Alberto no sabe, no puede o no quiere frenar a Cristina. Ya no solamente acata y calla lo que la vice ordena. Ahora, respalda y justifica todo. Trata de encontrar una explicación más o menos racional a los avances del autoritarismo más chavista.
Le doy un solo ejemplo pero hay varios casos: en cualquier gobierno del mundo, cuando un secretario de estado como Horacio Pietragalla se corta solo y toma decisiones trascendentes por su cuenta, sin avisarle a sus superiores, es eyectado inmediatamente de su cargo. Porque erosiona la autoridad de la ministro Marcela Losardo, en este caso y del propio presidente de la Nación. Esa fue una y solo una, de las políticas de hechos consumados que produjo Cristina con su tropa y que obligan a Alberto a callar y otorgar. Se siente extorsionado porque en medio de semejante drama de la pandemia no puede generar una crisis de gabinete o poner en riesgo el matrimonio por conveniencia con Cristina. Si Alberto le hubiera sacado tarjeta roja a Pietragalla, como correspondía, la sociedad con Cristina hubiera estallado por el aire. Por eso Alberto agacha la cabeza y mastica su bronca sin reaccionar. Piensa que si expulsa a Pietragalla, el remedio puede ser peor que la enfermedad.
Pero ayer, Alberto avanzó un casillero más. No solamente no echó de su gobierno a Pietragalla. Ahora lo respaldó. Su entorno había hecho trascender que en su momento lo había convocado de urgencia para retarlo o pedirle explicaciones. Pero resulta que según confesó ayer, avaló la operación de Pietragalla para liberar al corrupto confeso y condenado Ricardo Jaime. Este mecanismo parece repetirse para transformarse en una forma de sumisión de Alberto y en un estilo de gobierno. Porque el presidente también salió a bancar la excarcelación de los presos que está impulsando a paso redoblado la militancia cristinista. Citó las recomendaciones de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos y la de la Cámara Federal de Casación Penal. Pero no se están respetando los requisitos para favorecer solo a los presos “por delitos de escasa lesividad o no violentos”.
Están saliendo, o a punto de salir, delincuentes peligrosos para la sociedad. Por eso la justicia los había encarcelado. Y no solamente apuntan a liberar a los adultos mayores con enfermedades pre-existentes o mujeres embarazadas. Amado Boudou es el ejemplo más claro que no cumple con ninguno de estos parámetros. Y porque además de ser joven y fuerte tiene condenas firmes en doble instancia.
Alberto mintió al citar como argumento la liberación de 1.300 presos en Chile por parte del presidente Sebastián Piñera. Ayer el abogado Fernando Soto de Usina de Justicia nos explicó que los liberados chilenos eran presos que reunían todas las condiciones para solicitar esa posibilidad y que la mayoría habían sido detenidos por destrozos en las últimas protestas sociales. Chile no indultó a ningún ladrón o asesino. Axel Kicillof estudia la posibilidad de conmutar penas a medio mundo. Y no importa si cometieron delitos gravísimos. Y tampoco respetan la ley de la víctima, que los obliga a darle intervención a los familiares de los asesinados o violados o robados en el proceso de excarcelación. Es tan grave lo que están haciendo los magistrados y funcionarios que responden a Cristina, ahora con el apoyo de Alberto, que hasta el mismísimo Sergio Massa se vió obligado a diferenciarse de sus compañeros de coalición.
El presidente de la Cámara de diputados dijo con toda claridad que los jueces que están soltando presos alegremente y sin respetar las normas, serán sometidos al correspondiente juicio político. Después veremos el nivel de sinceridad de esta declaración. Tengo mis dudas. Pero por ahora, Massa se sumó al reclamo de los familiares de las víctimas.
Nadie se puede comportar en forma irresponsable porque algunos por acción y otros por omisión están armando una peligrosa bomba social. Nada de eso le causa gracia a la inmensa mayoría de la sociedad. Y el papel de Graciana Peñafort, tampoco. La abogada de Cristina y Boudou, instaló por primera vez la palabra sangre en un país que ya tuvo el más horroroso baño de sangre con el terrorismo foquista y el terrorismo de estado. Esa bravuconada antidemocrática de Graciana Peñafort va en línea con que fue la autora de la trampa para mandar al ex vice a su casa. Por supuesto que en complicidad con el juez Daniel Obligado. Cortaron la feria para excarcelarlo sin ningún motivo que lo respaldara y apelaron a la feria para evitar que el fiscal apelara semejante fallo.
Ese privilegio intolerable, llevó a todos los presos del país a decir: “Porque puede salir un condenado en segunda instancia como Boudou y nosotros, no”. Fue otro de los grandes disparadores de los motines y las revueltas en las cárceles. Peñafort es la que maneja la legalidad del Senado. El alter ego judicial de Cristina, como en otro momento fue el hoy silente Carlos Zannini. Ella llevó la batuta del ataque y presión a la Corte Suprema. Primero dijo que tenían actitudes “cachivachescas” para proteger a los ricos y no permitir el debate del impuesto. Es verdad que Hebe Bonafini dijo cosas peores de la Corte pero no tenía ni tiene la responsabilidad institucional de Peñafort. Ya había tratado al “procurador general Eduardo Casal, de escudo protector de Macri, de Stornelli y de 12 mil millonarios”. Después tiró más nafta al fuego. Con un rosario de tuits que Cristina respaldó y recomendó como “imperdibles”, dijo esas palabras cargadas de pólvora: “Vamos a escribir la historia lo mismo. Con razones o con sangre”. Después quiso recalcular en chancletas diciendo que había querido decir que alertaba sobre la posibilidad de que hubiera muertos e incidentes callejeros. Pero otra frase redondita y sin ricota, le dio sentido a lo anterior: “Fijate, de qué lado de la mecha, te encontrás”.
Sangre, mechas, una verdadera postura explosiva que tampoco tuvo la más mínima crítica de ningún dirigente justicialista. Un lenguaje setentista con la estirpe de “La sangre derramada no será negociada”. Aquella postal criminal de lesa humanidad, que la mayoría de los argentinos, queremos desterrar. Joaquín Morales Solá lo definió así: “Con un tuit desquiciado, Peñafort, amenazó la paz social y destruyó el contrato de 1983 que decía nunca más a la violencia política”.
En Clarín Alejandro Borensztein calificó esa postura como “fascista” y fue a los bifes: “Peñafort debería participar de otro torneo: “El Lopez Rega de Oro”, o “El Firmenich de Oro” o directamente “El Mussolini de Oro”.
Waldo Wolff, Álvaro de Lamadrid y Fernando Iglesias, entre otros diputados de Juntos por el Cambio, denunciaron a Peñafort por “incitación a la violencia colectiva, atentado contra la autoridad y amenazas coactivas agravadas contra la Corte Suprema y el procurador general de la Nación”.
Y a Patricia Bullrich, le alcanzó un tuit para decir varias verdades: “Convalidar el derramamiento de sangre es brutal. Que lo haga la vicepresidenta es peligroso para la democracia y muestra que este es un paso más para buscar un enemigo imaginario, mientras buscan colonizar la Justicia.”
Lo dicho a lo largo de esta columna. Pueden ser el juez K Víctor Violini o Graciana Peñafort. Pero en realidad es Cristina. La que no se cansa de provocar a Alberto. La que lo tiene acorralado.
Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre.