“El Papa y el Monaguillo”, de Pablo Sirvén

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Columna publicada por el periodista en el diario La Nación

Con toda razón, no son pocos los que aconsejan no visitar nunca la cocina del restaurante donde se come habitualmente. Nos podríamos impresionar y no volver más.

Salvando las distancias, algo así ocurre con los papas en los países que nacieron.

Polonia conocía en detalle a Karol Wojtyla ( Juan Pablo II), así como Alemania sabe mucho más de Joseph Ratzinger (el actual papa emérito Benedicto XVI) que el resto de la feligresía universal, que, al tener una mirada más “de lejos”, puede idealizarlos mejor. Jorge Bergoglio no iba a ser la excepción y por ser argentino y haber sido antes de subir al trono de Pedro protagonista importante en distintos momentos de la vida nacional, sus compatriotas hemos entrado, de alguna manera, en “la cocina” de este pontífice y, por eso, tenemos tantos prejuicios, para bien o para mal, sobre cada uno de sus dichos y movimientos. Mientras que en el resto de Occidente se lo considera el papa adecuado a la época por ser austero y sensible hacia los temas sociales, en nuestro país hay quienes lo reducen al papel de un influyente operador en las sombras de la política local. Y menos le perdonan lo que interpretan como una abrupta mutación, de exacerbado opositor al kirchnerismo, como cardenal primado de la Argentina, a ser del todo funcional desde que es sumo pontífice hacia la facción que reconquistó el poder en las últimas elecciones.

Podrá resultar frívolo o poco preciso, pero la “medición de sonrisa papal” el viernes se puso nuevamente en marcha, para comparar fisonómicamente el grado de satisfacción del habitante más importante del Vaticano con la visita del presidente de su país. Es el tercer mandatario argentino que recibe y los resultados están a la vista: ganó Cristina Kirchner, no solo por la cantidad de veces que se encontraron (siete), sino por las sonrisas para la foto oficial. Con Alberto Fernández podría decirse que se mostró ligeramente afable, no adusto como con Mauricio Macri (al que solo recibió dos veces durante su mandato), pero no mucho más que eso. Al menos es lo que quedó registrado en la foto oficial. El presidente argentino trató de compensar esa ausencia de alegría rotunda en las fotos contando que en la audiencia privada todo fue muy distinto. “Nos reímos mucho”, reveló luego a los periodistas.

Faltó la sonrisa categórica en el registro público y en cambio el Papa le hizo sentir a Fernández en dos momentos con sutileza lo que en el fútbol se conoce como “paternidad”: cuando Fernández, por gentileza, quiso que pasara primero después del saludo inicial, Francisco bromeó: “No, primero el monaguillo”, para que tomara la delantera su visitante. Luego, como en sus épocas de profesor en colegios jesuitas, le dijo: “Te marqué algo”, respecto de uno de los documentos y encíclicas de su autoría que le entregó, tal como un profesor que carga a su alumno de apuntes y le indica dónde tiene que prestar particular atención. Se trata de unas palabras atribuidas a santo Tomás Moro, sobre la importancia de tener una actitud de vida comprometida con el buen humor. Francisco leyó el párrafo en voz alta: “Dame, Señor, el sentido del humor”, impetró. Podría haber sido una sutil manera de hacerle saber a Fernández que está al tanto de que cuando lo irritan, al nuevo presidente argentino se le suele salir la cadena. Al leerlo, el propio Pontífice no dejaba también de hacer una tácita autocrítica a sus propios arranques (recordar el “chirlo” que recientemente le dio en la mano a una feligresa que en la Plaza San Pedro lo tironeó de una mano).

El Presidente dijo una gran verdad: “El Papa no le pertenece a nadie, ni a los peronistas ni a los no peronistas”. Nótese la sutileza de hablar de los “no peronistas”, que es un estadio más suave, en comparación con quienes tienen comprobada alergia a esa ideología en cualquiera de sus múltiples variantes.

La buena noticia para el antiperonismo es que el Papa sigue manteniendo en alto el enigma sobre si alguna vez se decidirá a visitar la Argentina. Menos mal: un anuncio en sentido positivo en el contexto de esta visita hubiese disparado más comentarios maledicentes desde ciertos sectores hacia el Pontífice de los que ya hay. Hasta circuló una broma cáustica al respecto: si Bergoglio le ponía fecha a su viaje a la Argentina, los que iban a salir a quemar las iglesias, en ese caso, iban a ser los antiperonistas. Un chiste de mal gusto que solo pueden paladear veteranos: refiere al aciago 16 de junio de 1955, en que de día aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo y la Casa Rosada, y esa misma noche ardieron templos católicos, en lo que pareció una represalia al grave enfrentamiento que en ese tiempo supo tener el gobierno de Perón con la Iglesia.

Lejos de esos malos recuerdos, Fernández antes de ver al Papa asistió en el Vaticano a una misa en la que el sacerdote oficiante recordó al fundador del justicialismo y al asesinado padre peronista Carlos Mugica.

Todo salió casi a pedir de boca, salvo que el diablo metió la cola en una sola cosa: el aborto. El Presidente le pidió a Francisco ayuda con la deuda (empieza un seminario clave el miércoles en el Vaticano) y dijo que se la iba a dar. El Vaticano, en un comunicado oficial posterior, subrayó su postura irreductible sobre el aborto. Difícilmente, Fernández -que negó que hubiese hablado del tema con el Papa- pueda devolverle ese “favor” a Francisco.

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