Los cuadernos de la corrupción de Cristina

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Diego Cabot, uno de los mejores periodistas argentinos, activó el botón de la memoria. Con un tuit, recordó que se cumplieron tres años de una tapa del diario La Nación que conmovió al país. Su rigurosa investigación había estallado en la justicia con 12 detenidos “en la mayor redada anticorrupción”. Así tituló el diario que además, mostró los cuadernos del chofer Centeno que hoy son las pruebas contundentes de la mayor corrupción de la historia argentina liderada primero por Néstor y después por Cristina.

Hace dos años, el 23 de setiembre, sin que se le caiga la cara de vergüenza, el candidato de entonces, Alberto Fernández dijo textualmente: “Nunca se encontraron los cuadernos. Solo contamos con fotocopias que, en el mejor de los casos, valen como meros indicios”.

Y un día aparecieron los cuadernos de la corrupción  de Cristina.

No hay antecedentes en la historia democrática donde una asociación ilícita liderada primero por Néstor y luego por Cristina haya saqueado al estado con tanta impunidad para enriquecerse en forma ilegal y colosal.

Lo único que cambió es que ya no le pueden llamar peyorativamente la “causa de las fotocopias”. “Fotocopias las pe…lucas” diría el gran Tato Bores. Están los cuadernos. Las pruebas físicas de papel y de cartón. La letra peritada del chofer Oscar Centeno que escribió prolijamente y minuto a minuto, la crónica del robo del siglo en la Argentina. Son cuadernos sin Gloria. Son los cuadernos que deberían hacerles confesar y pedir perdón a los kirchneristas que pagaron y cobraron coimas monumentales con dinero que le robaron al pueblo pobre de la patria.

Jorge Fernández Díaz lo llama “El Watergate impune”. En cualquier país democrático del mundo, estarían presos los principales responsables, es decir, los jefes y el cártel de los Pinguinos y los empresarios cómplices.

La cleptocracia está absolutamente probada por las confesiones ante los expedientes de 31 imputados colaboradores con testimonios y pruebas documentales que fueron ratificados por la Cámara Federal que confirmó su validez jurídica.

El fiscal Carlos Stornelli, hizo un trabajo riguroso de 678 páginas, que está repleto de medidas probatorias. Son 525 entre “oficios a organismos, informes de inteligencia, declaraciones testimoniales, pericias sobre computadoras o  memorias telefónicas, allanamientos y lista de vuelos oficiales”, entre otras.

Gente de la máxima confianza y cercanía de Cristina, Néstor y Máximo, como su contador Víctor Manzanares y 30 arrepentidos más dieron testimonios de todos los mecanismos del robo y de las coimas y del gigantesco enriquecimiento ilícito.

Todas estas denuncias fundamentadas fueron certificadas por la prueba recolectada. Cada palabra de esos cuadernos que hoy están en manos de la justicia fue corroborada por la realidad. No hubo inventos ni fantasías. Todas son dolorosas verdades.

¿Qué más hace falta para que nadie dude de que Cristina no es inocente ni decente?

La causa ya fue elevada a juicio oral hace 19 meses y sigue durmiendo en esos cajones que se convierten en féretros de la justicia. Una forma de refundar la política y resucitar la credibilidad de los tribunales, sería convertir este latrocinio a cielo abierto en una causa emblemática que nos sirva para decir “Nunca Más” a esos crímenes de lesa indignidad. Es solo una utopía republicana. Nada indica que eso vaya a ocurrir en el futuro próximo. Sería una revolución ética muy lejos de las preocupaciones de las grandes mayorías nacionales.

A las órdenes de Cristina, el cártel fue  liderado por tres organizadores: Julio de Vido, el gerente general, Roberto Baratta y Josesito López. A cargo del engranaje financiero, estuvo Ernesto Clarens y Carlos Wagner, fue el coordinador de todos los empresarios que participaron de la estafa. Le recuerdo que muchos de estos empresarios dicen que fueron obligados, extorsionados pero en muchos casos, ellos estaban felices de participar en esa cartelización nefasta. ¿Sabe por qué?  Porque no estaban obligados a competir, ponían el precio que más le gustaba y le cargaban sobreprecios de hasta el 50% o más en algunos casos y de allí, salían las coimas, el retorno, o como usted las quiera llamar. ¿Se entiende? Los empresarios no pagaban las coimas de sus ganancias. De ninguna manera. La sacaban de los sobreprecios. Por lo tanto todos los argentinos pagamos esos malditas retornos.

Estamos en un país con una fuerte instalación cultural del populismo facilista, corporativo y corrupto cuya religión es la trampa y la evasión. Por eso tenemos los dirigentes políticos que tenemos. Son paridos por nuestros riñones, a nuestra imagen y semejanza. No los importamos de Japón. Viven entre nosotros.

Por eso a Cristina solo le interesa apropiarse de la justicia y desde allí lograr su impunidad y saciar su sed de venganza.

La estafa de los pingüinos buitres tiene dimensiones monumentales. Y en muchos casos, está probado que ese dinero sucio e ilegal iba a tres lugares básicamente: a la quinta de Olivos, al departamento de Juncal y Uruguay y a la casa de María Ostoic, la madre de Néstor. Se sintieron tan impunes que dejaron los dedos pegados por todos lados.

Está claro que cuando Néstor se murió, Cristina, asumió la conducción política de su espacio pero también la gerencia administrativa de coimas, lavado y mega corrupción de estado.

Todos los caminos de la corrupción conducen a los cuadernos de Cristina. Está escrito.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre