Hace 50 años, el diario “The Washington Post” ganó el premio Pulitzer por la investigación que hizo del escándalo del Watergate.
No soy quien para dar consejos. Pero creo que sería muy útil que en los colegios, en las clases de educación cívica, dieran la película “The Post” de ese genio de la narración llamado Steven Spielberg. Es la historia apasionante del periodismo en su búsqueda de la verdad y en su guerra a las mentiras. Sobre todo ahora, con la explosión de las fake news.
En definitiva, es la confirmación de que no existe sociedad democrática posible sin la más amplia de las libertades. Este cine que siembra valores republicanos sin perder el entretenimiento como todo lo que pinta su aldea, es universal. En todos los países del mundo, en algún momento de su historia, hay periodistas valientes que tratan de publicar lo que los gobiernos quieren ocultar. De hecho una definición, pero solo una, de periodista es aquel que revela lo que el estado o el poder no quiere revelar.
Le recuerdo el caso que terminó con la consagración del The Washington Post y la herida de muerte política que recibió el presidente de Estados Unidos de entonces Richard Nixon. Trato de resumir el caso al máximo. Había un informe ultra secreto del Pentagono de 7.000 páginas sobre el desastre que Estados Unidos había hecho y seguía haciendo en Vietnam. Desde Eisenhower hasta Nixon pasando por Lindon Jhonson y el querible John Fitzgerald Kennedy habían engañado al pueblo norteamericano al ocultarle que más de 60 mil jóvenes habían muerto tan lejos de su patria y que el país se había llenado de chicos mutilados por la resistencia vietnamita. Esos cadáveres marcaron a fuego la historia de una generación que como reacción, parió el pacifismo, los hippies y se opuso a la guerra.
Se la hago corta. El legendario Washington Post accedió a aquellos papeles que quemaban a la clase política y los empezó a publicar. Fue un terremoto institucional. Las presiones sobre su propietaria y heredera Katharine Grahan fueron descomunales. La amenazaron con quitarle las licencias de la radio y la televisión. Los bancos no querían comprar las acciones que habían salido a la venta para enfrentar la crisis económica del diario. El presidente Nixon les prohibió el acceso a la Casa Blanca a los cronistas del periódico aún en los acontecimientos sociales como un casamiento. Las presentaciones en la justicia llevaban a los responsables a la cárcel. Los trabajadores se podían quedar en la calle.
Los únicos que estaban convencidos de que había que publicar todo eran los periodistas encabezados por el legendario Benjamín “Ben” Bradlee, tal vez el más grande editor de todos los tiempos. Llevaba el periodismo en la sangre. Defendía a muerte el contrato con los lectores. Y sabía que la libertad para acceder a toda la información es un deber de la prensa pero es un derecho de los lectores y los ciudadanos. Spielberg muestra esas discusiones éticas hasta la médula. Tom Hanks, como Bradlee y Meryl Streep como Kay Grahan se lucen en sus actuaciones creíbles hasta en los pequeños tics que tenemos todos los animales nacidos y criados en las redacciones de los diarios.
Nos erotiza una primicia. Nos quema en las manos. Y si la noticia sirve para incomodar a los cómodos y acomodar a los incómodos, mucho mejor. El buen periodista es fiscal del poder y abogado del hombre común.
El momento más dramático es cuando la señora Grahan, una mujer de la alta sociedad en un mundo de hombres, tiene el coraje cívico de escuchar más los latidos del corazón de su familia de periodistas que las amenazas de los autoritarios y censuradores. Y eso que el feminismo todavía estaba en pañales. Dice Let’s Go (Adelante) y la emoción nos hace saltar las lágrimas a todos los espectadores. Tiembla el viejo edificio del Post porque accionan el botón que pone en marcha la robusta y bella rotativa. Los ejemplares de la libertad impresa salen por miles hasta que son empaquetados y diseminados por las calles de la ciudad para su venta.
La verdad, la libertad obtuvo una victoria demoledora sobre los intereses oscuros y corruptos de los gobernantes. El periodismo fue refundado sobre la base de que si no es crítico es propaganda y eso no es periodismo. Es la famosa piedra en el zapato de los que mandan. Ben y Kay se salvan de la cárcel porque la Corte Suprema resuelve por 6 votos a 3 respetar la virginidad de la primera enmienda. Se hizo honor a la frase de Thomas Jefferson, dos veces presidente de Estados Unidos, autor de la declaración de la independencia y uno de los principales redactores de la Constitución que dijo: “Prefiero una prensa sin gobierno que un gobierno sin prensa”.
Esa batalla fue clave para todos los que amamos el periodismo. Al final de la película, se escucha a Nixon insultar a los periodistas y jurar que los va a destruir.
Do s humildes cronistas produjeron lo que se llamó el Watergate en esas mismas páginas y Nixon se conviertió en el primer presidente de la historia de los Estados Unidos que tuvo que renunciar.
Yo le decía que esa historia es universal.
Y mucho más ahora que los genios del mal han inventado el lawfare o los relatos o las verdades alternativas que son nuevos disfraces de la mentiras. En ese camino se puede encontrar tanto a Donald Trump como a Cristina pasando por el chavista Nicolás Maduro. Los populismos de todo signo no se llevan bien con la verdad fáctica ni con la publicación de los hechos reales.
Las redes sociales están llenas de usuarios falsos llamados fakes y de noticias inventadas.
Por eso hoy el periodismo de calidad que pone la cara, el cuerpo y la firma tiene tanto valor. En cada información, en cada opinión, nosotros nos jugamos por lo menos una parte de nuestro prestigio y de nuestra credibilidad. Los cobardes anónimos que dicen injurias e insultos no sirven para nada, solo para confundir y ensuciar el mecanismo de comunicación.
Podrán cambiar los soportes por donde va la data pero siempre se le dará valor a quien lo dice, porque lo dice y como lo dice.
En la calle mucha gente me dice que gracias a un sector del periodismo nos salvamos de que el cristinismo convirtiera a la Argentina en Venezuela. Hoy bajo el chavismo de Maduro hay hambre y miseria, crisis humanitaria, inseguridad y asesinatos por miles por las calles, censura y una feroz dictadura que expulsó del país a 5 millones de venezolanos. Los dirigentes del kirchnerismo y la propia vice presidenta Cristina, no dicen una sola palabra a favor de los presos políticos, exiliados y no condenan los crímenes cometidos por el régimen. Como si las dictaduras fueran solo las que no son del palo propio. Como si la democracia solo existiera cuando ganan sus amigos. Para desmontar esa apuesta a la impunidad de la cleptocracia autoritaria que ya padecimos, se necesita un periodismo cada vez más valiente e independiente.
Muchas veces le dije que desde la recuperación democrática de 1983 nadie había atacado con tanta ferocidad y ensañamiento a los cronistas y a la libertad de prensa en la Argentina como el matrimonio Kirchner. Los Kirchner, siempre quisieron controlar todo para que nadie los controle a ellos.
Sus principales objetivos a destruir fueron y siguen siendo los fiscales, los jueces y los periodistas que no se arrodillaron ante sus latigazos ni se dejaron domesticar por millonarias pautas publicitarias o prebendas. Los 16 años K fueron los de menor libertad de prensa desde 1983. Castigos de todo tipo: insultos desde los medios adictos y los grupos de tareas mercenarios de internet, agresiones callejeras , juicios en plazas públicas, afiches con caras de periodistas a las que se incitaba a escupir, escraches, aprietes a los dueños de los medios para que censuren o excluyan a tal o cual periodista, presión a los empresarios para que no pongan publicidad en los medios independientes, hostilidad desde la AFIP y los servicios de inteligencia, cero apertura informativa, no hubo ni conferencia de prensa. Como dice Spielberg, nadie nos puede hacer callar. Ni Trump ni Nixon. Ni Chávez ni Cristina. Que quede claro: el principal insumo del periodista es la libertad.
Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre