A Zaffaroni se le zafó el gorila interior. Ese mismo gorila que lo llevó a ocupar distintos lugares de poder: en 1969, durante el golpe militar de Onganía, fue designado camarista y juró lealtad al Estatuto del régimen.
El mismo gorila que hizo que Videla lo nombrara juez de la dictadura. Fue ese gorila interior que lo llevó a escribir “Derecho penal militar”, un libro de 1980 que justifica el golpe de Estado y el genocidio.
Hoy, a Raúl Zaffaroni se le volvió a escapar el gorila. Con el léxico propio de los gorilas más recalcitrantes, se refirió al “populacho”, término adoptado por el antiperonismo más furibundo para describir a quienes protagonizaron el 17 de octubre.
En efecto, el ex juez de la dictadura, dijo que: “El discurso de Berni es el del populacho vindicativo”. Lo nuevo no es el carácter gorila de Zaffaroni; lo asombroso es su reciente disfraz peronista.
Es memorable la sentencia en la que el ex miembro de la Corte Suprema, escribió a propósito de una violación: “La fellatio no es acceso carnal”, y, más adelante, “el hecho imputable se consumó a oscuras, lo que reduce el contenido traumático de la vivencia para la menor”.
¿Cuál es el nexo entre Zaffaroni y Néstor Kirchner? Ciertamente no se trata sólo del oportunismo de ambos para alcanzar y permanecer en el poder. Los dos tienen un viejo vínculo con los violadores seriales y un afecto particular por los servicios de inteligencia de la dictadura militar.
Corría el año 1982. Una noticia sacudió a Río Gallegos: una adolescente había sido violada. No era frecuente que en Santa Cruz sucedieran ataques sexuales. Los datos que corrían de boca en boca eran escalofriantes: la violencia de la agresión y el aterrador aspecto del violador: se supo que llevaba la cara oculta debajo de una máscara negra.
Un segundo ataque sembró el pánico. La víctima, otra mujer joven, relató que el violador tenía la cara cubierta. El jefe de policía local intentó llevar calma a la población. Pero a los pocos días, un nuevo ataque.
Los medios lo bautizaron “El sátiro del pasamontañas”. De acuerdo con uno de los relatos, el violador amenazaba a sus víctimas con un arma semejante a la que usaba la policía.
Resultaba llamativa la impunidad con la que actuaba el “sátiro”. Algunos vincularon estos dos hechos y dirigieron la mirada a la propia policía. Sin embargo, una nueva violación parecía desmentir estas sospechas: el sátiro del pasamontañas había abusado de la ahijada de un ex Jefe de la Policía de la provincia.
Pocas horas después, con todas las fuerzas movilizadas, la policía, atrapó al violador. Cuando el jefe policial que había jurado vengar el honor de su ahijada le arrancó de un tirón el pasamontañas, la sorpresa le ganó a la furia. ¿Quién era el sátiro? Se trataba del oficial Gómez Ruoco, Segundo Jefe de la Policía Federal de Río Gallegos.
El caso llegó a la justicia. La acusación quedó a cargo del Dr. Rafael Flores, un honesto abogado y militante justicialista que había sido detenido en los comienzos de la dictadura militar en 1976 junto a un compañero de militancia. Rafael Flores ejerció una acusación impecable contra el policía violador, destacó la gravedad de los delitos contra las menores.
No temió al inculpar a un alto funcionario policial de la dictadura militar, un represor que hacía trabajos de inteligencia. No sólo tuvo la valentía de sostener su posición ética y jurídica, sino que soportó estoicamente los argumentos de la defensa del abusador.
El violador había contratado para su defensa a un estudio jurídico que patrocinaba a las grandes empresas de Río Gallegos. El abogado del abusador apeló a todas las artimañas, tecnicismos y chicanas descalificatorias.
El argumento de la defensa insistía en el hecho de que la obligación a practicar sexo oral forzado no constituía violación. Este argumento, éticamente inaceptable, no sólo agrega humillación al abuso, sino que ofende a la víctima, vulnera su integridad moral y suma daño anímico al tremendo daño físico.
Frente a los argumentos irritantes de la defensa, Rafael Flores se indignaba en silencio. Sobre aquella polémica, evocó: “Es una discusión técnica que a mi siempre me pareció indignante. Era una discusión que no podía existir. Yo tengo dos hijas y pensaba en ellas, ¡mirá si no voy a decir que a mi hija la violaron!”.
Finalmente se hizo justicia. El tribunal, atendiendo los argumentos del fiscal y en vista de los horrendos abusos cometidos por el oficial Gómez Ruoco, dispuso condenar al acusado a 19 años de prisión.
La reacción de los apólogos de la dictadura militar no se hizo esperar. El entonces fiscal de la causa recuerda que no bien se enteró del fallo, un juez a cargo de un juzgado Federal lo increpó con dureza. “¡Vos sos un hijo de puta, por culpa tuya condenaron a un héroe de la lucha antisubversiva!”.
No caben dudas acerca de la semblanza moral del policía en cuestión: un comisario violador que había abusado de varias mujeres, algunas menores de edad y, por añadidura, cumplía tareas de espionaje y represión para la dictadura militar. Pero, ¿quién había asumido la defensa de este personaje?
Rafael Flores afirmó sin vacilar: “ El estudio que lo defendió fue el del Dr. Kirchner. Eso es un hecho”. Sería imposible que Rafael Flores no recordara a su compañero de militancia, aquel con quien compartió unas pocas horas la celda de una comisaría cuando fueron demorados al comienzo de la dictadura.