Andahazi: “Cuarentena y pensamiento medieval”

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Ayer hablamos del papel de las epidemias en el destino de las sociedades. Estos fenómenos hacen cimbrar las estructuras más profundas de una manera imprevisible. Es muy importante estar atentos, observar y denunciar los avances sobre la democracia y los atropellos a los derechos y garantías constitucionales.

Los muertos a causa del cumplimiento férreo de la cuarentena hablan de este carácter medieval en el que se inspira el aislamiento. Ayer dejamos el relato en el siglo sexto, en pleno brote de peste negra en el imperio Romano de Oriente, cuya capital, Constantinopla, perdió a uno de cada tres habitantes. Se la llamó la plaga de Justiniano porque el propio emperador casi encuentra la muerte.

Las grandes ciudades fueron el lugar preferido de la bacteria Yersia Pestis, pero también los campos de trigo y otros cultivos. Cuando los sembradíos quedaban abandonados se convertían en el lugar favoritos de las plagas de langostas.

Pueden imaginarse ese panorama de enfermos que morían en las calles y las nubes de langostas que asolaban lo poco que quedaba. Las teorías apocalípticas tomaron fuerza: todo se debía al comportamiento pecaminoso de los hombres; el final de los tiempos estaba por llegar, el apocalipsis era inminente.

Esto les va a sonar conocido: la recaudación impositiva bajó significativamente, el expansivo imperio bizantino debió frenar obras y hasta la corte redujo su habitual lujo y ostentación. En los retratos de aquellos años se los ve más austeros.

Por estas tierras y en nuestros días, los funcionarios, todavía se aferran a las suculentas dietas y sueldos. Pero volviendo a Constantinopla, en un momento los muertos superaron en número a hombres en edad de trabajar. Esto a todas luces supuso un colapso del sistema.

Los ejércitos quedaron diezmados, no podían defender los territorios y el imperio fue perdiendo extensión conforme avanzaba la epidemia entre los soldados. Como no había gente para trabajar, la escasa mano de obra era más cara y se disparó una inflación incontrolable.

Entonces se produjo la siguiente paradoja: escuchen y cualquier similitud con la realidad corre por cuenta de ustedes: nadie consumía porque la población estaba enferma o empobrecida, pero igualmente los precios subían sin control.

Y aquí viene lo fascinante de la historia, al contraerse el imperio romano de oriente, al retirarse las tropas enfermas, dejaron los territorios sin el control del poder central y así se replegaron sobre sí mismos pequeños reinos bárbaros que fueron tomando fuerza, cerrados, fuertemente protegidos y este es el inicio de una nueva época: la Edad media.

Cuando analizamos la historia, difícilmente detenemos la mirada en estos datos. Es interesantísimo seguir estas secuencias, porque una epidemia mata más gente que la guerra; de hecho, la gripe española causó más muertes que la Primera Guerra Mundial que fue, por supuesto, su caldo de cultivo ideal.

Aquella guerra de trincheras facilitó el contagio y la expansión del virus cuando los soldados volvieron a sus respectivas tierras. Pero volvamos a los bubos. Dijimos que la peste bubónica o negra explica el ocaso del imperio Romano de Oriente y el advenimiento de la Edad Media, pero las pulgas infectadas no saben de explicaciones políticas ni órdenes sociales.

Las condiciones de la propagación de la peste se diluyeron alrededor del año 750 para regresar 600 años después con una fuerza descomunal cuando los reinos medievales brillaban en toda Europa.

Así como esta vez el coronavirus encontró en los aviones un rápido vehículo de expansión, en aquella época el comercio con oriente estaba en pleno auge y Venecia era la vía de entrada de miles de barcos y comerciantes de todo tipo de productos exóticos: sedas, hilados, marfiles, pieles, pájaros extraños, porcelanas, piedras preciosas… y pulgas de rata negra.

Así las cosas, la muerte se apoderó de Europa, los feudos se cerraron aún más sobre sí mismos, las sucesivas cuarentenas hacían imposibles la comunicación y el tránsito libre y no había manera de llegar a Constantinopla. Esto explica también ese carácter tan particular que tuvo la Edad Media, esa cerrazón y ese poco intercambio en el que el forastero era visto como un peligro.

Además, como ya hemos mencionado, se culpó a los judíos de contagiar la peste, de manera que el asesinato de judíos y el racismo hacia cualquiera que fuese diferente se exacerbó al punto de que la gente mataba a sus propios vecinos a palazos. En Maguncia y Colonia, por ejemplo, se eliminó por completo a la colectividad judía.

Tal como había ocurrido en Constantinopla, ya no había gente para trabajar la tierra, el valor del trigo subió hasta las nubes. ¿Qué hicieron entonces? Desarrollaron la ganadería para ocupar menos mano de obra y poder tener alimento de calidad. Así se hizo más usual comer carne y criar vacas de manera extensiva.

Pero así como la peste parió la Edad Media entre los siglos 6 y 7, el nuevo brote marcó su final. Con más de treinta millones de muertos ya nada sería igual, la Iglesia nunca pudo responder por qué Dios se ensañó de esa manera con los hombres y muchos religiosos no estuvieron a la altura de las circunstancias. Y lo pagarían carísimo.

La semana próxima, te cuento el precio que pagó la Iglesia por la Yersina Pestis y cómo las murallas y el aislamiento resultaron inútiles a las puertas de una nueva época que empezaba a buscar explicaciones en el ciencia, en el pensamiento y no en la superstición.