Andahazi: “Doble discurso y desequilibrio emocional”

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Ayer hablamos de la foto que publicó Alberto Fernández posando junto al clan Moyano sin barbijo ni respeto por la distancia social, al mismo tiempo que impedía que un padre pudiera darle a su hija el último abrazo.

Mencionemos, de paso, que Moyano y su esposa están siendo investigados en diversas causas que van desde lavado de dinero, evasión, facturas falsas, medicamentos adulterados en la obra Social de camioneros, entre otras delicias.

Pero, además, como hemos visto, los sindicalistas que responden a Moyano no se privaron de nada durante el confinamiento: bloquearon la salida de los camiones de Mercado Libre para impedir que la gente encerrada en sus casas pudiera encontrarse con los productos que no podía obtener de otra forma.

Dinosaurios contra unicornios. Aprietes, extorsión, patotas violentas a cara descubierta: nada de todo esto que vemos a diario ha sido un obstáculo para que el presidente dijera que “Moyano es un dirigente gremial ejemplar”.

La foto del domingo, tal como decíamos ayer, fue una bofetada a la memoria de los 7.000 muertos, los 350.000 contagiados, los muertos y desaparecidos por la violencia estatal en nombre de la cuarentena y a todos los que perdieron el trabajo o debieron cerrar sus empresas o comercios.

Con esas sonrisas cínicas, el presidente y el clan borraron con un flash todas y cada una de las recomendaciones de los infectólogos que tanto escucha Alberto y de paso nos recordaron que los decretos presidenciales están hechos para los giles como nosotros.

La Revolución Francesa ocurrió hace más de 230 años, pero esta gente no se enteró que el soberano es el pueblo. Este uso de un doble discurso en este marco histórico enloquece a una población empobrecida y angustiada, que ve cómo se cercenan los derechos que tanto costaron conseguir.

El doble discurso, tanto en la política como en los vínculos domésticos o laborales, se llama, lisa y llanamente, abuso de poder. Y eso es exactamente lo que estamos padeciendo los argentinos.

El doble discurso descoloca al receptor, le genera un desajuste de la percepción. Entonces sobreviene el temor y la sensación de que esa realidad nos supera.

Volviendo al caso de la foto de Fernández con el clan Moyano, el razonamiento de cualquier ciudadano funciona de este modo: “Hace 5 meses que no veo a mi madre, mi tío está en un geriátrico y no puedo visitarlo, mis hijos cortaron su vida social y ven a sus maestras en una pantallita. No puedo abrir mi restaurante, pero Moyano, a sus 76 años, anda a los abrazos, sin barbijo, y Fernández, cuya responsabilidad es encabezar el Ejecutivo por elección popular no demuestra el más mínimo cuidado de su salud”.

Ya sabemos que el presidente no cultiva la coherencia, que Alberto tiene el codo manchado con la tinta de lo que escribió el día anterior, pero esta foto tan reciente genera un doble discurso muy difícil de asimilar.

El doble discurso nos habla también de una gran impunidad. No cualquiera puede hacer uso de un recurso tan agresivo que anula al otro. En general una persona sin ningún tipo de poder que pretende tener un doble discurso es inmediatamente llamada a corregirse.

Sostener un doble con esa sonrisa cínica es lo mismo que decir “soy absolutamente impune y hago lo que quiero y como quiero”.

Detenciones arbitrarias y muertos por violencia institucional, mientras se habla de la enorme preocupación por la salud de los argentinos, cierres de fábricas y desempleo, al mismo tiempo se acusa al gobierno anterior de querer la muerte; acusaciones de dudoso gusto, como “aluvión psiquiátrico”, a quienes osaron levantar la voz, cuando era el Presidente el primero en pedir que si se equivocaba salieran a la calle a recordárselo; la mordaza que se intenta poner a la prensa en la reforma judicial, talle Cristina, mientras el Presidente se jacta de ser un abogado demócrata, defensor del Estado de Derecho e hijo de un juez.

Pero el doble discurso no es patrimonio exclusivo de los políticos. Donde hay relaciones de poder y gente manipuladora puede aparecer el doble discurso como una herramienta más de sometimiento con el claro afán de descolocar al otro y enajenarlo.

En la crianza, cuando los padres practican el doble discurso, pueden provocar un daño enorme en la psiquis todavía inmadura de esos chicos que crecerán en la arbitrariedad y la falta de valores claros.