No a las mafias, sí al trabajo

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Pasado mañana, sábado, seguramente, será uno de los días del trabajador más tristes en mucho tiempo. Es que la maldita mezcla de desastre sanitario y económico de este pésimo gobierno, llevó el porcentaje de desocupados al 11%. Ese es solo un porcentaje, pero estamos hablando de 2.100.000 compatriotas que están sin trabajo. Son argentinos que están castigados y que sufren como nadie. Es la cifra más alta de los últimos 16 años. Y eso que durante todo este tiempo rigió la doble indemnización obligatoria y la prohibición de despidos. Estamos ante una verdadera tragedia social y todavía no sabemos hasta donde pueden llegar sus consecuencias. Por eso le digo que en este día del trabajador no habrá mucho que celebrar. Todo lo contrario. Habrá mucho que lamentar.  

Sin embargo, en lugar de defender el mayor trabajo posible con todos los cuidados y protocolos, los jerarcas sindicales emitieron un comunicado titulado “Primero está la vida. Ya no hay tiempo. Ahora hay que parar”. Por supuesto que primero está la vida. Pero vivir, también es poder conseguir el sustento, los alimentos, y lo mínimo necesario para subsistir. Muchos gremios que responden a los Moyano y a Sergio Palazzo, entre otros exigieron “la suspensión de actividades más estricta y las máximas restricciones”. En lugar de ponerse al servicio de conservar el mayor trabajo y productividad posible, se pusieron al servicio del gobierno de los Fernández. Música para los oídos del cristinismo. Exigieron volver “al aislamiento preventivo y obligatorio”. Me gustaría recordarles que el trabajo dignifica y significa. El trabajo y el amor son los dos motores que mueven el mundo. Nuestra vida y la de nuestra familia gira alrededor del trabajo. Es lo que nos permite crecer y multiplicarnos. Multiplicar los panes y los peces. Desarrollar nuestras capacidades. Sacar lo mejor que tenemos adentro. Es el orgullo que llevamos en el pecho. El sacrificio personal, la superación constante, la cultura del esfuerzo que heredamos de nuestros viejos y nuestros abuelos. Es un mandato de la vida desde el fondo de los tiempos. Es un mandato ético y bíblico que nos recuerda eso tan sabio de que ganarás el pan con el sudor de tu frente. Hay pocas cosas más horrorosas que no tener trabajo. Con excepción de la muerte, es lo más doloroso.

Es como morir en vida. Un desocupado es alguien que no tiene ocupación. Que fue condenado a ser pero a no ser. Los desocupados son los desaparecidos de estos tiempos. Se los intenta borrar de todos lados. Los Kirchner los quisieron hacer desaparecer hasta de las estadísticas oficiales.

Pero la problemática del trabajo aparece por todas partes. Ayer, en la calle Güemes de San Antonio de Padua, a la madrugada, cuatro delincuentes asaltaron a un jubilado de 86 años. Casi lo matan a patadas para robarle sus pocos ahorros. Sabe que dijo este pobre señor: “Acá el que pierde es el que trabaja, el honesto”. Cuánta razón tienen en todos los aspectos.

El humorista Rolo Villar, en esta radio sintetizó el drama con una ironía feroz: “Si venís a trabajar, tenés que mostrar el permiso, si venís a protestar, pasás sin problemas. Si producís tenés que pagar y sin no trabajás, cobras”.

Increíble pero real.

Siempre digo que la historia juzgará a los gobernantes por la cantidad de trabajo genuino y en blanco que puedan generar. La historia condenará o absolverá a los presidentes por este motivo. Porque es la medida de la justicia social plena. Esa es la manera de hacer una sociedad más igualitaria y más equitativa. Es una afrenta a nuestra conciencia que haya tantos trabajadores en negro. No existen, no están registrados, se los borra de los libros, los expulsan a la marginalidad. Trabajo en blanco para todos. Esa debería ser la consigna del mejor de los gobiernos. Lo grita Jairo con Atahualpa cuando dice: “Trabajo/quiero trabajo/Porque esto no puede ser/ No quiero que nadie pase/ las penas que yo pasé/ Porque todos estamos a tiro de telegrama.

Todos podemos quedar desocupados y sufrir el desprecio de no tener precio. De estar depreciados y despreciados. De sentirnos abandonados y por eso abandonar. Mientras más desocupados hay en una patria más fragmentada está. Más quebrada en sus cimientos.

Un estudioso como Jeremy Rifkin dice que por cada punto que aumenta la desocupación, crece un 4% la criminalidad. Es como desquiciarse, perder el rumbo, quedarse sin futuro. Sentir vergüenza ante la familia. El desgarro de no poder ser proveedor de tus hijos. Uno está habilitado a creer que por cada punto que aumenta la ocupación, hay un 4% más de seguridad y paz en la sociedad. Nos hacemos mejores personas, más humanas, menos rapaces.

Se debe poner la maquinaria del estado a construir fuentes de trabajo. Se puede fundar una nueva sociedad o fundir un país. Con Cristina, las mentiras del INDEC no nos permitieron hacer un diagnóstico riguroso. Pero alcanzaba con salir a caminar el conurbano y las espaldas de las grandes ciudades para certificar el desastre.

Hay muchas asignaturas pendientes pero que esta es la más importante. Trabajo digno y en blanco para todos y todas. Ese es el camino para combatir la pobreza y la indigencia de verdad y no la malversación de las estadísticas o la condena a la eternidad del clientelismo de los planes. El que esconde desocupados o pobres hace salvajismo de estado. Comete un ocultamiento de lesa humanidad. No solo porque no atiende a los desocupados. Además, porque ni siquiera los tiene en cuenta. Porque los borra del mapa, los ningunea. Hay que operar sobre la realidad y la verdad.

Por eso y por muchas cosas más hay que eliminar el veneno inflacionario que siempre perjudica a los más pobres.

Y combatir a las mafias sindicales que se aprovechan de sus afiliados para llenarse los bolsillos. Estamos hartos de ver trabajadores pobres y gremialistas millonarios y atornillados a sus cargos como si fueran una monarquía. No digo que todos sean patoteros y ladrones. Pero existe una poderosa mafia sindical que defiende sus privilegios y condena a los trabajadores.

Tenemos que poner toda nuestra energía en combatir al virus criminal pero también en construir una sociedad productiva, con incentivos al progreso y el mérito. Y que todo el peso de la ley caiga sobre los mafiosos y los corruptos.

El talento de Alejandro Lerner que lo dice todo: “Que no nos falte el trabajo ni las ganas de soñar que el sueño traiga trabajo y el trabajo dignidad”.

Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra por Radio Mitre