Hubo química entre el Presidente y el Papa. El gobernador bonaerense sigue mostrando ineptitud. Macri ayudó al Gobierno, y otro Fernández lo complicó.
Columna completa de Nelson Castro publicada en el Diario Perfil.
Diferencias. Las diferencias con las reuniones del Papa y Macri fueron abismales. Tampoco con Cristina existió la cercanía que hubo el viernes en la Biblioteca del Palacio Apostólico durante los 44 minutos en que Francisco y AF conversaron sobre la afligente situación socioeconómica del país.
“El Papa se quedó contento”, decía ayer desde Roma una de las muy pocas personas que conoce al detalle lo que pasa en Santa Marta, donde Francisco vive y se sincera.
El cortocircuito ocurrió con el tema del aborto sobre el que, efectivamente, el Presidente no habló con el Papa, pero que sí estuvo presente en la conversación con el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin.
Deuda. El objetivo central del periplo europeo de Alberto Fernández es el tema de la deuda, y lo habló con el Papa. ¿Podrá ayudar Francisco? Difícil. Más allá de las expresiones del Sumo Pontífice, los interlocutores políticos que deciden son otros. Y el que más influye es Donald Trump.
Vencimiento. En lo inmediato, la expectativa está en ver qué sucede mañana con el vencimiento del ya casi legendario bono de US$ 250 millones que la Provincia de Buenos Aires emitió en 2011 durante el gobierno de Daniel Scioli.
Axel Kicillof ha demostrado hasta aquí una particular ineptitud para manejar este tema. No sorprende: lo mismo hizo cuando fue ministro de Economía y debió renegociar –con resultados ruinosos para el país– la deuda con el Club de París, con los fondos buitre y con Repsol.
El desenlace se dará justo en la semana en que AF y el ministro de Economía, Martín Guzmán, intentarán que los jefes de gobierno de Francia, España y Alemania apoyen la renegociación.
Macri. En el ámbito doméstico, el Gobierno recibió esta semana una ayuda impensada: habló Macri. Su frase “yo siempre les decía a todos: cuidado, que los mercados no te dan más plata y nos vamos a la mierda” causó conmoción en Cambiemos y regocijo en el Gobierno.
Más allá de que para algunos sea un sincericidio, esa frase refleja una conducta presente a lo largo de su Presidencia, según la cual las causas de su fracaso le fueron ajenas. Lo mismo hacía –y hace– Cristina Kirchner.
“Le pedimos que haga silencio por un tiempo largo porque, con declaraciones como ésa, no hace más que complicarnos la vida”, confesaba un legislador de Cambiemos tras la aprobación en Diputados del proyecto de ley de renegociación.
Aníbal. El Gobierno se apresuró a devolver la gentileza: nombró a Aníbal Fernández interventor en Yacimientos Carboníferos Fiscales en Río Turbio. Más allá de los memes asociando a Fernández a la palabra “turbio”, es curioso ver cómo funciona este mecanismo de equilibrio en los desaciertos entre opositores y oficialistas.
¿Qué necesidad había para el Gobierno de concretar este nombramiento que solo le acarrea desprestigio? ¿Qué dirán Felipe Solá y Daniel Arroyo, quienes durante la campaña a gobernador de Buenos Aires de 2015 asociaron en forma directa y sin rodeos a Aníbal Fernández con la circulación de drogas ilegales?
Desgraciada saga la del yacimiento de Río Turbio. En 2004 un incendio que desnudó graves fallas de mantenimiento se cobró la vida de 14 trabajadores. El impacto político de la tragedia fue de tal magnitud que obligó a Néstor Kirchner a quitarle la concesión a Sergio Taselli y a planear un proyecto para asistir a los habitantes de la localidad.
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