Mañana la cuarentena se ganará con justicia su nombre: se cumplirán los 40 días de aislamiento. Pero todo indica que se extenderá varios días más. En las principales ciudades, los gobernadores y los intendentes desestimaron completamente la posibilidad de permitir ciertos paseos para descomprimir un poco el agotamiento del encierro y darles, sobre todo a los más chicos, la chance de dar una vuelta manzana.
Esto no será así; la mayor parte de los argentinos cumple un aislamiento que nos obliga a compartir las 24 hs del día con los convivientes.
Lo digo de esta forma porque no todos viven en una familia modelo clásico: mamá, papá y dos chicos. Se sorprenderían si supieran cuantas formas de vínculos y convivencias existen y, más aún, cómo la cuarentena forzó ciertos acuerdos de convivencia para afrontar el momento tan particular.
Conozco decenas de ejemplos de primera mano: parejas divorciadas que están conviviendo para que ambos puedan estar con los chicos y ayudarse; abuelos muy mayores que debieron instalarse con sus hijos y familias porque no podían quedarse solos tanto tiempo; parejas más o menos recientes que apuraron la convivencia; personas que estaban de viaje visitando familiares y quedaron en una convivencia forzada en una ciudad que no es su lugar de residencia; en fin, miles y miles de ejemplos y muchos de ellos se alejan del modelo de familia tipo en la que papá ayuda a hacer la tarea a los chicos mientras mamá prepara una torta.
La constante inevitable que atraviesa todas las formas de vínculos es la conflictividad. Más o menos latentes, más o menos expuestos, más o menos manejables, los conflictos existen, nos dan la oportunidad de resolverlos y hasta de ignorarlos, pero están.
La convivencia constante y la imposibilidad de vincularse con otras personas y poner a jugar otros roles, nos propone otros desafío más en esta cuarentena, como si fueran pocos.
La conflictividad, incluso, aumenta en áreas donde no era usual sufrir desencuentros, pero es lógico: de pronto nos encontramos ocupando espacios reducidos, haciendo turnos para usar determinados artefactos vitales como la computadora, rogando a los adolescentes que no ocupen tanto ancho de banda o esperando a que la abuela salga del baño.
No es fácil. El encierro aumenta la irritabilidad y en muchos casos también pone en evidencia fisuras existentes que se pasaban por alto en el trajín cotidiano. Por otra parte, todos tenemos formas de descargar tensiones, ansiedad y nervios; muchas de esas formas suelen estar asociadas a ciertas actividades al aire libre o en un determinado espacio.
Por ejemplo, para las cientos de miles de personas que practican ciclismo, maratonismo, danzas, deportes, etc., esto no es sólo un obstáculo en su entrenamiento, representa mucho más y la tensión aumenta.
Es importante saber y asimilar la idea de que todos estamos siendo sometidos a un estrés particular y para ciertas franjas etarias es mucho más difícil de procesar.
¿Cómo congeniar la convivencia en una familia en la que el hijo adolescente está desesperado por salir a la calle con sus amigos, los padres están preocupados por la situación económica porque su comercio permanece cerrado y la abuela que vive con ellos tiene miedo de contagiarse el coronavirus?
¿Alguien podría decir que uno tiene más razón que el otro de estar angustiado? Son diferentes ópticas desde donde se ve la realidad y todas generan sufrimiento. El primer error sería invalidar o suponer que el otro tiene menos motivos de preocupación o padecimiento.
En estas condiciones de encierro, cuando aparece un conflicto suele hacerlo de manera explosiva: peleas, discusiones, reproches, silencios hostiles, desplantes. Y, claro, con el aislamiento no hay forma de descomprimir. Con lo cual la primera sugerencia es: tratemos de controlar la magnitud de la respuesta.
¿Qué quiero decir? Si me molesta que los chicos dejen las carpetas en la mesa de la cocina y todo los días tengo que pedirles que las saquen, antes de enojarme, gritar y retarlos tengo que pensarlo dos veces. Los chicos están cursando en escuela virtual, esto es muy difícil; organizar el tiempo y el espacio para ellos es una gran tarea.
Antes de ponerme furioso puedo probar cómo ayudarlos, ver en qué espacio de la casa pueden trabajar sin interrumpir la dinámica familiar. Es un ejemplo sencillo pero debemos tener presente que lo que estamos viviendo está lejos de ser “ideal” es lo que “hay” y debemos gestionar este situación impensada.
Paradójicamente es una gran enseñanza para los chicos. Una gran oportunidad de que experimenten que la vida nos enfrenta a situaciones en las que tenemos que inventar nuevas herramientas y modificar costumbres, porque todo puede cambiar.
Por hoy vamos a dejar acá, el viernes vamos a profundizar en la conflictividad en la pareja, cómo sobrellevar la irritabilidad y cómo sobrevivir a esta convivencia 24×7.