La cuarentena se está flexibilizando lentamente. Desde esta columna de psicología intentamos acompañar a los oyentes en las distintas instancias emocionales que vamos atravesando durante el confinamiento. La particularidades de cada uno son muchísimas, por supuesto, pero podemos distinguir algunos rasgos comunes que prevalecen.
Hace algunas semanas señalamos que los miedos tienen cierto correlato con la edad. Las personas de edad avanzada muestran mayor capacidad para gestionar el aislamiento por temor a enfermarse. Los adultos acataron el encierro, pero desde el principio comenzaron a sufrir ansiedad y angustia por el deterioro económico y la imposibilidad de trabajar.
El temor por el futuro económico impacta fuertemente en las edades que van desde los 30 a los 60 años, aproximadamente. Los más chicos y los adolescentes no conviven normalmente con el temor a la muerte o la enfermedad.
Lo que más padecen en este trance es la falta de interacción con sus pares: no poder divertirse, practicar deportes, ir a bailar, hablar de sus cosas entre ellos. Todo ese saludable intercambio que se da cuando se encuentran, escuchan música, se ríen, se abrazan, lloran y al rato se vuelven a reír.
Ahora bien, los psicólogos estamos empezando a identificar un grupo que atraviesa las edades, porque tiene que ver con ciertas particularidades previas que la cuarentena acentuó o consolidó. Me refiero a quienes encontraron en el aislamiento una zona de confort de la que no desean salir.
La primera lectura posible, lo que ellos dirán si se los invita a salir de sus casas para hacer las compras en negocios de proximidad o alguna salida similar, será: “Prefiero no salir, me da miedo enfermarme”.
Es cierto, todo sabemos que el virus circula cada vez más, que el área metropolitana está en el ojo de la tormenta, pero el discurso de estas personas comienza a llamar la atención: encontraron una zona de comodidad en el aislamiento.
La idea de poner a jugar todas las habilidades que implica la vida social los atemoriza, les genera inquietud, un cierto miedo a volver a aquella normalidad que quizás los disgustaba. Los trastornos previos pueden ser diversos y en muchísimos casos la amenaza del coronavirus los magnificó.
Pensemos algunos ejemplos: para alguien con tendencias a somatizar, esta dedicación monotemática de la sociedad a una enfermedad es como si de pronto el mundo les hubiese dado la razón: el peligro está ahí, es inminente. Entonces se repliegan sobre sí mismos y se resisten a romper el encierro.
En este tipo de cuadros subyace la ansiedad; el futuro se lee como una amenaza y aunque no puedan racionalizarlo, se traduce en miedo, parálisis, abulia, falta de voluntad de salir y acostumbramiento al encierro.
Otro cuadro típico que se acentúa durante la cuarentena es el de las personas con el TOC (trastorno obsesivo compulsivo) que pone el foco en la limpieza, la desinfección y la esterilización. Quizás algún oyente se sienta identificado en este momento, o conozca a alguien con este problema.
Si hace 20 años alguien nos hubiera explicado que teníamos que salir con barbijo, separarnos un metro y medio, no tocarnos, lavar meticulosamente todo lo que llega de la calle, dejar los zapatos afuera, lavarles las patitas a los perros y ponernos alcohol gel a cada rato lo habríamos mandado a hacer terapia. Hoy, esos mismos síntomas obsesivos quedaron naturalizados y se convirtieron en reglas de cuidado y convivencia.
Lo que hasta ayer era un ritual obsesivo, hoy es una muestra de responsabilidad. Pero eso no significa que los verdadero obsesivos hayan desaparecido. Al contrario, redoblaron la apuesta.
Multiplican los tocs de limpieza y desinfección a escalas inauditas, pero además, van evitar las situaciones de contagio de manera también obsesiva y no van a salir, porque además del coronavirus, existen todas las otras enfermedades anteriores.
La casa es un bunker donde mantener un precario control, pero control al fin. El miedo a perder el control de lo que puede entrar en el cuerpo o en la casa está más presente que nunca. Y las consecuencias de todo esto ya las estamos sintiendo: hay gente que la está pasando muy mal y que necesita mucha más atención de la que recibe.
El auto-aislamiento como forma de vida buscada es un trastorno psiquiátrico y tiene un nombre japonés: Hikikomori. En general las enfermedades tienen nombres en francés o inglés por los países donde fueron descritas por primera vez.
En este caso fue estudiado en profundidad en Japón, porque es el país con más personas, especialmente jóvenes, que presentan este cuadro tan singular, tan alejado del imaginario que la sociedad tiene de la juventud.
Por ahora vamos a dejar acá, el viernes hablaremos un poco más del Hikikomori, también de las agorafobias (miedo a los espacios exteriores) que se han agravado. Les voy a contar por qué creo que los más jóvenes necesitan imperiosamente opciones a esta cuarentena.
Y vamos a dar algunas pautas para bajar el nivel de miedo y empezar a pensar cómo será la vida con el coronavirus, ahora que las puertas se han abierto un poco más.