Los pelotudos según Borensztein

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El domingo muchos argentinos pudimos leer una columna genial en Clarín. Vale la pena multiplicar su profundidad y su ironía. Por eso, hoy le doy mi palabra a Alejandro Borensztein.

En el medio de la pesadilla que estamos viviendo el dato no le importa a nadie y seguramente pasará desapercibido, pero el calendario indica que este miércoles 18 de marzo se cumplirán los primeros cien días del nuevo gobierno.

Me da cosa por Tío Alberto, sobre todo el Tío Alberto de los miércoles (que es el que más o menos sirve), porque con esta catástrofe nadie se va a acordar de la fecha ni lo van a felicitar ni le van a mandar regalitos ni nada. Y espero que a ninguno se le ocurra hacerle soplar las velitas arriba de una torta porque van a terminar todos en cuarentena.

Los primeros cien días es un período de gracia en el cual los gobiernos intentan hacer muchísimo y la sociedad evita putearlos. Seamos francos, en este caso no pasó ni lo uno ni lo otro. Por suerte para el gobierno, estamos tan conmocionados por la pandemia que nadie va a perder tiempo evaluando los primeros cien días de estos muchachos. ¿Dónde estamos parados con este asunto del coronavirus? No tengo la menor idea, como casi todo el mundo, pero veámoslo con un poco de amplitud.

Si bien toda la atención se la lleva el coronavirus, en la Superliga de calamidades todavía el dengue va puntero, sólo e invicto. Doble mérito porque además de ir primero en el campeonato local, también está jugando la Sudamericana y anda fenómeno. De hecho, en Paraguay y Brasil ganó todos los partidos. Lo sigue de cerca el sarampión, que alguna vez se fue a la B y hoy está otra vez en primera división haciendo una gran campaña.

Por supuesto, mientras tanto las arterias se siguen tapando, las próstatas siguen creciendo y los tumores pululan haciendo estragos por todos lados. Sin embargo, en situaciones extremas como las que estamos viviendo no podemos evitar ser víctimas del mayor de los flagelos que desde siempre nos aqueja como sociedad. Un mal que se suma al tema del coronavirus y lo complica todo: los pelotudos.

Estamos hablando, por ejemplo, de los pelotudos que aún en estos días salen de un baño público sin lavarse las manos o los pelotudos que te hablan encima de la comida en los bares y restaurantes o los pelotudos que salen a la calle con fiebre o los pelotudos que van a laburar con tos o los pelotudos que mandan a sus hijos al colegio con mocos o los pelotudos que vuelven de sus viajes y se van al casino, como el pelotudo ese de Córdoba que lo tuvo que sacar la policía de las orejas, por pelotudo.

Por supuesto están los pelotudos que cuando te los cruzás te siguen abrazando fuerte como si fueras un hermano que no ve hace años. Pero también están los pelotudos que no sólo te abrazan sino que primero te chocan la mano, te besan y te hablan con entusiasmo a 30 centímetros de distancia para no errar ningún microbio. En otras palabras, lo grave de la situación actual es que vamos a tener que enfrentar al coronaviurus con todos los pelotudos que viven en nuestro país. Que son muchísimos. En esto no hay grieta. Está lleno de pelotudos que votaron al Gato y está lleno de pelotudos que votaron a Tío Alberto.

Aunque algunos pueden pensar que hay más pelotudos de un lado que del otro, no hay datos científicos que demuestren que un tipo que votó al Gato es más pelotudo que el pelotudo que votó a Tío Alberto. Aunque son muchísimos los ciudadanos que ya han tomado conciencia de cómo comportarse, las últimas estadísticas indican que el 46% de la sociedad no atiende las normas básicas de protección. O sea tenemos un 46% de pelotudos. Por ejemplo, uno ve pelotudos llevándose de los supermercados más paquetes de fideos de los que podría comerse en 20 años. O pelotudos que se compran todo el papel higiénico porque alguna vez escucharon que escasea en Venezuela, como si la pandemia de coronavirus tuviera algo que ver con el chavismo. Son dos catástrofes completamente distintas. Pero los pelotudos se las confunden. Justamente porque son pelotudos.

Llegado a este punto hay que aclarar que, contrariamente a lo que mucha gente piensa, no hay una pandemia de pelotudos. Para definir una pandemia tiene que haber un brote, un pico, un aumento excepcional de casos. Y acá no hay un brote de pelotudos porque pelotudos hubo siempre. Solo que en estas situaciones se notan mucho más. Yo no tengo dudas de que los pelotudos son, históricamente, nuestro mayor flagelo.

Nuestra decadencia no es culpa del peronismo ni de los radicales ni de los liberales ni de la izquierda. El problema son los pelotudos.
Y lamentablemente hasta ahora los pelotudos no tienen cura. Es muy desalentador volver a descubrir por estas horas que la ciencia no ha encontrado la vacuna contra los pelotudos. Gran deuda con la humanidad. Cuando Israel finalmente confirme que descubrió la vacuna contra el coronavirus todos los nazis y antisemitas van a salir corriendo a vacunarse pero después van a seguir siendo nazis y antisemitas. En cambio el día que Israel anuncie que tiene la vacuna contra los pelotudos se termina el antisemitismo en un minuto.

Algún pelotudo podrá pensar que el problema es argentino, pero no. Es global. Por ejemplo, en todos los baños de los bares y restaurantes de EEUU hay un cartelito que dice “employees must wash hands” (los empleados deben lavarse las manos). ¿Por qué es necesario poner ese cartelito en los baños americanos? Muy simple: porque allí también está lleno de pelotudos que no se lavan las manos.

Obviamente, entre los pelotudos hay distintos niveles de responsabilidad. No es lo mismo el pelotudo que sale del baño subiéndose la bragueta con las manos pringosas que el pelotudo que mantiene las escuelas abiertas en medio de la crisis del coronavirus. Pero ambos son pelotudos y con estos personajes nos la tendremos que arreglar.

Ginés García dijo textualmente que “los chicos no son un grupo vulnerable”. No lo sé, puede ser. Pero los padres y los abuelos sí lo son. Y están todos en las puertas de los colegios peleando por llevarse a sus crías lo más rápido posible. Tal vez no se contagien los pibes pero seguro se van a contagiar todos los padres. Se cerraron las canchas para evitar que, por ejemplo, cien barras de Laferrere se contagien y propaguen el virus pero no hacemos nada con miles de padres y abuelos que se agolpan en las puertas de los colegios. ¡Pelotudos!

El viernes a la tarde Uruguay confirmó sus primeros cuatro casos de coronavirus. A la tarde ya habían cerrado las universidades, eliminado el control de asistencia a clases en las escuelas y suspendido el campeonato de fútbol. Acá River Plate decidió no presentarse a jugar el partido de ayer y los pelotudos que manejan la Superliga lo quieren sancionar. Se suspendieron las competencias deportivas en todos los países del mundo afectados por el virus y nuestros dirigentes sacan un comunicado diciendo “los jugadores pueden desarrollar su trabajo normalmente como lo hacen todos los días miles de argentinos en fábricas, hospitales y tantos otros lugares”. Textual, firmado por Tinelli. Un grande.

Que el fútbol argentino estaba en manos de unos pelotudos que no pueden organizar un campeonato como la gente ya los sabíamos hace rato, pero lo que no imaginábamos es que fueran tan pelotudos. La realidad es que no hay que obsesionarse ni dejarse llevar por los paranoicos. Pero hay que tomar todas las medidas correctas y necesarias, ahora que todavía estamos a tiempo. Para eso es fundamental combatir el virus pero sobre todo es imprescindible neutralizar a los pelotudos. Una tarea ciclópea porque está lleno.

Es una gran oportunidad para la política en general y el gobierno en particular. Lavarse bien las manos, mantener distancia y evitar salir cuando no es necesario. Pero también ya es hora de convocar de una buena vez a todas las fuerzas políticas para sellar ese gran acuerdo que nuestros pelotudos se niegan a hacer desde hace años. Si no lo encaramos así, los segundos cien días van a ser mucho peor que los primeros. Vamos, no sean tan pelotudos.