Desde que empezó la cuarentena intentamos invitar a los oyentes a pensar e impedir que el barbijo nos tape los ojos. Todos los días nos consultan cómo sobrellevar este momento angustioso y sin horizontes claros.
Muchos me hablan de un estado de ánimo cambiante, inestable, de cierta ciclotimia; otros mencionan problemas de convivencia e irritabilidad.
Hay quienes sufren de un nivel de ansiedad inmanejable, dicen que las tareas de los chicos resultan una sobrecarga difícil de llevar, y otros se sienten fuera de eje; no se reconocen a sí mismos fuera de su trabajo y su actividad regular, como si se miraran al espejo y vieran un extraño.
Pero últimamente podemos notar un hartazgo generalizado, una especie de cansancio del encierro que se combina con la preocupación del futuro económico. En muchos lugares la cuarentena se ha flexibilizado, se han abierto algunos comercios e industrias y han habilitado algunas actividades recreativas.
Todo esto generó más “permisos”, pero también nuevas inquietudes y puso el acento en las contradicciones y en la incertidumbre. Cada vez con más fuerza, tendremos que hacer valer nuestra responsabilidad cívica y eso requiere de ejemplaridad.
Hasta ahora el gobierno se blindó con un escudo de infectólogos y epidemiólogos. Fue muy efectivo en un comienzo, pero luego las fisuras del plan comenzaron a hacerse visibles y palpables. ¿Cómo nos recuperaremos de esta crisis, la mayor de la región?
Se instruye a la población para que aprenda a salir del encierro. Tapabocas, escafandras, barbijos, alcohol gel, distancia social, colas fuera de los locales, turnos para ir al banco, lavado constante de manos: de pronto debemos respetar y hacer respetar decenas de normas nuevas con un gran costo social, porque muchos siguen sin poder trabajar ni ver a amigos o familiares.
“Si le llevo remedios a mi mamá, ¿puedo quedarme a tomar un café con ella sin abrazarla?”, me preguntó hace unos días una amiga. Le respondí que no, que su mamá es grande, que no la ponga en riesgo. Pero inmediatamente después vi a un dinámico Alberto Fernández que viajó a Formosa y se abrazó aàsionadamente con Gildo Insfrán porque, como dijo, es un “modelo de gobernador”.
Pero como la madre de mi amiga no es un modelo de gobernador, no se la puede abrazar. Luego viajó con una comitiva de ochenta personas a Villa La Angostura, tierra libre de coronavirus donde sus habitantes han cumplido la cuarentena a rajatablas, y allá visitó a políticos locales, se sacaron fotos, comieron asado, en fin, no se privaron de todo aquello que le prohíben al resto de los mortales.
Ahora los dirigentes K de la Villa que acompañaron a la comitiva dicen que entrarán en cuarentena. ¿Era necesario ese despliegue de contradicciones y doble mensaje? ¿Hay un doble standard? ¿Cómo tienen la autoridad para decirle a la gente que se queden encerrados en sus casas, mientras ellos hacen ese grosero proselitismo en pueblos de provincias donde no hay infectados?
Frente a estos privilegios, todos sentimos profunda incomodidad emocional que provoca la injusticia. La arbitrariedad acerca de qué podemos hacer y qué no, nos pone en un rol infantil que a muchos les molesta y cuando, además, las reglas son distintas si se es un ciudadano común o un funcionario ya resulta demasiado.
La gente no quiere un padre, una madre ni un tutor o encargado, sino funcionarios en los tres poderes del Estado. Y hoy sólo funciona a pleno el Poder Ejecutivo. Hemos aceptado que vivimos un tiempo de incertidumbre generalizado, pero hay cosas que van más allá de los derechos que podemos resignar como soberanos.
El papel de la OMS (Organización Mundial de la Salud) en este sentido es lamentable: los tapabocas eran riesgosos y luego pasaron a ser indispensables y de uso obligatorio. Los asintomáticos eran el riesgo mortal de la sociedad, por eso había que encerrarse en una cuarentena medieval, pero ayer nos dijeron que no, que los asintomáticos no transmiten el virus.
Y hoy de nuevo representan un peligro mortal. La Dra. Maria Van Kerkhove, de la OMS, hoy se desdijo y argumentó que se trató de un “malentendido”, que sólo se basó en dos o tres estudios.
¿Serán conscientes lo que esto le está costando a la humanidad en salud emocional, vincular y económica? ¿Sabrán estas personas que dirigen nuestras vidas que estos niveles de estrés y ansiedad también repercuten dramáticamente en la salud física y en el comportamiento social?
La inquietud y la incertidumbre están unidas al desconocimiento y el miedo que provoca el futuro. Todos sabemos que el futuro nos acerca a la muerte, pero también asociamos el porvenir a la realización personal y a la concreción de proyectos.
Cuando se nos truncan los objetivos y los proyectos quedamos a merced de la ansiedad por un futuro amenazante e incomprensible. Y los que tienen el poder parecen aprovechar esa angustia social y al mismo tiempo ignorarla.