Hoy se cumplen 20 años de aquél alarido de dolor y de luto de todos los argentinos. Eran las dos y media de la tarde y el doctor René Favaloro, frente al espejo del baño, apoyó la pistola y se pegó un tiro en el corazón. Dejó siete cartas pero solo una se hizo pública. Allí pide expresamente que sus cenizas sean esparcidas en el pueblito pampeano de Jacinto Arauz y dice que “queda terminantemente prohibido realizar todo tipo de ceremonias religiosas o civiles”. Releer hoy ese testimonio final estremece el alma por muchas razones. Cuando explica su drástica decisión, dice que “no ha sido fácil, pero si meditada” y pide que “No se hable de debilidad o valentía. El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable. Con ella me voy de la mano”.
Hoy se cumplen 20 años. Uno sueña con tener un poder especial, retroceder en el tiempo y darle un abrazo gigantesco. Atraparlo para que no se vaya. Ponerse a su lado y ayudarlo a luchar contra esa corrupción que le envenenó la sangre. Su carta debería leerse como un rezo laico. Escribió a minutos de matarse, que “Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento, como decía don Ata. No puedo cambiar”.
Se refiere a que todo su templo de excelencia científica y ética se estaba derrumbando porque se negaba a dar retornos y recibir coimas. Dijo siempre que no. Y es una palabra de dos letras capaz de producir revoluciones morales: No. No me corrompo. No banco corruptos. No me asocio con corruptos. No defiendo corruptos. No voto corruptos. No justifico corruptos. Ojalá que ese No gigantesco que Favaloro pronunció antes de morir, viva eterno en el corazón de su pueblo.
Esa carta herencia que nos dejó, es una radiografía de los delitos que le produjeron repugnancia en el campo de la medicina, los remedios y el ana ana, el Pami y los gremios. Le pido que escuche lo que Favaloro escribió sobre los sindicalistas: “Esa manga de corruptos que viven a costa de los obreros y coimean fundamentalmente con el dinero de las obras sociales”. ¿Escuchó eso? Favaloro lo denunció hace 20 años. Y no cambió absolutamente nada. Toda esa basura sigue igual.
Ese apellido ilustre, esa familia Favaloro hoy sigue peleando muy duramente contra la ignorancia, la injusticia, las enfermedades y los obstáculos económicos de todo tipo. Hablo de Liliana y Roberto Favaloro, los sobrinos de René o de Laura, su sobrina nieta, que siguen en la Fundación, aguantando todo tipo de tormentas.
El doctor René Gerónimo Favaloro fue uno de los argentinos más grandes de todos los tiempos. Hoy está en el cielo de lo mejor de la argentinidad. La técnica del bypass, su obra cumbre, está considerada como uno de las 400 más extraordinarias creaciones que cambiaron la historia. Casi no hay ejemplos similares en América Latina. Hoy que estamos embarrados por la mega corrupción y el autoritarismo que volvió a la Argentina, la figura de Favaloro y su leyenda nos mete aire puro en los pulmones y multiplica la esperanza de que podamos lograr de una vez por todas, un país a su imagen y semejanza, un país más justo para todos, sin ladrones ni golpistas.
Favaloro es un padre nuestro que está en los cielos. Yo no dejo pasar oportunidad para replicar su figura monumental. Porque hoy lo necesitamos más que nunca. Por eso no me canso de repetir esta humilde plegaria.
Al doctor de los doctores le gustaba decir que “el nosotros siempre estuvo por encima del yo”. Solidario hasta el dolor, como quería la Madre Teresa. Ante tanta vergüenza ajena por tanto latrocinio de estado y cleptocracia, recordar su emblema nos sirve como el mejor de los horizontes.
Escuchar su mensaje y su legado nos hace olvidar un poco de uno de los momentos más tristes de nuestra bendita Argentina que fue aquél día en que el doctor Rene Favaloro decidió abandonar este mundo. Justo el que salvó miles y miles de vidas. Justo él, que derrotó miles y miles de muertes, justo él. Solo, abatido, cansado de luchar contra la burocracia, los estafadores y la mediocridad, uno de los argentinos más venerados nos pegó un cachetazo brutal para despertar nuestra conciencia ciudadana. Justo él que vino a ofrecer su corazón generoso como ejemplo a toda la sociedad.
René Gerónimo Favaloro tuvo a lo largo de su vida la posibilidad de manipular dos de los elementos más nobles que existen sobre la tierra: la madera y los corazones. Y trabajó con respeto sobre ellos. Los mejoró con su precisión de cirujano y su sensibilidad artística de ebanista. Sus manos gigantes, manos como patios como dijo Horacio Ferrer de Aníbal Troilo, eran expertas a la hora de esgrimir las gubias que aprendió a utilizar en la carpintería de su padre y el bisturí que dominó como nadie. Favaloro era un artesano que trabajaba con las manos y el cerebro para resucitar corazones. Por eso todavía duele tanto su partida. Por eso su memoria nos interpela. Porque era un científico admirado por las elites intelectuales pero había sido parido entre los hombres más sencillos de La Pampa.
Su etapa de médico rural en Jacinto Arauz lo marcó para siempre. Le fortaleció las raíces y modeló su identidad. Salió en tren de la estación Constitución rumbo a Bahía Blanca. Llevaba un saco de lana tejido y reciclado por su madre. Doce años de su vida los dedicó a enriquecerse humanamente en el campo, ayudando a los que menos tienen, poniendo el cuerpo y las neuronas donde había más necesidades. Se hizo hombre del pueblo en la profundidad de nuestra patria. Aprendió a escuchar y valorar los silencios. Ese intenso color azul del jacarandá y los aromas de la salsa de tomate y hongos secos que era su especialidad a la hora de agasajar a sus amigos. Los recibía con una pasta amasada y cortada a cuchillo por él mismo, como si fuera hecho por un cirujano. El pueblito pampeano fue su plataforma de lanzamiento hasta asombrar al mundo y recibir todos los premios que se pueda imaginar. Todos lo condecoraron como uno de los grandes precursores de la cirugía cardiovascular de todos los tiempos.
En Estados Unidos desarrolló su obra maestra: el bypass o puente. Sacó del fondo de su alma su habilitad conseguida en el taller de carpintería de su padre y del pulso firme y minucioso de costurera de su madre modista. Ellos, trabajaban 14 horas por día, igual que su hijo. Hizo una clara opción por lo pobres y fue de una austeridad y una generosidad inmensa. Fue un hombre del pensamiento nacional y popular, siempre cerca de las grandes mayorías. Siempre decía que los datos de la mortalidad infantil y la concentración de la riqueza eran claves para medir a un modelo injusto que él llamaba Neofeudalismo. Fue un adelantado. Como si hubiera presentido lo que nos pasó en los 12 años de la era del hielo K. Jamás hizo nada ni por dinero ni por poder. Sus valores eran otros. Era de otra galaxia. Amaba la historia argentina y a San Martín. Su máxima felicidad era ir a pescar y alquilar un autito y dormir donde lo agarraba la noche. Y hablar de las cosas de la vida y de la muerte con los campesinos.
La vida lo castigó demasiado. No pudo tener hijos biológicos con María Antonia, su novia de la secundaria y su esposa de siempre. La muerte de Juan José, su único hermano lo atravesó como una puñalada a traición.
Jamás olvidaré el día que operó a mi viejo. Estaba tan delicado “el mayor” que, en Córdoba, nadie se atrevía a operarlo. Favaloro, en su consultorio de la avenida Belgrano, me dijo: “tráelo para acá” y puso manos a la obra. Después que salió del quirófano, con la camiseta y la frente transpirada, se sacó los guantes, el guardapolvo y me abrazó junto a mi madre y mi hermana. Recién salido de la batalla por salvarle la vida a mi padre, nos dijo: “Salió todo bien. Quédense tranquilos. Perdió poca sangre. El 93% que me corresponde salió bien. El 7% restante le corresponde a Dios y hasta ahí no llego”. Una ironía del destino. Favaloro nos garantizó 12 años de vida para los bypass que le había hecho a mi padre. Y el doctor murió hace 20 años y el paciente, gracias a Dios y a Favaloro, todavía está vivo y agradecido a ese gigante con sensibilidad y talento.
Todavía me resuenan sus palabras, su vozarrón campechano y esa caricia en el alma que nos hizo cuando nosotros éramos un pantano de dolor y angustia. Y hablando de Dios, recuerdo que la primera vez que vi una capilla ecuménica fue en la Fundación Favaloro. Un lugar de silencio y reflexión para sentarse a meditar y para que todos pudieran rezar a su Dios, a su religión o a la energía en la que creyeran. Hasta en eso la fundación fue un ejemplo de innovación, amplitud y no discriminación.
Rene Favaloro fue el mejor producto que salió del barrio El Mondongo. Se encendía su mirada cuando contaba cien veces los goles de Gimnasia y Esgrima y decía “fulbo”, como el más sencillo de los hinchas. Hoy lo extrañamos como nunca. Necesitamos de su molde. Para que nazcan argentinos de esa madera y con ese corazón. Militantes de la cultura del esfuerzo y la excelencia. Plantados sobre nuestra tierra. Con la ética, el mérito y la honradez como bandera.
Nosotros tenemos la obligación moral de recordarlo todos los días. Tal vez nos ayude a salir de este túnel de angustia que no producen todas las pandemias: la del coronavirus, la de la economía y la de la impunidad para los corruptos que el tanto despreciaba.
Favaloro nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre: San Favaloro de la Medicina Social, la ética y la Excelencia. Hoy lo necesitamos más que nunca para demostrar que no todo es corrupción, trepadores del poder, autoritarios y soberbios. Que la patria no se devora a sus mejores hijos. Que se puede ser argentino de otra manera. Como Rene Favaloro, que en paz descanse.
Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre