Andahazi: “Un traspié para la vacuna”

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En nuestras columnas de historia de los miércoles solemos contar experiencias del pasado que nos ayuden a entender el presente y, sobre todo, a vislumbrar un futuro posible.

Lo cierto es que la actualidad se parece cada vez más a un libro de historia. Esta pandemia que inaugura el siglo está produciendo miles de ensayos, artículos, documentales y a nosotros nos toca ser testigos y cronistas.

El desarrollo de la vacuna, las estrategias geopolíticas alrededor del virus, el crack de la economía mundial, el papel de la OMS, la cuarentenas eterna, sobre todo en nuestro país, la enfermedad en el Tercer Mundo, la pérdida de derechos en medio de una emergencia sanitaria, el derecho a la salud, en fin, serán los tópicos principales de la ciencia, la filosofía y la historia del conocimiento.

Estamos escribiendo el libro de historia del coronavirus en tiempo real y esta semana nos encontramos con un capítulo desalentador.

Ayer el laboratorio anglo-sueco AstraZeneca, que junto a la Universidad de Oxford lleva la delantera en la investigación entre las 6 vacunas que mejor se perfilan, dio una mala noticia: suspendió los ensayos de la vacuna contra el Covid19.

Esta vacuna se encuentra en fase 3 de investigación, lo cual significa que miles de personas las están recibiendo en distintos países del mundo. Fue precisamente en Inglaterra donde un voluntario tuvo una “reacción inesperada” que generó un “grave efecto adverso”, según el propio comunicado de AstraZeneca.

Pero el laboratorio no fue más allá en las explicaciones. Los datos los reveló The New York Times; de acuerdo con un artículo que se publicó hoy, este voluntario desarrolló una severa enfermedad de la médula espinal llamada “mielitis transversa”.

Aún no sabemos si la mielitis se produjo a causa de la vacuna o pudo tener otro origen. Pero lo cierto es que se encendieron todas las alertas científicas. Como suele ocurrir en estos casos, el laboratorio puso paños fríos.

No confirmó las versiones de mielitis transversa y se limitó a explicar que se trata de “una pausa voluntaria”, durante la cual un comité independiente revisará los datos de seguridad de este “único evento de una enfermedad inexplicable”. Este mismo comité dará la orden de reiniciar las pruebas cuando lo juzgue adecuado y seguro.

Por supuesto, son idas y vueltas dentro de una investigación compleja que en otras circunstancias, no saldría en los diarios y ocuparía sólo las páginas de publicaciones especializadas.

En este contexto internacional todo los que se refiera al coronavirus es primera plana. Desde hace mucho tiempo las vacunas están asociadas a diferentes opiniones y a muchas habladurías.

Lo cierto, es que desde que la ciencia desarrolló el principio de la vacuna, las enfermedades infecciosas dejaron de ser la principal causa de muerte en la población mundial.

Esto, por supuesto, no las deja exentas de marchas y contramarchas: como toda investigación científica rigurosa deben avanzar con muchos recaudos y estrictas normas de seguridad, a las que ni Rusi ni China parecen muy afectas: avanzan sin completar las fases correspondientes.

La vacuna contra la tos ferina o coqueluche es una enfermedad que ya mucha gente no recuerda. Se trata de una patología infecciosa del sistema respiratorio, gravísima sobre todo para los bebés. Casi 50 millones de personas se enferman de tos ferina por año y alrededor de 100 mil mueren.

Resulta impactante escuchar estas cifras, nadie cuenta en los noticieros las muertes por coqueluche, pero ahí están. Y lo más triste es que esta enfermedad tiene una vacuna segura y probada que está muy lejos de ser nueva: la vacuna de tos ferina se descubrió en 1940 y salvó millones de vidas, pero en la década del 70 sufrió un ataque.

Se publicaron notas y testimonios que daban cuenta de espantosas consecuencias de la vacuna. Decían que provocaba complicaciones en el sistema nervioso de los bebés con secuelas permanentes, y hasta la marcaron como la responsable de la muerte súbita del lactante.
La vacuna fue altamente desacreditada, y muchos brotes de tos ferina se podrían haber evitado si estas teorías no hubiesen trascendido.

Lo cierto es que estudios genéticos muy posteriores demostraron que las patologías encefálicas de cierto número de lactantes habían estado relacionadas con el síndrome de Dravet y no con la vacuna.

De esta forma la vacuna contra coqueluche se sigue administrando y evitando que más de medio millón de chiquitos mueran por año en el mundo.