Los episodios más poderosos de la historia dejan siempre una imagen que se convierte en el ícono de una época.
Por ejemplo, la foto de Kim Phuc, la niña vietnamita que corre desnuda en la guerra de Vietnam; las torres gemelas en llamas aquel 11 de septiembre o el óleo de Manuel Blanes “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires”, son apenas tres ejemplos de esas imágenes que nos atraviesan el corazón y la memoria.
Hoy vamos a hablar de ciertos personajes extraños que son símbolo del terror: visten túnicas negras, picos de pájaro, sombreros negros y un bastón de madera. ¿Quiénes son? Muchos de ustedes habrán visto un disfraz así entre los clásicos personajes del Carnaval de Venecia o simplemente el antifaz con pico.
Es la imagen icónica que representa la peste negra y el equivalente histórico al equipamiento de máxima seguridad que hoy necesitan nuestros médicos y enfermeros para no contagiarse el coronavirus.
¿Que tiene que ver el Carnaval de Venecia con el barbijo N95, las gafas acrílicas, el camisolín y las cofias descartables? A cada época le corresponde un saber, un determinado nivel de conocimiento y así como ahora contamos con esta tecnología de protección, durante la Edad Media las creencias eran otras. Por ejemplo, no se sabía que el vector de la peste era la pulga de la rata negra.
Cuántas desgracias se habrían evitado si hubiesen combatido a las ratas en lugar de convocarlas: los monjes flagelantes las atraían con la sangre que brotaba de las heridas que se producían a fuerza de latigazos.
Como además creían en el miasma, los vapores que viajaban en el aire y contagiaban, Charles DeLorme, un médico francés, ideó esta particular vestimenta para los médicos que trataban la peste bubónica; se llamaba “Il dottore della peste”.
“Los doctores de la peste” eran una categoría dentro de la medicina. A veces tampoco eran médicos, pero eran los encargados de tratar a esos pacientes terminales que caían como moscas, al punto de que en Europa la población se redujo a la mitad.
La peste era tan poderosa que no podían arriesgar a todos los médicos formados en la Universidad. Entonces las ciudades acudieron a estos “médicos comunitarios o empíricos”, con los estudios a medias, más formados que los actuales “médicos” cubanos pero menos que los cirujanos, para que asistieran a los apestados.
Con el tiempo y el avance de la enfermedad los dottores della peste comenzaron a ser profesionales muy valorados, no como los actuales cubanos que no los quiera nadie, eran requeridos en todas las ciudades y hasta se robaban los dottores entre los pueblos.
Durante la Edad Media las autopsias estaban prohibidas. Sólo los dottores della peste estaban autorizados, sólo para buscar la cura, cosa que, por supuesto, nunca lograron. Ahora bien, ¿qué llevó al Dr DeLorme a ponerle un pico a las máscaras que usaban?
Para explicar esto tenemos que volver sobre el paradigma científico de la época y todo lo que sabían o, como en este caso, ignoraban: la máscara con pico de ave llevaba adentro paja y sustancias aromáticas para purificar el miasma responsable de la enfermedad. Es decir, un filtro. Si el dottore respiraba el aliento del enfermo, se contagiaba.
La paja hacía de cedazo y las sustancias aromáticas ayudaban al médico a soportar los hedores de los bubos infectados. La máscara también tenía lentes para evitar las emanaciones en los ojos. El pico, de paso, obligaba a una prudencial distancia entre dottore y enfermo; el bastón de madera servía para evitar el tacto directo del paciente, se lo podía mover sin necesidad de tocarlo.
Visto desde acá, parece poco delicado que el doctor toque con un palo a los pacientes. Pero era eso o nada. Los pobres apestados eran, en muchos casos, abandonados en una espantosa agonía de fiebre y convulsiones y sólo el dottore acercaba algo de sosiego: sangrías, sanguijuelas y no mucho más. Nada sabían realmente de la enfermedad producida por la bacteria “yersinia”.
El traje se completaba con una túnica encerada, para que el miasma resbalara, y un par de botas.
Pero el sacrificio les rindió frutos a estos abnegados hombres pájaro: muchos de ellos ganaron mucho dinero, mientras las ciudades más importantes se disputaban sus servicios: Venecia, Barcelona, Pavía, París, todas querían a los mejores y muchos pasaron a la inmortalidad como los anatomistas Paracelso y Giovani de Ventura.
Fue recién en 1894 cuando dos científicos dieron con la bacteria casi simultáneamente durante un nuevo brote en Hong Kong: el japonés Kitasato Shibasaburò y el franco suizo Alexandre Yersin, por quien finalmente fue bautizada: Yersinia Pestis.
Los antibióticos nos salvaron de la peste negra, pero, como dije, esos hombres pájaro quedarán para siempre como símbolo de nuestras peores pesadillas colectivas. ¿Cuál será el símbolo del coronavirus? No lo sabemos, pero esperamos que surja pronto y la enfermedad sea apenas un recuerdo.