Andahazi: “Los dos pilares del progresismo, un femicida y un defensor de la pedofilia”

1984

Siempre es bueno conocer el origen de las ideas por más geniales o, al contrario, por más disparatadas que parezcan.

Después de los cacerolazos en los que Alberto Fernández vio peligrar su tan popularidad, construida a fuerza de cuarentena y aislamiento, el gobierno dio marcha atrás con las excarcelaciones y, con unas extrañas volteretas en el aire, señaló como únicos responsables de esa evidente decisión política a los jueces. De paso, para no perder la costumbre, culpó también a la prensa.

La liberación de violadores, asesinos y secuestradores en medio de la pandemia fue un punto de inflexión para una sociedad ya bastante castigada por el aislamiento y el desplome de la economía. Mucha gente se preguntó qué hay detrás, qué pretenden al soltar criminales mientras a la sociedad se la condena a la reclusión.

La explicación, tal como dijimos, está en el mundo de las ideas, de las corrientes de pensamiento que se han convertido en las bases del progresismo bienpensante de los siglos XX y lo que va del XXI.

La imagen de Víctor Hortel, director del Servicio Penitenciario Federal durante el gobierno de Cristina, mientras bailaba con los presos disfrazado de hombre araña, es una de las postales inolvidables del kirchnerismo.

Detrás de esa supuesta incorrección política existe en estos militantes una fe ciega y acrítica a un canon infantil, universitario, divorciado de la realidad al que obedecen como a un dogma religioso.
Ante las críticas por la suelta de presos, los lactantes intelectuales de la Cámpora, con soberbia e ignorancia, mandaron a los “burgueses” a leer a Foucault.

Michel Foucault ha modelado el pensamiento progresista de un gran sector del derecho y de la psicología de este país, pero la pereza intelectual de estos progres de lechería los lleva a repetir mecánicamente conceptos como “panóptico” o “vigilar y castigar”, sin siquiera haber leído más de dos páginas de la obra de Foucault.

El lunes recordábamos que Foucault pidió al parlamento francés que dejara de considerar un delito mantener sexo con menores de edad. ¿Cuál era la vigilancia tan temida por Foucault? Que el Estado osara interrumpir a los pedófilos mientras abusaban de los niños.

Así lo explicó el propio Foucault: “Es muy difícil establecer barreras a la edad del consentimiento sexual, puede suceder que sea el menor, con su propia sexualidad, el que desee al adulto”.

El otro gran padre fundador del presunto progresismo tiene el lauro de haber sido un feminicida. Me refiero a uno de los intelectuales más respetados de la izquierda francesa, acaso el padre del marxismo francés: Louis Althusser. El marxismo siempre ha sostenido que la ideología debe ser reemplazada por la praxis, por la práctica. ¿Cuál fue la praxis más destacada de Althusser? Veamos.

La historia se inicia en el departamento universitario de la Rue D’Ulm. Todo comenzó con una masaje. En efecto, Althusser se ofreció a hacerle masajes en el cuello a su esposa. Por lo visto, el filósofo se entusiasmó.

En un arranque del más clásico pensamiento barredista (pronúnciese en francés) o monzoniano, el filósofo apretó y apretó hasta que sintió que los cartílagos del cuello de Helen crujían y la ahogaban. Ella quiso gritar, pero no pudo. El aire no le entraba ni le salía. La cara de la mujer pasó del rojo al blanco, del blanco al violeta, hasta que finalmente murió bajo la praxis del filósofo que decía detestar la opresión.

Las delirantes interpretaciones de los psicoanalistas de la época llenaron los diarios y revistas, y son la demostración de la estupidez y el peligro al que lleva extrapolar el análisis psicoanalítico, al punto de justificar un crimen horroroso, un feminicidio injustificable.

Aquellas mentes brillantes dijeron que al matar a Hélène, Althusser quiso sacarse de encima el peso del Partido Comunista, con el cual vivía en conflicto pero al que nunca abandonaba. También dijeron que ese acto fue la concreción del deseo de matar a su madre. Al pensamiento retorcido, acuñado en la matriz de Sade, le cuesta entender que, en general, las personas suelen resolver los problemas conyugales de otro modo.

Encerrado en diversos psiquiátricos, Althusser escribió: “El porvenir dura mucho tiempo”, un libro en el que habla de sí mismo, de su depresión, de su cobardía y confiesa haber sido un verdadero impostor, dice:
“Yo era tan sólo una existencia de artificios e imposturas, es decir, nada de verdaderamente auténtico, nada de real”.

Durante la Segunda Guerra mundial, Althusser mostró un comportamiento poco menos que miserable. Se entregó sin pelear a los alemanes y desarrolló una cierta comodidad en compañía de los nazis. Al referirse a ese pasaje de su vida, admite que sentía un terror total por combatir, inventaba enfermedades para evitar las misiones militares y afirma que le provocó alivio ser capturado por los alemanes.

“Me sentía en seguridad, protegido de todo peligro por la cautividad. Nunca pensé seriamente en escaparme”, dice textualmente, con cierta simpatía por sus captores nazis. Así ha construido el progresismo occidental esta mascarada de incorrección política y simpatía por el marginal, el que “empuja los límites de la racionalidad”.

Es notable la paradoja: los dos grandes íconos del progresismo mundial son un apologista de la pedofilia y un feminicida que se sentía cómodo entre los nazis. ¿Qué podía salir mal?