Está claro que Máximo Kirchner no tiene las condiciones para ser un dirigente político de importancia. Cuesta encontrarle virtudes en ese plano. Es portador de apellido. Si se llamara López o Gómez, jamás hubiera llegado a ser presidente nada menos que del poderoso Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires. Es un millonario que heredó parte de la fortuna que robaron sus padres. Apoyó a su militancia camporista de los chetos que tomaron los colegios con las uñas esculpidas. Festejó el respaldo de sus padres que se masturban ideológicamente con la revolución de los 70. Celebró que los trotskistas del sindicato de neumáticos tomaran el ministerio de trabajo y bloquearan las empresas, dos actitudes claramente delictivas. Y eso que el peronismo históricamente macarteó y persiguió, sobre todo en los sindicatos, a los delegados de la izquierda clasista. “Ni yankys ni marxistas”, fue la consigna más suave.
Máximo tiene posturas absolutamente inexplicables. Es el único jefe de bloque oficialista que renunció por estar en contra de la decisión de su gobierno de acordar con el FMI. Se lavó las manos. Sin embargo, apoya a su reciente amigo y socio Sergio Massa, que está realizando un ajuste feroz a pedido precisamente del FMI. Se quejó porque que “las cerealeras nos pusieron de rodillas y hubo que darles otro dólar” para que liquidaran la soja. Una medida central decidida por Sergio Massa. Máximo no se hace cargo de nada. Todo lo malo es culpa de los demás y todo lo bueno son sus decisiones. Por lo bajo los intendentes bonaerenses no lo pueden ver porque les viene armando la listas en sus distritos. No es casual que no haya ganado nunca una elección encabezando la boleta. Siempre se esconde detrás de alguien. Sobre todo detrás de las polleras de su madre. Por algo está en el podio de los políticos con mayor imagen negativa de la Argentina.
Máximo, simultáneamente, habilitó a Pablo Moyano, un primitivo hombre de la patota y la derecha para que se meta en las reuniones en su nombre.
Hay una lista de torpezas en la trayectoria de Máximo. Pero tal vez su metida de pata más grave la cometió este fin de semana en Morón, en un encuentro de la militancia.
Comparó a la dictadura militar con el gobierno democrático de Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad de Buenos Aires. Parece mentira que a esta altura haya que explicar que hacer eso es banalizar el horror y el terrorismo de estado. Los jóvenes que no sufrieron esa época deberían informarse con libros y crónicas para no dejarse engañar y comprar semejante mentira que desarticula todo tipo de análisis racional.
Durante la nefasta Noche de los Lápices, lo pueden ver también en la película, jóvenes militantes que peleaban por el boleto estudiantil en La Plata, fueron secuestrados, y en 6 casos, desaparecidos y se supone que asesinados, porque nunca aparecieron los cuerpos.
¿Hay algo más grave que eso? No se puede vaciar esa realidad atroz diciendo que hay vínculos con la payasada que están haciendo un grupo de estudiantes camporistas en algunas escuelas privilegiadas respecto del resto del sistema educativo. Que les ofrezcan la posibilidad maravillosa de hacer pasantías y ganar en experiencia laboral o que los pebetes tengan más o menos gramos de jamón, es un juego de niños a comparación con el genocidio perpetrado en Argentina. Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, entre otros, fueron condenados a cadena perpetua por sus crímenes de lesa humanidad. Horacio Rodríguez Larreta y Soledad Acuña pelean para que los chicos no pierdan ni una hora de clase y denuncian ante la justicia democrática, como corresponde, a los padres por la toma de un edificio público. Los patrulleros que llevaron las notificaciones a sus domicilios son los mismos que llevan cualquier notificación de la justicia. No hubo un solo estudiante golpeado ni reprimido. ¿Cómo Máximo puede comparar eso con miles de desaparecidos, torturados, asesinados en campos de concentración?
Insisto con el tema. No se puede banalizar a la dictadura más cruel y feroz que padecimos los argentinos. Tal vez Máximo piense que la dictadura fue la inacción de sus padres abogados y militantes que no hicieron absolutamente nada en esa época. Solo enriquecerse con una ley de la dictadura para quedarse con las casas de mucha gente que no pudo pagar sus créditos. Tal vez por eso piensa que aquella época es asimilable a la tranquilidad con que se puede activar hoy en cualquier partido político. Pero sus padres son la medida de la claudicación y la malversación en este tema. Que les pregunte a abogados radicales o peronistas como Rafael Flores que tuvieron el coraje de presentar habeas corpus y de buscar a los desaparecidos. Eso no tiene nada que ver con reclamar por un mejor pebete para la vianda.
Su discurso estuvo repleto de mentiras. Acusó a Rodríguez Larreta de bajar la mirada ante Macri que lo maltrata y lo deja sin dignidad y eso es justamente con lo que ocurre con Alberto Fernández frente a Cristina.
Otra falsedad fue afirmar que al jefe de gobierno de la ciudad le gustan los jóvenes que andan con guillotinas y antorchas y quieren matar al otro”. No hay una sola declaración ni un solo dato de que, eso que dijo Máximo, defina la postura de Larreta. Todo lo contrario, parece ser una expresión de deseo. Lo que a Máximo le gustaría que Larreta sea. Pero no es así. Chicanas y mamarrachos que lo empujan a convertirse en un dirigente de muy bajo impacto. Pero nada más grave que comparar los crímenes de lesa humanidad con pavadas administrativas en democracia. Máximo debería saber que eso no hace heroica las tomas de los colegios secundarios. Todo lo contrario, vacía de contenido el terrorismo de estado. Y eso es grave. Tan grave como la utilización de los derechos humanos que hicieron sus padres.
Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre