Crónicas de guerra: Evitar los colapsos

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Parte diario: 301 contagiados y 6 muertos. Según la Real Academia Española “colapso”, significa: “destrucción, ruina de una institución, sistema o estructura”. Y eso es lo que tenemos que evitar en todos los planos. Evitar los colapsos.

Primero el del sistema de salud, por supuesto. Por eso estamos en esta cuarentana obligatoria. Para que un tsunami de argentinos con coronavirus, no paralicen los hospitales públicos ni los sanatorios privados. Esa es la tarea de las tareas. Es el principal objetivo compartido por todo el país y es la mejor manera de evitar la mayor cantidad de muertes posibles.

Evitar que colapse la economía. Es verdad que la economía ya está en la lona maltrecha pero hay que cuidar a los que más necesitan. Que el riesgo país supere los 4.290 puntos es una asignatura pendiente. Hay que dejarlo para más adelante. El camino elegido es el de pagarle 10 mil pesos a los trabajadores autónomos y a los no registrados. Y  darle 10 millones de pesos a los intendentes del conurbano para que compren y entreguen comida. Y los 30 mil a los médicos, enfermeros y el resto de los héroes de la salud. Postergar todo tipo de vencimientos y no cortar servicios esenciales. La cadena de pagos pende de un hilo y asistimos a una hecatombe económica sin precedentes en el mundo. Jamás hubo una crisis de oferta y demanda juntas. Por lo general se da una sola de las variantes. O cae la producción o cae el consumo. Pero ahora se derrumban ambas y eso no tiene solución inmediata.

Hubo motines en la cárcel de Coronda y en la de Las Flores,

Hay que evitar que colapse la paz social. Hubo varios indicios de chispas o fogatas que deben apagarse rápido para que no haya un incendio social de todos contra todos. Los presos de las cárceles de Coronda y Las Flores se amotinaron por pánico a morir por la pandemia. Y 5 internos murieron en medio de los tiros, las llamaradas y los derrumbes. En Ituzaingó y en algunos otros barrios, ya hubo patotas que ingresaron a las patadas a algún almacén chica y se robaron todo. O lo que es peor, unos muchachos peligrosos ingresaron por la fuerza a la guardia del hospital Argerich de madrugada y se llevaron todos los barbijos que encontraron. Ojo con los desbordes de gente desesperada que en forma espontánea o inducida desaten situación de violencia anárquica. No casualmente el gobierno nacional apeló al Ejército y a la Gendarmería. En los puntos más críticos fueron con los camiones y los uniformes de campaña, cascos y fusiles a llevar viandas para las familias más marginadas. No lo pueden decir, pero en realidad, esos militares también les sirven a los funcionarios como elemento disuasivo. Para que a nadie se le ocurra hacer justicia por mano propia y apropiarse de lo que no le pertenece. Es una posibilidad que existe y por lo tanto hay que tomar todos los recaudos para evitar que corra sangre de compatriotas.

Jamás olvidaré la cara de ese señor coreano que en el 2001 lloraba desencajado y de rodillas, mientras sus propios vecinos le saqueaban todo su boliche. La peor ley es la ley de la selva.

Hay que evitar la depresión que puede producir el encierro. Tomarlo con temple, fortalecer nuestro ánimo. Apostar a un desafío de aprendizaje y a utilizar como escudo al humor y las tareas constructivas. Rubén Blades, el cantante y actor panameño me copió la idea (¡¡¡que caradura que sos Leuco!!) y está escribiendo un cuaderno de Bitácora personal con su experiencias en Nueva York. Lo bautizó “El diario de la Peste”. El autor de Pedro Navaja fue igualmente duro que su personaje para caracterizar a Donald Trump. Dijo que “el monstruo naranja es el político más estúpido, mentiroso, narcisista e incompetente de todo el planeta y la bolita del mundo. Amen”. Pará con los eufemismos Blades. Yo lo sumaría a Nicolás Maduro que recomendó unos remedios caseros inservibles de un falso médico como cura para el virus y hasta Twitter se lo bajó de un hondazo. Y encima el chavista impresentable aseguró que el virus era un “brote bio terrorista del imperialismo”. Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro son populista de la peor especie: la de los ignorantes. Sus pueblos le pasarán la factura en su momento. Ojalá los norteamericanos, los venezolanos, mexicanos y brasileños puedan sobrevivir a pesar de sus presidentes.

Pero Blades no sabe lo que yo anote en mi “Crónica de guerra”. Es que logré victorias titánicas en donde siempre había sufrido derrotas humillantes.

Finalmente, pude utilizar el lavarropas varias veces. Celebro que soy menos inútil de lo que creía. Pude encender el hornito eléctrico y cocinarme mi propia comida. Insisto: eso para mí es como haber llegado a la cima del Himalaya. O por lo menos, de mi amado cerro Uritorco. La genial sicoanalista Diana Wang supo interpretarme. Me dijo que mi lucha con los electrodomésticos, “es la milenaria batalla perdida de los Askenazim (los judíos centro europeos) contra todo aquello que no esté compuesto exclusivamente de palabras”. Brillante.

Pero mi apuesta a ser cada vez menos burro sumó otro triunfo. Bajé, yo solito, una aplicación de esos delivery que te traen comida y otras yerbas a tu casa. Jamás me había atrevido a meterme con las aplicaciones. Y lo logré. Con paciencia y saliva… bueno usted ya sabe lo que le pasó a la hormiga en el chiste. No salgo de mi casa casi por nada del mundo. Solo para el supermercado y la farmacia. Y los martes, como hoy, para hacer mi programa de TN. Pero necesitaba las recetas del médico para comprar los remedios que tomo habitualmente. Y pedí por mi celular y con mi teclado que una moto fuera a la casa del doctor López Rosetti y me trajera las recetas a mi casa. Y salió todo perfecto, aunque usted no lo crea. Funcionó. Me tocó el timbre un muchacho venezolano llamado Joan que tenía una remera de Bob Marley, casco, barbijo y guantes. Desde más de dos metros me alcanzó con la punta de los dedos el sobre mientras me miraba con horror como si yo fuera Frankenstein. Yo recibí el sobre, le pagué y me fui a lavar las manos durante 20 minutos. Cuando volví a la computadora, ya me había llegado el recibo de pago y en la pantalla aparecía la siguiente información: “La Federación Argentina de Cámaras de Farmacias le pide al gobierno que los médicos emitan recetas electrónicas”. Dicen los farmachistas que el papel podría ser transmisor del virus.

Hay que evitar que colapse la hermandad. No se puede estigmatizar a los enfermos y mucho menos utilizar este drama con un oportunismo despreciable. Estela Carlotto y Hebe Bonafini, una vez más, sembraron vientos.

La presidenta de Abuelas, dijo que “si hubiera estado el gobierno anterior, no sé cuántos moriríamos. Llenarían de mentiras los medios diciendo que no pasa nada.”

La presidenta de Madres le pidió al presidente que “indulte” a los presos de la corrupción kirchnerista.

Estela de Carlotto y Cristina Kirchner

 Carlotto se niega a reconocer que la oposición está trabajando codo a codo (nunca mejor dicho) con el gobierno del presidente Fernández y que la única dirigente que no hizo público su apoyo en esta batalla conjunta fue Cristina, la dueña de sus silencios y la esclava de sus palabras. Publicó un video por los 44 años del golpe y del terrorismo de estado donde dice que la “memoria no puede detenerse”. Pienso que Cristina y Néstor se callaron tanto y durante tanto tiempo sobre la violación de los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad que, cuando llegaron a la presidencia, en forma oportunista, empezaron a pagar todas las deudas que contrajeron. Recién en el 2003 se sumaron al discurso de los organismos. Veinte años de complicidad y mirar para otro lado. La democracia regresó en 1983 y recién en el 2003 abrieron la boca. Por eso, alardean de lo que carecen. Su hija ya utilizó el twitter para seguir construyendo su lugar de víctima. Puso “estoy buscando la forma de dejar de sentirme extranjera”. Una idea gratis de mi parte: si devuelven lo que robaron, tal vez la inmensa mayoría de los argentinos vuelva a respetarlas. No sé, digo, es una idea nada más.

Para terminar con la gente que no quiero para mi país, un párrafo aparte para un energúmeno llamado Gustavo Cardinale.

Es el empresario que violó la cuarentena para ir a su country en Tandil pero que además, ingresó con su empleada doméstica escondida en el baúl. Un salvaje inhumano que redujo a la servidumbre y casi a la esclavitud a una mujer. Por suerte lo descubrieron. Está preso y me parece razonable que sea acusado en la justicia de varios delitos, incluso por el INADI por discriminar así a una humilde empleada.

Lo principal es evitar que colapse nuestra humanidad. Convertirnos en animales es el peor camino, aunque los animales no se contagien con el corona virus.

Por eso no me canso de enviar este mensaje a toda la gente de buena voluntad que quiera habitar el suelo patrio: Hay que quedarse en la casa para resistir. Así soportaremos los golpes y jamás nos rendiremos. Erguidos frente a todo. Resistiremos para seguir viviendo.