La Argentina violada no olvida ni perdona

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Ayer fue el día de la lealtad a un nacional populismo autoritario que no siente ni culpa a la hora de profanar hasta las cuestiones más sagradas. Todos los días, el cristinismo supera su degradación de la condición humana.

Pero pisotear un cementerio civil de piedras que son una llaga abierta, supera todo lo conocido. Ni en las guerras se trata así a los muertos. Ni entre enemigos armados se humilla así la memoria de los caídos. Los energúmenos, instalaron la fotografía del horror. Aplastaron con sus asquerosos pies la memoria colectiva de más de 115 mil fallecidos, por la criminalidad del covid y la mala praxis del gobierno de Alberto y Cristina. No conformes con esa provocación que revolvía el estómago, arrancaron carteles y fotografías que son verdaderos símbolos de la delirante condena al encierro de la cuarentena eterna. No hay que tener una sola neurona ni estómago para romper una foto de Solange Musse.

Esa jovencita murió de cáncer en Córdoba y no se pudo despedir de Pablo, su padre. Era su último deseo. No quería otra cosa en su corta vida que abrazar y besar a su viejo en la despedida final. Pero la burocracia macabra de los Fernández se lo impidió. Confirmaron que no tienen alma. Que no tienen corazón ni sentido común. Viven en palacios alejados de la gente y no se conmueven ante nada. Decirles castas a esta altura, es poco. Porque mientras Solange se apagaba, las luces de Olivos se encendían para una festichola clandestina en el cumpleaños de la pareja del presidente, o se hacían velorios masivos y sin protocolo por Maradona o se adiestraba al perro Dylan, o se vacunaba desafiante la vanguardia iluminada y revolucionaria de Carlos Zannini, Horacio Verbitsky y Hugo Moyano, entre otros.

Solange murió y dejó un legado moral y ético del que carecen estos burócratas. En su carta de despedida, nos conmovió hasta las lágrimas cuando escribió que “siento tanta impotencia de que sean arrebatados los derechos de mi padre para verme y de mi para verlo. ¿Quién decide eso? Acuérdense, hasta mi último suspiro, tengo mis derechos, nadie va a arrebatar eso en mi persona”.

Solange nos dio una clase de humanismo y ética de la solidaridad. Hasta nuestro último suspiro tenemos nuestros derechos.

A pesar de que un salvaje militante cristinista haya violado ese emblema colectivo que era su foto en el monumento a Manuel Belgrano, rodeada de las piedras de la memoria colectiva.

Alrededor la comparsa de fanáticos en lugar de frenarlo, aunque sea por conveniencia electoral, lo alentaban y lo aplaudían. Fue como la quema del cajón de Herminio. O como el irracional que escribió “Viva el Cáncer”, mientras Evita se moría. Una cosa es la diferencia de pensamientos y de comportamientos y otra muy diferente, es el odio cegador que escupe sangre. Estuvieron a punto de patear al mosaico que recuerda a Mauro, el padre de nuestro compañero Joni Viale.

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El cristinismo recargado con su guardia de hierro, La Cámpora, está empujando al país al borde del abismo de la irracionalidad absoluta de las hordas. Hay que parar la violencia que producen porque Argentina es un polvorín y cualquier chispa lo puede hacer explotar.

La única manera de no convertirse en jefes de esta humillación a los muertos es un repudio y una fuerte condena y sin eufemismos de Cristina y Alberto y la identificación y castigo de los por lo menos tres asesinos del memorial popular de Plaza de Mayo.

Las redes hervían de horror. Algunos ya estaban convocando a un desagravio para el sábado que viene con una Tercera Marcha de las Piedras.

La mejor definición que encontré de lo que pasó y lo que está pasando, fue una

de Joaquín Morales Solá en este programa. Dijo que “La Argentina es una país violado y el violado no olvida ni perdona”.

A 76 años de su nacimiento, el peronismo ha sido reducido a la esclavitud por el cristinismo extremo que ayer mostró sus caras más piantavotos y chavistas.

El resentimiento fanático de Hebe de Bonafini que manchó los pañuelos blancos con la corrupción de las Pesadillas Compartidas con Sergio Schocklender.

El intendente de Ensenada, Mario Secco que es admirador de Galtieri y Hugo Chávez y Cristina, en ese orden.

El delincuente de estado, condenado por 15 jueces y confirmado por la Corte Suprema, Amado Boudou que prepara su regreso al gobierno.

El talibán kirchnerista Jorge Rachid, admirador de Irán.

Y el jerarca sindical que defiende sus privilegios y perjudica a maestros y alumnos llamado Roberto Baradel.

Máximo tiró la piedra de la movilización pero escondió la mano. No quiso quedar pegado a esa exhibición de debilidad. Pese al aparato del estado, no pudieron llenar la Plaza de Mayo. Cristina también se borró como siempre hace en las malas y Alberto fue, volvió, fue y volvió convertido casi en una marioneta sin pensamiento propio.

Dejaron colgados del pincel y poniendo la cara a Axel Kicillof, Santiago Cafiero que escuchó los discursos que fustigaron a Alberto y Martín Insaurralde, el presunto moderado que encabezó una columna al grito de: “Mauricio Macri/La puta que te parió”.

Como puede verse, estos muchachos están desarrollando una exitosa carrera al fracaso y a la implosión oficialista.

Fue el día de la lealtad a la violencia como partera de la historia y un canto al odio de clases sin espejo. Porque Bonafini acusó a Alberto de estar del lado de los ricos.

Y eso es cierto. Alberto vive y convive con millonarios como  Cristina, Máximo, Cristóbal, Lázaro, Moyano, los Albistur-Tolosa Paz, Clarens y los fallecidos Daniel Muñoz y Fabián Gutiérrez. En eso, tiene razón Bonafini.

Pero más razón tiene Morales Solá. Un país violado no olvida ni perdona.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre