Hoy se cumplen diez años de la muerte de Nelson Mandela. Nos conviene a todos mantener presente su ejemplo, su vida y obra y su conducta como líder a favor de la libertad y en contra de toda discriminación.
Las Naciones Unidas convirtieron el día de su nacimiento en un homenaje permanente “en reconocimiento al aporte que hizo el ex presidente de Sudáfrica a la cultura de la paz y la libertad”. Junto a la Madre Teresa y el Mahatma Ghandi, entre otros, son los líderes que más admiro del siglo XX.
Precisamente, una de las frases que Mandela solía repetir era de Gandhi: “Has de ser el cambio que buscas”. Y también: “Tienen que saber que los líderes son de carne y hueso. Si piensan que eres un mesías, sólo cabe la decepción”
Otra reflexión: “Si yo tuviese el tiempo en mis manos, haría lo mismo, otra vez. Lo mismo que haría cualquier hombre que se atreva a llamarse a sí mismo un hombre”.
Esta es una de las herencias conceptuales que dejó un gigante de la historia de la humanidad que murió a los 95 años. Nelson Mandela es un altar ante el que me arrodillo con gusto, respeto y devoción. Porque su cuerpo es un templo para rezar y pelear por los derechos humanos y la dignidad del hombre. Una suerte de santo laico para los olvidados de la tierra y todas las tribus religiosas del mundo. San Nelson Mandela de la Igualdad y la Libertad. Hijo de la negritud y padre de la patria diversa. Mandela ganó una de las grandes batallas de la historia. Venció al odio. Le quebró el espinazo a la discriminación. Expulsó de su tierra al ¨Apartheid¨, un régimen de supremacía blanca, como se autodefinían, superioridad de la raza, nazismo africano en estado puro.
Si tuviera que elegir un epitafio para la tumba de Mandela, me quedaría con Bertolt Brecht:
«Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida:
Esos son los imprescindibles”.
Estuvo 27 años preso. Muchos en una celda fría y húmeda donde solo podía dar tres pasos. Eso le metió veneno en los pulmones y tuberculosis para siempre. Acostado tocaba con su cabeza una pared y con sus piernas la otra. Había sido confinado a una celda como sus hermanos habían sido confinados a los guettos, unos barrios solo para negros, como si fueran de segunda selección, gente de carne y hueso pero considerada descartable por los salvajes fascistas. Mandela conmueve y se transforma en un imán para todos. Con su cabeza blanca, su piel negra y su corazón multicolor, su arcoiris de dignidad. Vi su cara de Mahatma Ghandi negro pintada en los muros del Harlem en Nueva York. Estaba abrazado a Malcom X, Martin Luther King y Desmond Tutu en la celebración callejera por el triunfo electoral de Barack Obama. Esas catedrales humanas de la fe y la lucha parieron a Obama. Jamás se hubiera consagrado un presidente negro en los Estados Unidos sin ellos. Jamás hubiera salido campeona del mundo la selección de Francia, integrada por tantos jugadores negros.
Fueron los sembradores del mañana que Obama, cosechó. Incluso llegó a decir que él se había dedicado a la política inspirado en Mandela.
El 11 de febrero de 1990 fue un día luminoso para el planeta. Una marea humana bailó en las calles celebrando la liberación de Mandela. El dijo que no se sentía profeta, solamente un servidor de su pueblo y así fue. Austero, generoso, dialoguista, fomentó la desobediencia civil, la resistencia pacífica y las huelgas pero no la violencia. Superó incluso sus propios resentimientos por haber estado diez mil días tras las rejas. Por eso, recibió el premio Príncipe de Asturias y en el 93, ganó el premio Nobel de la Paz junto a Frederik De Klerk. Al año siguiente, ganó las elecciones con el 62% de los votos y no aceptó postularse para la reelección que hubiera ganado con facilidad. Sonó un tiro para el lado de la justicia universal porque se convirtió en el primer presidente negro de su patria e instaló un gobierno de unidad nacional y la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Lo castigaron mucho desde los extremos radicalizados pero el pueblo sencillo se lo agradeció eternamente. Logró un estado multirracial e igualitario. No solucionó todos los problemas pero extirpó el cáncer moral del cuerpo social de Sudáfrica. Repasando su vida por los portales de la red vi sus fotos con todos los líderes políticos y figuras del mundo de la cultura y el deporte. Todos soñaron con conocerlo y pudieron lograrlo. Pero la imagen que más enternece y conmueve es la que está abrazado con su bisnieta Zenani, sangre de su sangre, etnia de su etnia, la negrita hermosa llena de trenzas que también pertenece al clan Madiba de la etnia Xhosa. Era la continuidad de Mandela. Porque a hombres como él no se los llora. Se los estudia, se los imita y se los reemplaza. Es especialmente impactante la camiseta con el número 46664 que Mandela se puso para ahuyentar los fantasmas que lo acechaban por las noches. Las pesadillas de aquel hueco donde lo encerraron con el número de interno capicúa del horror, 46664.
Hoy seguramente estará en el cielo de los buenos descansando en paz por toda la eternidad. Los más humillados y perseguidos se sienten un poco huérfanos.
El 18 de julio de 1918 en Mvezo, El Cabo, Unión Sudafricana, nacía como Roli lahla “el que sacude los árboles”, en xhosa, el idioma de su pueblo. A los 7 años, una profesora del colegio metodista al que lo enviaron sus padres, – nadie en la familia había ido a la escuela antes- , la señorita Mdingane, siguiendo una costumbre de aquellos tiempos, resabio de la influencia británica en la educación del país, le daría su nombre inglés, Nelson. Para su gente sería Madiba, la denominación de su clan. Con el tiempo, los años y la lucha, en su patria y en el mundo, alcanzaría simplemente con su apellido, Mandela, para honrar a uno de los gigantes de todos los tiempos.
En su legado conceptual hay que apuntar lo siguiente: “No creo que sea saludable que la gente piense que eres un mesías. Si lo hacen, sólo cabe la decepción. Tienen que saber que los líderes son de carne y hueso, que son humanos. Eso es lo que quiero que piensen de mí. Si te creen un salvador, sus expectativas son demasiado altas. Que piensen que eres un héroe, vale, pero una leyenda, no… Las leyendas son escasas; pero en la actualidad hay miles de héroes en Sudáfrica. Un héroe es un hombre que cree en algo, que es valeroso, que arriesga la vida por el bien de la comunidad”, fue la respuesta que dio al periodista Richard Stengel, con quien trabajó codo a codo a lo largo de casi tres años en su autobiografía, “El largo camino hacia la libertad”, autor también de “El legado de Mandela”.
“He batallado contra la dominación blanca y también contra la dominación negra. He anhelado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero lograr. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”. Ese texto conmovedor fue parte del discurso que pronunció en el Proceso de Rivonia en 1964, pero su alegato no le evitó la condena a prisión perpetua con trabajos forzados por traidor a la patria.
En el homenaje a la leyenda de Mandela podemos recordarlo con palabras de nuestros negros castigados: Mandela no murió. Apenas está dormido soñando con su pueblo. Duerme, duerme, negrito. Que si el negro no se duerme viene el diablo blanco y zas, le come la patita.
Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre