En primer lugar quiero agradecerles a los oyentes que me hicieron llegar sus comentarios por el cuento que leímos ayer acá, “El nido”. Entre los mensajes que recibí había uno que me sorprendió: el del editor del libro, Juan Safe, que publicó el cuento.
No puedo creer la cantidad de tiempo que pasó; fue en 2001. Era una colección, en el sentido, más estricto de la palabra, una colección de diez cuentos y diez ilustradores para homenajear al Diez.
Entre los autores estaban mi amigo Roberto Fontanarrosa, Dalmiro Záens, Martín Caparros, Pacho O´Donnell, entre otros, con las ilustraciones de Carlos Scanapieco, Alicia Scabino, etc.
Era un libro enorme que venía en una caja con las serigrafías firmadas por los artistas, grabados originales, que podías dejar dentro del libro o colgarlas en la pared. Venía además con un par de guantes blancos, para no alterar el papel, un papel que tenía la textura de la tela.
El libro pesaba como cinco kilos y costaba una fortuna. Era una tirada única de 500 ejemplares, de los cuales cien se distribuyeron en Europa y Japón.
Por esas combinaciones misteriosas de los algoritmos, cuando esta mañana me senté frente a la computadora, me encontré con una nota de aquel entonces, del diario El Mundo, de España, en la que me entrevistaban por la salida del libro en Europa.
Lo primero que me sorprendió fue que en aquel entonces, dije exactamente lo mismo que dije anoche en la tele, hablando, claro, de la muerte de Maradona.
Obviamente, yo no recordaba aquellas palabras que dije hace tantos años, en 2001. “El novelista Federico Andahazi escribió para esta obra el cuento “El nido”, el cual, según explicó el autor es “una síntesis de la épica de Maradona: un chico que viene de una villa, criado en la pobreza, y que se encuentra de pronto en la cima del mundo” (…) “A Maradona siempre lo quisieron confinar al silencio: que juegue al fútbol pero que no opine. Y yo lo quiero opinando porque me gusta ese carácter urticante que tiene, me gusta que le moleste a los poderosos, y, en definitiva, este carácter revulsivo lo debería tener la literatura”, señaló Andahazi.
Maradona es una metáfora de la Argentina. No sólo una metáfora; más aún, una advocación de la Argentina. Una advocación mezcla los componentes festivos, religiosos, iconográficos y la identificación con un lugar determinado.
Todo eso es Maradona: la fiesta que le regalaba al pueblo cuando no había nada que festejar por fuera del fútbol, la fe cuando no había nada en qué creer, el ícono cuando el país se quedó sin ídolos vivos y, sobre todo, el nombre de un país que, fuera del fútbol, estaba y aún lo está, en un camino de degradación sin fin.
Esa asociación del nombre de Maradona con el nombre de la Argentina es un albur que dice mucho de cada uno de nosotros. Igual que Maradona, Argentina es la peor enemiga de sí misma.
Igual que Maradona, Argentina quedó fijada en un pasado de gloria. Contemplamos ese pasado en las ruinas casi arqueológicas de las viejas escuelas públicas que eran palacios en los que se formaron los hijos de la oligarquía junto a los hijos de los inmigrantes pobres que llegaron con las manos vacías.
Vemos las ruinas de los hospitales públicos que eran castillos de lujo, fortalezas, en las que se atendían los aristócratas y los carreros de los suburbios. La imagen del pibe que salió de los fangales del sur y llegó a los más alto del mundo. Eso mismo fue en una época la Argentina a los ojos del mundo
Nadie hizo tanto como Maradona por demoler el pedestal que lo encumbró a Diego y lo hizo caer desde las alturas una y otra vez. El único que le cortó las piernas a Diego fue el propio Maradona. Una y otra vez, Diego tuvo que limpiar las manchas que Maradona le dejó a la pelota.
“La pelota no se mancha” es una frase que Maradona se decía a sí mismo, casi como un reproche. Igual que la Argentina, Maradona buscaba enemigos imaginarios para explicar la tragedia griega que protagonizó, el mito del héroe que él mismo escribió.
Ni la enfermera que lo condujo al control antidoping era parte de una conspiración internacional para dejar afuera a la Argentina, ni los hijos inesperados respondían a un plan de un grupo de mujeres pérfidas que querían quedarse con su fortuna, ni los chicos que buscaban un padre estaban manejados por madres inescrupulosas.
Pocos seres humanos tuvieron la posibilidad de escribir su propia historia como lo hizo Maradona. Siempre hizo lo que quiso del modo que se le antojó y con las personas que él y nadie más que él eligió.
De la misma forma, Argentina escribió su propio destino y su propia tragedia. No existen conspiraciones internacionales para que el país fracase, ni un imperialismo al acecho pendiente de darle siempre un zarpazo artero a este país lejano, ubicado en los confines del planeta y cada vez más invisible a los radares de negocios e inversiones.
Los gobiernos constitucionales que se sucedieron para enriquecer bolsillos propios y adelgazar arcas públicas fueron elegidos en elecciones libres por mayorías que votaron en primeros y segundos mandatos.
Los golpes militares también fueron gestados dentro de las fronteras del país, llevados adelante por argentinos y, de hecho, algún coronel que llegó a la Secretaría de Trabajo mediante un golpe militar, luego fue elegido varias veces en elecciones libres y fue proscripto otras tantas por militares como él.
Maradona es la Argentina. Es el hombre que lucha contra sí mismo. Es el país que atenta en contra de sí. Es el hombre que se destruye, que se levanta y se vuelve a hacer daño en un ciclo borgiano sin fin.
Es el país que pasa de la euforia a la desazón. Es el hombre, es el país que pasa del hambre al dispendio y del despilfarro a la miseria.
Hoy Maradona no tiene paz ni en sus propios funerales. No se dio paz ni lo dejaron en paz. Hoy aquellos mismos que lo idolatraron en vida, son los que no lo dejan en paz ni aun después de muerto. Es el funeral de un hombre que se parece mucho al funeral de un país.