La Matanza avanza hacia la muerte

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Del creador de “La inseguridad es una sensación”, ahora llega “La inseguridad es una enfermedad endémica”. Sin que se le cayera la cara de vergüenza, Aníbal Fernández, el responsable máximo de la seguridad del país, apeló a otra mentira. Decir enfermedad endémica, es tratar de instalar que es algo que cayó del cielo, un virus que no sabemos de dónde vino o un castigo de la naturaleza. Otra vez Aníbal nos toma por tontos y nos quiere engañar. Porque la inseguridad es producto de una construcción de los funcionarios y los gobernantes. O mejor dicho, es una destrucción de los valores de la convivencia pacífica y del mensaje peligroso de este gobierno que se cansó de liberar criminales y ladrones.

Delitos se cometen en todos los países. Pero solo en la Argentina las autoridades y parte de la justicia, se ponen siempre del lado de los delincuentes y se ensañan con las víctimas o con sus familiares. Ese mensaje dinamita el valor de la honradez y el trabajo. Se vio con toda crudeza anoche cuando la policía reprimió con gases y palos a los vecinos decentes que trabajan y pagan impuestos.

Estos responsables políticos custodian y cuidan a los barras bravas, o a los falsos mapuches o miran para otro lado frente a los narcos, son los mismos que dispararon gases lacrimógenos y gas pimienta contra las víctimas del delito. ¿Se entiende? Los mismos que premian a los delincuentes, castigan a los que sufren esos delitos. Es incomprensible. Un delirio de mala praxis y de inflamación ideológica berreta que empoderó a los asesinos y ladrones y que mantiene encerrados, enrejados, aterrados o en el peor de los casos, enterrados a gran parte de los argentinos honrados.

No es una enfermedad endémica, Aníbal Fernández. La inseguridad galopante es una consecuencia lógica del mensaje nefasto y zafaroniano que baja hace años desde el poder cristinista. Por eso la policía no actúa. Porque siempre, la razón la tiene el malandra y los que pierden sus carreras o van presos son los agentes del orden. Ese prejuicio repugnante, instaló la idea de que toda persona es inocente hasta que se demuestra lo contrario, menos los policías o gendarmes que son culpables hasta que se demuestre lo contrario. Cristina lo hizo. No fue magia. Fue mafia y bajada de línea de Zaffaroni.

El que aportó sentido común y criterio de realidad fue Jorge González, el comerciante que vende ropa en Ramos Mejía. Tiene 73 años y está harto de que lo roben en el negocio. Miró el cartel publicitario de Fernando Espinosa y dijo: “Si, la Matanza avanza, pero hacia la muerte”, como le pasó a Roberto, el kiosquero tan querido y fusilado de seis balazos por nada.

Es cierto, lo que avanza en todo el país y especialmente en el conurbano y en Rosario es la matanza (con minúscula) de argentinos que tienen pánico cada vez que sus hijos van a la escuela o salen a trabajar. Los delincuentes fueron liberados por el gobierno de Alberto y por algunos jueces repudiables como Víctor Violini. Los chorros y criminales andan libres, y las personas de bien tienen que estar atrincherados en sus casas.

El estallido y la rebelión de los mansos de anoche es un mensaje claro que el gobierno debe leer sin frivolidad. No es habitual que ciudadanos independientes auto convocados insulten a Cristina Kirchner como lo hicieron. No es habitual que apunten claramente a Sergio Berni, Axel Kicillof y el intendente Fernando Espinosa como responsables del temor en el que sobreviven. Una señora dijo: “A Roberto lo asesinó el estado”. Pedro, el padre del kiosquero, quebrado en llanto dijo: “Gracias Alberto, gracias Cristina por liberar a los chorros”. Demoledor.

Mucha gente hizo click y comprendió que no se trata de algo irremediable frente a lo que hay que resignarse. Cada vez más argentinos reclaman, exigen y protestas en paz y ejercen su derecho en democracia.

Hoy mismo Sergio Berni debería presentar su renuncia. Quedará en la historia como el que reprimió a los que reclamaban seguridad y justicia. En lugar de dar explicaciones y buscar soluciones, repartió palos y gases. Por lo menos hoy mismo debería exhibir ante los medios y expulsar de la policía al oficial troglodita y provocador que, con la metodología barra brava, le robó la bandera al padre de Zaira Rodríguez, asesinada en San Martín.

Y hay que poner la lupa sobre los jueces que liberan delincuentes a la velocidad de la luz y de los fiscales que no acusan. Por miedo, por vagancia o por dinero muchos hacen eso y se esconden en el anonimato. Escuche este dato del fracaso; de cada 100 delitos que se cometen, solo 3 llegan a juicio y de esos tres, solo uno tiene la condena correspondiente.

Un aparte para Fernando Espinosa que en las elecciones primarias sacó 230 mil votos menos que en las del 2019. Espinosa: hace 38 años que su partido gobierna ese distrito donde todos los días aumenta la pobreza, la desocupación, la mortalidad infantil, el delito y los narcos. ¿No va a decir una palabra, intendente? Ni siquiera va a emitir un tuit de pésame o un sonido gutural de dolor. ¿Se cree que callado y borrado como hace siempre Cristina va a zafar de su responsabilidad?

Por último, Aníbal Fernández debería repasar esa frase que dice: No aclare que oscurece. Como si mal de muchos fuera consuelo de tontos, dijo que “lo que pasó con el kiosquero pasa en todas partes del mundo”, negó el aumento del delito y remató con un “Ahh pero Macri”. Aseguró muy suelto de cuerpo que el gobierno anterior liberó más presos que este. Hay que proteger la vida de la gente. Proteger a los decentes y castigar a los delincuentes. Avanzar hacia la vida. Y no hacia la muerte, como La Matanza.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio MItre