Los crímenes de guerra contra los chicos

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Volodímir Zelenski denunció que hay chicos bajo los escombros del hospital de niños que bombardearon los rusos. ¿Hay algo peor? No hay historias más horrorosas que los crímenes de guerra contra los chicos. Son puñaladas en la espalda de la condición humana.

¿Cómo no largarse a llorar con el relato estremecedor de Elena? “Estoy en la mierda, esos malditos soldados rusos, mataron a mis sobrinos, esto es un genocidio”. Elena Klymenko se lo contó a los gritos, totalmente descontrolada a la periodista Elisabetta Piqué del diario La Nación.

Elena y su hijito Kirill de 11 años, pudieron escapar del infierno. Pero al llegar a una tierra segura, el teléfono le trajo las noticias más atroces. Su prima Natasha y su familia estaban huyendo en auto. Pero las tropas rusas los ametrallaron y asesinaron a dos de sus hijos, a Andre de 15 y Nicola de 3. Elena no tiene consuelo. Su padre, Mikhail, es muy mayor y pudo derrotar al covid pero está en plena pelea desigual contra el cáncer. Su vida es una pesadilla.

Las catacumbas, los sótanos y los refugios están llenos de chicos. Juegan a los juegos más inocentes y se estremecen cuando estallan las bombas sobre sus cabezas. Pero saben que están vivos.

Será imposible de olvidar a Amelia, esa nenita que canta como un ángel la canción “Libre soy” de la película Frozen, de Disney, en un estacionamiento subterráneo convertido en refugio.

Tiene un sueter negro con estrellas blancas y reparte tanta ternura que dan ganas de abrazarla y comerla a besos. En medio de la tristeza y la angustia, quienes estaban en el lugar la aplaudieron como si fuera cantante profesional. Algo de paz en las miradas.

Pablo Vaca, escribió una crónica excepcional en Clarín con cifras y experiencias sensibles. Hay 500 mil chicos desplazados de sus hogares, refugiados que escapan de la guerra y la muerte. Dice Pablo que se trata del doble de todos los alumnos de la Ciudad de Buenos Aires si sumamos los de primaria y secundaria. Es la dimensión de la infamia. Es la cara más oscura de la invasión desatada por un criminal de lesa humanidad llamado Vladimir Putin. Deberá rendir cuentas en los tribunales de la Haya y ante la historia entre otras salvajadas por la muerte, hasta ahora, de 38 chicos, más 71 que fueron heridos.

Pablo nos metió un tsunami de frío en el corazón con el relato de Dimitri que tiene 8 años y que está preocupado por sus 75 compañeritos del orfanato. “Solo quiero que esto termine, que no haya más muertes y volver a casa”, eso pide. Sentido común, vida cotidiana, aroma a tostadas en el desayuno y el calor de una madre que lo tape por las noches antes de dormir en su cama. Nada extraordinario. No piden nada del otro mundo. Solo lo que todos pediríamos. Basta de guerra y volver a casa. Y Dimitri tiene un pedido especial: que alguien lo adopte.

Los adolescentes escucharon las noticias de Tanya, una chiquita de 6 años. El espanto ocurrió en Mariupol. Un misil derrumbó su humilde casa de ladrillos y techos de chapa. Y ella murió de deshidratación debajo de los escombros porque el bloqueo de los soldados rusos no permitió que llegaran ni los bomberos ni la ambulancia. El alcalde se llama Vadim Boitchenko y estaba desolado con la información que recogió: “Su madre (la madre de Tanya) voló en pedazos por un bombardeo ruso. No podemos imaginar cuánto sufrimiento tuvo que soportar una niña inocente. En los últimos minutos de su vida estuvo sola, exhausta, asustada, terriblemente sedienta. Estoy lleno de dolor y odio por los nazis que bloquearon nuestra ciudad”.

El propio presidente Volodímir Zelenski hizo referencia al caso que sacudió el alma de Ucrania. Dijo que es la primera vez desde la invasión de los nazis que un niño muere deshidratado.

Hay un video que recorrió el mundo y las redes por millones, que se transformó en una suerte de emblema de la denuncia de estos crímenes contra los más indefensos. Ese  nenito que camina, como marchando mientras llora desconsoladamente.

Tiene esa campera multicolor, un gorro y la capucha puesta. En una mano lleva una bolsa transparente con poquitas cosas y en la otra lleva un chocolate. Con sus borceguíes flamantes llegó solito, caminando a la frontera con Polonia. Tenía escrito en su mano un número de teléfono. El de la familia polaca que se había comprometido a recibirlo.

Andan caminando con sus gorros y  pompones para protegerse de los grados bajo cero que trae la nieve. Muchos llevan ositos o autitos entre sus manos. Es su conexión con la vida anterior que perdieron y que quieren recuperar.

Un chiquito con Síndrome de Down de la mano de su abuela lo lleva a Pablo, el corresponsal de guerra a decir: “Perdón pero esto es una mierda a la que nadie se acostumbra por más que venga curtido de tanto chico cartoneando o haciendo malabares en los semáforos porteños”.

Los bebitos son los más frágiles. Olena, la esposa de Zelenski mediante una carta acusó a Putin de “disfrazar como operación especial al asesinato de chicos”. Habló de Alice, Polina y Arseniy, entre otros.

La sangre de chicos por las calles de Ucrania nos debe escandalizar y movilizar. Alguien dijo que en la paz, los hijos entierran a sus padres pero en la guerra los padres entierran a sus hijos. Hay que frenar a los perversos invasores. La guerra es el fracaso de la humanidad y el triunfo del fanatismo. Hasta un niño lo sabe.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre