El senador Oscar Parrilli entró en la fase delirante. Según el diccionario de la Real Academia, el delirio es “una confusión mental caracterizada por alucinaciones, reiteración de pensamientos absurdos e incoherencia”. Sus declaraciones a una radio cristinista y a la agencia del estado camporista, me llevaron a esta conclusión.
En sus alucinaciones y pensamientos absurdos, Parrilli, mayordomo político de Cristina, dijo que “Jorge Lanata es al periodismo lo que Alfredo Astiz es a los derechos humanos” y que “hace muchos años que le vendió el alma al diablo y se vistió de periodista para llenarse de plata”. Son tantas falsedades que al principio causa risa, pero también preocupación por su desequilibrio emocional. De inmediato, cuando uno hace un análisis político, se dá cuenta de la gravedad de sus tragicómicas conclusiones. Primero porque Parrilli no habla por sí mismo. Hay serias dudas acerca de si tiene pensamiento propio.
Es un lorito repetidor de las órdenes que le da su dueña, la falsamente exitosa abogada que nunca ganó un juicio y que lo perdió varias veces. Eso sí, es inquietante. Porque Cristina tiene poder y lo ejerce con ferocidad. Es vengativa y combate para zafar de todas las causas de corrupción que la involucran a ella, sus hijos y los gerentes del Cártel de los Pingüinos. Cristina tiene una gran capacidad de daño. Es la jefa política de este gobierno. Maneja la justicia, cajas millonarias, ahora los servicios de inteligencia y una tropa de muchachos pesados que son capaces de hacer cualquier cosa. Son fanáticos que están convencidos que ella es una santa y que todos los que la critican son diablos. Por eso Parrilli dice que Lanata le vendió el alma al diablo.
Pero vale pena desnudar lo ridículo de las declaraciones de Parrilli. Debería saber que fue Perón el que dijo “del ridículo nunca se vuelve”. Comparar a Lanata con Astiz es, entre otras cosas, banalizar el terrorismo de estado. Astiz fue un torturador de monjas, un asesino en los campos de concentración y un cobarde a la hora de rendirse en Malvinas sin disparar un solo tiro. Va este recuerdo terrible para los más jóvenes.
El 8 de diciembre de 1977, el entonces teniente de Fragata Alfredo Ignacio Astiz, disfrazado de cordero, fingiendo que tenía un hermano desaparecido e infiltrado con el nombre de Gustavo Niño, tomó el camino de Judas y marcó con un beso a Alice, una de las religiosas, para que la secuestraran junto a 7 personas más. Los franceses no olvidaron y Alfredo Astiz, el ángel de la muerte, fue juzgado en ausencia en Paris y condenado a cadena perpetua. En Suecia, hicieron lo mismo, por la desaparición de la joven Dagmar Hagelin. Un criminal hecho y derecho. Un criminal de lesa humanidad.
Lanata, parece mentira que haya que explicarlo, es el periodista más importante de la Argentina, el que tuvo la valentía y la capacidad de mostrar en vivo y en directo el saqueo del estado encabezado por Cristina, nunca tiró un tiro en su vida, es totalmente pacífico, solo utiliza palabras y valores en su trabajo y desde Página 12 fue uno de los que más defendió los derechos humanos y la búsqueda de los nietos desaparecidos. En esa época, el matrimonio Kirchner no decía una sola palabra en contra de la dictadura, no presentaban ni un habeas corpus, se negaban a ayudar a las madres y abuelas de Plaza de Mayo y llenaban sus bolsillos embargando casas de gente que no podía pagar sus deudas bajo una ley de la dictadura. La diferencia entre Lanata y Astiz, es abismal. Pero además, supongamos que Lanata se llenó de plata. No se si eso es así. Pero si lo hizo, lo hizo trabajando honradamente en la actividad privada. No la robó, como la mayoría de los integrantes del gobierno K, el más corrupto de la historia democrática.
Parrilli es el ariete de este plan sistemático para estigmatizar y atacar a periodistas independientes. Cristina pone las ideas y las locuta en off. El ministro de la propaganda y la venganza, Tristán, elige las caras para escrachar y las imágenes y Parrilli, encabeza el grupo de choque.
¿Cuál es el objetivo? Primero tomarse revancha de todos los trabajadores de prensa que denunciaron el robo del siglo. Meter miedo, intimidar para que nadie se atreve a opinar o a seguir investigando. Pero además de apuntar a la autocensura, el objetivo es encarcelar si es posible a algunos de los periodistas o por lo menos, apuntarlos para que los procesen o para que los grupos de tareas patoteras los provoque y si puede les pegue una paliza o algo peor. Borrar al periodismo de la faz de la tierra es uno, pero solo uno, de los caminos hacia la impunidad y el monumento en su homenaje que busca Cristina. Por eso Parrilli dijo que Luis Majul, Nicolás Wiñazky y Daniel Santoro, también eran servicios de inteligencia. No se lo cree nadie. Cristina me puso en la mira a mí, a mi hijo, a Lanata, a Nico, a su padre, Miguel, a Santoro, a Baby Etchecopar y a otros colegas que no se callan, ni se venden ni se alquilan.
Hubo fuertes reacciones de entidades que nuclean a las entidades periodísticas y a los cronistas. Joaquín Morales Solá, flamante presidente de la Academia Nacional de Periodismo, fue uno de los más contundentes. En el diario La Nación, ayer, escribió que Alberto Fernández no “se ha pronunciado sobre la campaña de hostigamiento y escrache que afecta a muchos periodistas, aunque es especialmente grave la operación de acoso y derribo contra el periodista Luis Majul”.
Ayer, Marcelo Longobardi, me hizo una entrevista para reflexionar juntos sobre el tema. Yo le dije y lo repito que: “El tema de las escuchas en manos de Leopoldo Moreau es una de las noticias más preocupantes. Ya sabemos la tirria y el odio ilimitado de Leopoldo Moreau en nombre de Cristina de Kirchner contra el periodismo”. Leopoldo Moreau, fue expulsado del radicalismo porque se hizo cristinista fanático y es recordado porque como candidato a presidente llevó al partido de Yrigoyen a los infiernos y sacó apenas el 2,34% de los votos.
Y también le dije a Marcelo que: “Los Kirchner desde siempre, han tenido predilección por los servicios. Quien históricamente espiaba a todo el mundo, incluida su propia tropa, era Néstor Kirchner. El propio presidente Alberto Ángel Fernández denunció en su momento, que Cristina lo estaba espiando cuando se reunía con Julio Cobos. Gustavo Béliz, hoy la mano derecha de Alberto, se tuvo que ir del gobierno y de la Argentina por haber denunciado al jefe de los espías, Antonio Stiusso. Néstor Kirchner se quedó con Stiusso y eligió que Béliz se fuera”.
Todo esto que le digo se puede buscar en archivos porque todo esto es verdad.
Pero, en la mayoría de los casos, la credibilidad de quien dice las cosas inclina la balanza ante gran parte de la opinión pública. Y Oscar Parrilli carece de toda credibilidad por varios motivos. Fue el miembro informante del bloque peronista en su momento cuando se privatizó YPF. Lo hizo en nombre del menemismo y los Kirchner estaban totalmente de acuerdo. Repito: el peronismo privatizó YPY. Después, Parrilli, se dio vuelta en el aire como un panqueque y levantó la bandera de la soberanía energética, para estatizar YPY.
Hoy Parrilli, está procesado en la causa por el encubrimiento a los terroristas que dinamitaron la AMIA y lo más grave de todo es su comportamiento genuflexo. Nadie que se respete puede seguir siendo el mayordomo de Cristina que lo trató en varias situaciones de “Pelotudo”. Esa humillación y maltrato, tan típica de los Kirchner demuestra que Parrilli no se respeta a sí mismo y por lo tanto, tampoco puede hacer respetar al pueblo que dice defender. Esa actitud de felpudo lo transformó en un corre ve y dile de Cristina y nada más.
A sus espaldas, el resto de los peronistas, se burlan de él. Julio Bárbaro, en su momento, se rió hasta de sus capacidades intelectuales. Dijo que poner a Parrilli en inteligencia era como ponerlo al él, al frente de los melenudos. La fama de Parrilli en la política es por su nivel de obsecuencia hacia sus jefes. Fue así con todos los jefes políticos que tuvo: Carlos Menem, Néstor o Cristina. Él dice que eso es lealtad. Otros opinan que es un intento de reemplazar mediocridad por obediencia debida. Esta es una idea de lo que es Parrilli. Pero la desesperación por complacer a su jefa lo hizo entrar en la fase delirante. Y eso es muy peligroso.
Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre.