orgullo de cantar el traje a medida que le compusieron Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. La poesía arisca y despojada de Don Ata que lo distinguió con su amistad y le hizo decir como declaración de principios: “Yo tengo tanto hermanos que no los puedo nombrar y una hermana muy hermosa que se llama libertad”. Y esa es la palabra, libertad, ese el emblema de lucha de todo artista popular insobornable como Jairo. Libertad para vivir y para crear. Libertad en las formas y en el fondo. Por eso hay pocos que cantan el himno o el Ave María como Jairo. Son como plegarias de coraje y bienaventuranza para su gente. Es como si se hubiera contagiado de la honradez y la humildad del médico de su familia, el ex presidente don Arturo Illia.
Una noche de gloria Jairo contó una vivencia estremecedora de su Cruz del Eje natal. Una madrugada su hermanita no paraba de temblar mientras se iba poniendo morada. Sus padres estaban desesperados. No sabían que hacer. Temían que se les muriera y fueron a golpear la puerta de la casa del médico del pueblo. El doctor Arturo Illia se puso un sobretodo sobre el pijama, se trepó a su bicicleta y pedaleó hasta la casa de los González. Apenas vio a la nenita dijo: “Hipotermia”. “No sé si mi padre entendió lo que esa palabra rara quería decir”, contó Jairo. La sabiduría del médico ordenó algo muy simple y profundo. Que el padre se sacara la camisa, el abrigo y que con su torso desnudo abrazara fuertemente a la chiquita a la que cubrieron con un par de mantas. “¿No le va a dar un remedio, doctor?”, preguntó ansiosa la madre. Y Arturo Illia le dijo que para esos temblores no había mejor medicamento que el calor del cuerpo de su padre.
A la hora la chiquita empezó a recuperar los colores. Y a las 5 de la mañana, cuando ya estaba totalmente repuesta, don Arturo se puso otra vez su gastado sobretodo, se subió a la bicicleta y se perdió en la noche. Tal vez esa sabiduría popular, esa actitud solidaria, esa austeridad franciscana lo marcó para siempre.
Y eso no lo priva de volar por Paris cuando canta en francés con su hijo Yaco al piano. Y el tema que escribió a modo de despedida y buenos deseos cuando su hija Lucía se fue a vivir a España. Y el recuerdo para Felix Luna con el antiguo dueño de las flechas que hace temblar el teatro y que todos llaman “Indio toba”. Jairo luce como una perla tanto en diálogo con Julio Cortázar en Champs Elysées como invitando a la Moña Jiménez a cantar en nuestro teatro Colón de Córdoba, a donde la Mona no podía entrar por pobre, morocho y cuartetero.
Jairo es un ejemplo. Siempre con la democracia. Siempre contra todo tipo de autoritarismo. Siempre la siembra y nunca la destrucción. Jamás un escándalo, una aflojada. Ética y estética con tonada cordobesa y cadencia de Montmartre. Al final no tuve más remedio que preguntarme por deformación profesional: ¿Cuántos Jairos necesitamos los argentinos para convertirnos en una Nación de ciudadanos? ¿Cuántos artistas populares resumen en forma tan contundente la identidad, la honestidad, la excelencia y el compromiso comunitario que tanta falta nos hace en todos los niveles?
Como hincha de Talleres que soy, el único defecto que le conozco a Jairo es que lleva los colores de Instituto en su corazón. Algo de la gloria siempre tuvo y tendrá, lo debo reconocer. Cruz del Eje se llama así porque el eje de una carreta de los conquistadores se utilizó para clavar un crucifijo sobre la tumba de un valiente cacique Comechingón. Allí nació el hijo de Ramón, el ferroviario riojano y Esther, la tana, en el barrio de La Banda.
Allí nació ese muchacho que deslumbro al mundo desde el Olimpia de Paris donde cantó 87 veces. ¿Escuchó bien? Este muchacho sencillo y amable cantó 87 veces en el Olimpia de Paris. Se atreve a todo porque le da el cuero y el talento para todo. Hace un tiempo largo, le dieron uno de los premios más merecidos: el Gardel a la trayectoria. Así se hizo gigante y se llamó Jairo. De ese nombre bíblico que en arameo significa iluminado fiel a este morocho argentino que cada día canta mejor y se parece cada vez más a Gardel.
Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre.