Vergüenza nacional es que, paso a paso, y todos los días, el cristinismo se va apoderando de todo. Quieren hacer realidad aquel premonitorio compromiso del “vamos por todo”. Cada uno de sus actos tiene el objetivo de copar y cooptar todas las estructuras del estado. Muchos de esos movimientos son sigilosos, clandestinos y otros se hacen públicos para arengar a la tropa que ve a Alberto Fernández como un tibio amigo de Horacio Rodríguez Larreta y los empresarios del establishment.
No les alcanza o no le creen a Alberto, cuando dice que extraña a Hugo Chávez y que Hugo Moyano es su sindicalista fetiche. Quieren más acción. Quieren que Alberto se rinda incondicionalmente y avance en declaraciones y medidas concretas contra los jueces y fiscales, contra los medios y los periodistas independientes y contra el empresariado más desarrollado, donde incluyen por supuesto a lo que ellos siguen llamando agrogarcas.
Cualquier persona que esté atenta a las crónicas políticas advierte este plan que yo denomino: “Vergüenza Nacional”.
Vergüenza nacional es expropiarle el proyecto de reforma electoral que tenían Gustavo Béliz y Vilma Ibarra para imponer el de Eugenio Zaffaroni y Carlos Beraldi, el abogado de Cristina. Todos los cambios que proponen son para garantizar lo que Alberto le prometió a Cristina en aquel pacto espurio que firmaron. Hablo de la impunidad para todos y todas. Para Cristina, sus hijos y sus gerentes de la corrupción agrupados en el Cártel de los Pingüinos. Eso implica colocar a Daniel Rafecas como jefe de todos los fiscales y aumentar los miembros de la Corte Suprema de Justicia con abogados militantes para tener una mayoría automática como en épocas de Carlos Menem. Convertir a la Corte en un grupo de cortesanos del régimen vice presidencial que tenemos. Pero Cristina no solo persigue que su prontuario quede virgen. También quiere un monumento por todo lo que hizo. Es lo que puso en palabras Jorge Lanata el domingo. No tenemos odio. Pero si mucha bronca por el robo colosal al que sometieron al pueblo argentino y porque, encima, quiere que la felicitemos.
Y como si esto fuera poco, además de la impunidad, van por la venganza. Ese operativo salvaje de estigmatizar a todo al que se atreve a cuestionar a Cristina lo conduce el ministro Tristán. Para eso está en ese lugar. Para adoctrinar a los chicos y para editar escraches audiovisuales, donde Cristina ataca a periodistas con nombre, apellido y rostro, que es una manera de apuntarles con futuros castigos.
Vergüenza nacional es que los organismos de derechos humanos que tienen la camiseta de Cristina puesta no hayan dicho una palabra de las desapariciones y asesinatos cometidos por las policías del gatillo fácil de los gobiernos provinciales peronistas. Ni Bonafini, ni Carlotto, ni Pérez Esquivel ni Horacio Pietragalla ni Victoria Donda, reclamaron por la aparición con vida o el juicio y castigo a los responsables. Los mismos que armaron intensas campañas por el caso del policía Luis Chocobar o porque Santiago Maldonado se ahogó en el río, ahora hacen un silencio cómplice que vacía de contenido a funcionarios y a los que defienden los derechos humanos, pero con un solo ojo. Hay que levantar la voz y la exigencia por Facundo Astudillo Castro y Lucas Nahuel Verón de la provincia de Buenos Aires (teléfono para Sergio Berni), de Luis Espinoza en Tucumán, de la paliza salvaje, con abuso sexual incluido a la familia Qom en el Chaco o Florencia Magalí Morales en San Luis, solo por nombrar a los que más impacto social tuvieron. Pero la lista es más larga.
Vergüenza nacional es que Cristina se haya burlado del vandalismo vengativo contra el campo y de los arrepentidos, a días del asesinato de Fabián Gutiérrez, uno de los que la denunció por mega corrupción de estado. Dijo que le gustaba el humor inteligente y avaló un tuit provocativo donde una mulita aparece con la vista tapada y dice: “La primera mulita arrepentida se confiesa: Cristina me dijo que rompiera los silobolsas o me hacía escabeche”. Grosero y maltratador comentario contra los productores agropecuarios que ya sufrieron 80 ataques donde con navajas rompen silo bolsas y arruinan el trabajo de un año y queman campos y encima habla de arrepentidos. Ni registró que fue asesinado un arrepentido que estaba arrepentido de haber trabajado a su lado y que se hizo millonario con los vueltos que le robó. Cristinistas fanáticos y Hebe Bonafini convocaron a castigar a los chacareros.
Vergüenza nacional es que la nueva moratoria sea un traje a medida para Cristóbal López que además va a reclamar una indemnización que deberemos pagar todos los argentinos. O que terminen condenados menos del 1% de los investigados por delitos de corrupción. O que menos del 2% de sus casos lleguen a juicio oral. Son datos duros de la auditoria del Consejo de la Magistratura.
Vergüenza nacional y una alarma muy peligrosa, es el robo de armas y chalecos antibalas en un destacamento de la Prefectura Naval en Ezeiza. Fue un grupo comando encapuchado. Ojo con esto que no parece un robo común. ¿Quién le roba armas a la Prefectura? O que haya personas que hayan intrusado un predio de la Fuerza Aérea guarnición Córdoba para instalar sus precarias viviendas. Agustín Rossi es el ministro de Defensa y algo debería hacer. ¿No le parece? Por lo menos expresar su preocupación.
Vergüenza nacional es que acusen de odiadores seriales los que instalaron la grieta y el odio cuando llegaron al gobierno y los que admiran a Chávez y Maduro que tienen una ley contra el odio que le permite meter preso a cualquiera que ellos consideren que odia. Jorge Fernández Díaz este domingo dijo que Cristina es “una de las más grandes odiadoras de la historia moderna” y su compañero de página, Joaquín Morales Solá escribió que “el odio es un juego que alimentan los que mandan”.
Pero tal vez la mayor vergüenza nacional sea que, una vez más, el peronismo traslada a toda la sociedad sus peleas internas. Hoy asistimos a una fuerte tensión y una pulseada entre Alberto y Cristina. Alberto fue amigo y enemigo íntimo de Cristina y Néstor. Ella lo puso como candidato a presidente para conseguir votos moderados y ganar las elecciones. Esa maniobra fue exitosa. Pero ahora intenta someter absolutamente a Alberto que por momentos acepta y dice que ella y él son lo mismo pero, por momentos, recibe las críticas, cada vez más duras y más públicas de ella y de sus soldados más radicalizados. Le pongo algunos ejemplos. El más trascendente es el de la propia vice contra el presidente. Cristina elogió una nota del periodista de Página 12, Alfredo Zaiat. “Es el mejor análisis que he leído en mucho tiempo. De lectura imprescindible para entender y no equivocarse”, escribió. ¿Y cuál es el problema? Que en la nota, Zaiat critica la relación de Alberto Fernández con empresarios del establishment que el cristinismo considera enemigos. Algunos estuvieron sentados el 9 de julio en Olivos, mientras el presidente hablaba.
Cristina le dice a Alberto que no se equivoque y que lea la nota de Zaiat que define a estos empresarios como “conducidos políticamente por Techint y Clarín”, que “operan en áreas monopólicas”, y que “están alineados con la potencia declinante, Estados Unidos” porque “dolarizan y fugan al exterior sus excedentes “. Cristina piensa esto. Elogia a Zaiat y extraña con toda el alma, de verdad a Hugo Chávez. Pero otros soldados de Cristina como Julio de Vido, Mempo Giardinelli, Bonafini y Alicia Castro, también fustigaron a Alberto por haber llamado “amigo” a Horacio Rodríguez Larreta. Bonafini dijo que tenía cara de pelotudo. El ex ministro con prisión domiciliaria y tobillera le dijo que “con esos gestos amistosos, estamos armando al mejor candidato de la derecha. Creo que hay un acuerdo tácito con el macrismo. Yo no soy amigo de Rodríguez Larreta y de esa manera impulsan a movilizar a la derecha y a cagar a palos a uno de los periodistas nuestros. Cuando se anuncia algo, no hay que retroceder”, dijo en obvia referencia a cambio de planes en el tema Vicentín.
Don Julio dice que no es amigo de Horacio y es obvio. Está preso por ser amigo de lo ajeno. Y la última chicana: ¿Cuándo compró a los periodistas que fueron agredidos? Dijo periodistas “nuestros”, sonó un poquito a esclavitud.
Y la frutilla de la torta fue el comunicado de Hebe Bonafini contra Alberto. “Nos sentimos agraviadas y heridas en lo más profundo de nuestro corazón”, escribió. ¿El motivo? “Usted sentó a la mesa a todos los que explotan a nuestros trabajadores y a los que saquearon el país. Y lo más grave, y a los que secuestraron a muchos de nuestros hijos que lucharon por una patria liberada”.
Con Hebe, Cristina movió su principal ficha simbólica para su propia tropa. Una vez más la mejor idea para terminar con esta vergüenza nacional vino de afuera de la política. El talentoso actor Oscar Martínez lo resolvió en pocas palabras: “Hoy la verdadera revolución es respetar a rajatabla la Constitución Nacional y el Código Penal”.
De eso se trata. Respetar la Constitución y el Código Penal. Parece sencillo. Pero con Cristina, parece imposible.
Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre