El viernes, nuestra capitana, Marcela Giorgi dio los detalles del homenaje que el Teatro Colón le hará a Luis Alberto Spinetta el lunes 22 de mayo a las 20 horas. Se van a conmemorar los 50 años de la presentación de “Artaud” que, para la revista Rolling Stone, es el mejor álbum del rock argentino. Mágicamente, nuestro compañero Roberto Caferra tenía puesta una remera de homenaje a Spinetta y la llevaba con orgullo de admirador de semejante talento. Incluso me mostró en su teléfono, fotos que tenía en blanco y negro cuando ambos eran mucho más jóvenes. Le prometí hacer esta columna sobre Spinetta, y recuperar una que escribí hace tiempo.
Pero siempre va primero la actualidad en una radio cuyo principal insumo en la noticia. El concierto del Colón se titula: “Mañana es mejor” y será liderado por Adrián Iaies con su piano y las voces de Déborah Dixon y Sol Liebeskin, lo que garantiza una fuerte impronta del jazz. Uno de los invitados especiales será un genio de la música y compañero de ruta e íntimo amigo de Spinetta. Hablo de Emilio del Guercio, integrante de Almendra, bajista, guitarrista y gran compositor. En síntesis, un verdadero lujo y un saneamiento del alma. Hablo de sanear el alma para parafrasear a Spinetta. El flaco supo decir que “creo que solo si nos preocupamos por sanear el alma vamos a evitar distorsiones sociales y comportamientos fascistas, doctrinas injustas y totalitarismos, políticas absurdas y guerras deplorables. La única forma de hacer subir el peso es con amor”.
Artaud fue un disco absolutamente disruptivo, incluso desde su envase octogonal y verde con toques amarillos. Luis Alberto pateó todos los tableros. Hay fotos de la presentación en el teatro Astral, solito mi alma, sin Pescado Rabioso, con su guitarra acústica y lluvia de rulos hasta los hombros. Fue en 1973, popularizó al escritor francés todo terreno Antonin Artaud y quedó para la historia grande la “Cantata de puentes amarillos” inspirada en un cuadro de Van Gogh.
Spinetta fue un artista descomunal. Cuando falleció, muchos rezamos una plegaria para ese niño dormido, ese flaco eterno que está en los cielos de los pentagramas y las armonías. Santificado sea su nombre. Flotaba en el aire libre el espíritu de El Marcapiel, que en 1988 en el trabajo “Tester de violencia”, nos marcó a fuego el cerebro con ese compromiso de que “todo lo daría/ todo, menos el sol/ Solo quiero sentir la enseñanza/ que da tu amor”.
Hace un par de años, uno de los regalos fue la reedición de aquel primer álbum de “Los Socios del Desierto”, acompañado de un libro de fotos inéditas de Eduardo Martí, conocido como Dylan, fotógrafo personal de Spinetta, amigo de fierro y padre de Emmanuel Horvilleur, el 50 % de Illya Kuryaki con Dante Spinetta, la prolongación creativa de la sangre. Hoy es imposible pensar que aquel disco se grabó en 1995 y recién se editó dos años después porque para las discográficas no era negocio publicar 33 obras del genio de la guitarra y la poesía del rock nacional.
Me gustaría repetir que después de tanta mugre y corrupción conviene abrir las ventanas de nuestras cabezas y dejar que ingrese la luz y el viento fresco de la esperanza. Respirar un poco después de tanta podredumbre. Recordar una excelente noticia que nos ayudó en su momento. ¿Se acuerda?: por votación de los vecinos, el paso bajo a nivel de Avenida Congreso en el cruce con las vías del ferrocarril Mitre fue bautizado “Luis Alberto Spinetta”. Un homenaje de los vecinos de Villa Urquiza a un vecino ilustre que hasta su productora llamada “La Diosa Salvaje” había instalado en la Iberá al 500. “Barrio, barrio”, como le gustaba decir al flaco. Barrio de medialunas caseras en los boliches, de árboles añosos que respiran ecología y salud. Hoy hay un mural extraordinario en la pared del túnel con la tapa de 30 trabajos musicales de Spinetta. Alegran la vista, celebran la vida. No me arrepiento de haber seguido minuto a minuto las noticias de los corruptos que envenenan la democracia. Pero también creo que hay que buscar un pulmón que nos saque de la asfixia.
Ese pulmón creativo se llama Luis Alberto Spinetta. El día de su cumpleaños, y en su homenaje, es el día del músico argentino. Está todo dicho. Es una ley que se votó por unanimidad en 2014.
Ya se lo conté alguna vez. Yo era un chico de la música comercial de Palito, el Club del Clan y los demás, hasta que un compañero del secundario, el loco Bernabeu, me dijo:”escucha esto, boludo. Avivate”. Era aquel disco entrañable de Almendra con la lágrima y la sopapa en la tapa. Por esa puerta de Almendra entré a la música progresiva, descubrí a Manal y a Los Gatos. No sabía que estaba asistiendo a un parto de la historia porque estaba naciendo el rock nacional.
Extrañamos tanto al flaco. Flaco, flaquito tu falta nos descoloca, nos hace tambalear. Es que fuiste un cimiento de mi generación. En tus letras nos hicimos adictos a la poesía y al contenido.
Flaco, flaquito, muchacho ojos de papel, quédate hasta el alba. Me aprendí de memoria aquellas canciones. Me hicieron más culto, más feliz, me dieron mejores herramientas para levantar minas y barricadas en la universidad de los 70. Me lucía recitando a Neruda o a Tejada pero también citando el simbolismo de Rimbaud o el teatro de la crueldad de Antonin Artaud al que convertiste en la obra maestra de nuestro rock. Elevaste a la música popular a aquel poeta maldito y eso que eras un pibe de 23 años entusiasmado con la primavera camporista de Perón y del Tío. Y eso que el militantismo cerrado de la época asociaba el rock con una expresión del imperialismo yanky. Yo jugaba al seductor cantando pícaro y pornográfico, susurrando al oído a las muchachas que me gusta ese tajo y realmente me gustaba. Descubrimos un mundo de belleza, un yacimiento de estética y de ética. Porque seguramente ese es tu legado: se puede ser Gardel sin participar del show frívolo de la figuración y el caretaje. A lo mejor fuiste un poco menos notorio pero mucho más notable. Creciste con nosotros pero nunca quisiste sentar cabeza. Ni transar. Obsesivo hasta el martirio, mortificado por todos los dolores. Siempre el perfil bajo, siempre lejos de las luces de la de la falsedad. Fuiste un gigante amasado con ética y estética.
Flaco, flaquito, te extrañamos. Odio ese cigarrillo que te asesinó. Ese océano de tabaco en donde te ahogaste igual que Sandro. Yo se que a esta hora Ana no duerme preocupada por Fermín. Que Foucault no tiene quien le escriba. Confieso que después de Pescado Rabioso, en algún momento te me fuiste haciendo Invisible. Empecé a perderte por culpa de mis dogmas blindados. Pero te recuperé cuando Charly rezó por vos. Siempre jugando el Superclásico de las antinomias argentinas. ¿Charly o Spinetta? Los dos, carajo. ¿Desde cuándo hay que elegir entre dos genios?
Creo que hubo una despedida en un estadio y no nos dimos cuenta. En la cancha de Vélez tocaste hasta que te sangraron los dedos. Ese recital interminable hasta el amanecer en comunidad. Estabas alegre, incansable, rodeado de la multitud y de tus amigos. No se terminaba nunca. “No te mueras nunca”, te gritaban los muchachos.
Flaco, flaquito, te extrañamos. Fuiste la conciencia crítica del rock. Una suerte de guía espiritual por los caminos de la honradez. La última vez te ví, estabas poniendo el cuerpo solidario como siempre. Con los padres y las madres y los hermanos de los que murieron en la tragedia del colegio Ecos al que fue tu hija Vera. Empujando siempre. Poniendo tu nombre para convocar más y mejor. Componiendo una canción sobre ese drama llamada “8 de octubre”. Usando tu chapa para los demás. Para calmar en algo si eso es posible a los padres del desgarro. Hasta en el comunicado donde confirmaste que el cáncer te estaba acorralando aprovechaste para decir que pertenecías a la agrupación “Conduciendo a conciencia” y rogaste que en las fiestas no chupara el que tenía que manejar. Fijate cuanta sabiduría había en tu mensaje en contra de descontrol de la cerveza y las sustancias prohibidas.
Hoy, tu apuesta a la salud tiene una potencia inigualable. En la madurez, solías decir que lo verdaderamente transgresor en estos tiempos de cólera, era andar sobrio por la vida, sin drogas y sin alcohol encima. Para poder respirar los aromas de las muchachas y las esperanzas callejeras. Hoy bien vale la pena apostar a tu mirada no pacata pero sensata, no careta pero humanística.
Flaco, flaquito. No nos queda otra que cantar en voz baja, que despedirte con una plegaria, como si fueras un niño dormido que quizás tenga flores en su ombligo.
Flaco flaquito, gracias por ayudarnos a respirar en momentos de tanta contaminación. Quizás te sientas gorrión esta vez, o tus dedos se vuelvan pan, barcos de papel sin altamar. Flaco flaquito, que nadie te despierte, que te dejen seguir soñando en libertad.
El teatro Colón será una fiesta del talento y la cultura. Flaco, flaquito. Nos marcaste a fuego en la identidad. Nos marcaste la piel para siempre. Y todas las muchachas pasaron a tener pechos de miel. Todas las muchachas…
Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre