Andahazi: “Cuando la política juega para el virus”

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Ayer viajamos al mundo rural del noroeste de la provincia de Buenos Aires de mediados del siglo XX.

Por aquella época, repasemos, el Dr. Arribalzaga había logrado describir una nueva enfermedad endémica argentina: el “Mal de los rastrojos” o más formalmente la Fiebre hemorrágica argentina.

El médico argentino dio a conocer sus hallazgos y la relación de esta enfermedad con el oficio de los enfermos que morían en un porcentaje muy alto: 30% de los infectados no sobrevivía al virus Junín, como se lo bautizó luego, cuando fue posible aislarlo.

Los afectados eran trabajadores rurales de las zonas de Junín y Chacabuco y el vector responsable de alojar al virus, la laucha maicera que vive en los rastrojos.

Hasta ahí los científicos argentinos habían desarrollado un importante trabajo. La comprensión de los síntomas de una enfermedad, el descubrimiento del virus y el vector son pasos fundamentales, pero no alcanzan para curar.

El Dr. Vilches, obsesionado con extirpar la peste de esas poblaciones vulnerables, él también se contagió y se murió a causa de la enfermedad a la que estaba combatiendo.

La esperanza llegó por fin de la mano del Dr. Julio Maiztegui y de un equipo de profesionales que desarrollaron un método novedoso, revolucionario, en un centro de investigación que desarrollaron en Pergamino: El plasma inmune de pacientes recuperados.

Me resulta de suma importancia que podamos repasar esta epopeya de la ciencia argentina con la perspectiva que tiene desde el presente, dramático, impensado, que estamos viviendo.

Editorial de Federico Andahazi

El tratamiento desarrollado por este médico de Bahía Blanca le enseñó al mundo a extraer del cuerpo de un paciente curado la fórmula para derrotar la enfermedad. En 1970, con el tratamiento de Maiztegui, la mortalidad del mal de los rastrojos bajó de 30% a 2%.

Pero este tratamiento que no quedó acotado a una enfermedad rural en los confines de América del Sur; el tratamiento con plasma fue efectivo para las pandemias que vienen asolando el siglo XXI: el SARS, el MERS y el ébola.

Y por ahora, representa la única esperanza en paciente con COVID 19 avanzado o grave. Lo decíamos ayer: las plaquetas de un paciente curado guardan el tesoro más preciado, la fórmula para que el organismo pueda fabricar los anticuerpos.

Por eso es tan importante que si tuviste Coronavirus te acerques a donar plasma para salvar a alguien que podría no tener tu suerte.

Siempre digo que el saber es una construcción colectiva y, más allá de los genios que descollaron, hay un importante camino que construye la ciencia y sostiene la sociedad que debe valorarse en su verdadera dimensión.

Y para que veas a qué me refiero voy a darte dos ejemplos contrapuestos.

El primero, el virtuoso, se trata del propio Dr. Maiztegui que llegó a estos descubrimientos no sólo por haber tenido la posibilidad de formarse en una universidad pública argentina de calidad, sino que tomó las lecciones de otro gigante de nuestra ciencia, el Dr. Salvador Mazza, quien se dedicó en alma y vida a descifrar y luchar contra la trypanosoma cruzi, más conocida como Mal de Chagas.

Así como el Dr. Mazza se instaló en los territorios castigados por la vinchuca para conocer mejor a su objeto de estudio, Maiztegui armó en Pergamino un centro de operaciones que brindaría al mundo una herramienta fundamental para tratar las enfermedades que no tienen cura.

En el extremo opuesto, la destrucción. Cuando la ignorancia, el totalitarismo y la prepotencia toman el poder todo es atraso, muerte, pobreza y no existe prosperidad posible. El ejemplo lo vuelve a dar el mal de los rastrojos.

Te decía ayer que un grupo de científicos liderados por el Dr. Parodi habían aislado y nombrado al virus Junín. El Dr. Arturo Illia era el presidente de los argentinos y el grupo de Parodi iba por más: trabajaban para desarrollar una vacuna contra la Fiebre hemorrágica argentina.

Ya se habían terminado los protocolos y el trabajo tenía excelentes perspectivas. Pero en 1966 ocurrió el golpe que derrocó a Illia.

Con la dictadura de Onganía, y, como no podía ser de otra forma, se desarticularon todas las investigaciones científicas, les retiraron los fondos, persiguieron a los hombres y mujeres de Ciencia y hasta destruyeron las cepas del trabajo de Parodi.

El proyecto de la vacuna se retomó diez años después pero en EEUU, donde CANDID #1 se convirtió en la primera vacuna para Fiebre Hemorrágica argentina y estuvo lista para ser aplicada en la población de riesgo recién en 1986.

Fijate cuánto dolor se podría haber evitado si la dictadura no hubiera destruido el laboratorio del Dr. Parodi. Sería bueno que los políticos de hoy no volvieran a moverse como elefantes entre las probetas de laboratorio.