Córdoba es rebeldía más libertad

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Soy cordobés hasta la médula porque amo profundamente mis raíces. Soy orgulloso de mi pertenencia y de dónde vengo. Basta que ponga un pie en tierra cordobesa y me cambia el humor, soy feliz, siento que es mi lugar en el mundo. Y no solamente porque tengo a mis padres, a mi hermana y a parte de mi familia. Tengo la sensación de que el ADN cordobés es parte indisoluble de lo que soy, de mi identidad. Muchos historiadores dicen que la actitud que articula toda la historia de Córdoba desde sus comienzos es la rebeldía.

Jerónimo Luis de Cabrera la fundó un día como hoy de hace 448 años y lo hizo en un claro acto de desobediencia al Virrey. A lo largo de su historia, Córdoba demostró su impronta combativa en defensa de la libertad y en contra de todo tipo de autoritarismo. Eso me alegra el alma y siempre trato de estar a la altura de ese coraje.

Hablo de la Córdoba de la Reforma Universitaria que fue un faro para toda América Latina. “Obreros y estudiantes/ unidos adelante”, gritaban los manifestantes en la calle hace 103 años. Se levantaron en ideas contra el atraso, la pacatería y el oscurantismo de la rancia oligarquía, entre otras cosas. El manifiesto liminar que todos deberíamos estudiar y tener presente dice: “Los dolores que nos quedan, son las libertades que nos faltan”.

Hablo de la resistencia al autoritarismo del peor Juan Domingo Perón. De la lucha contra un personalismo que obligaba gente a afiliarse el justicialismo, a llevar luto por Evita, a delatar y encarcelar a los contreras y a llevarse todo por delante.

No reivindico la violencia de los comandos civiles, pero es cierto que hubo cordobeses que estuvieron dispuestos a dar la vida en contra de los prepotentes y de los que se sentían dueños de la patria y de la verdad.

Hablo del Cordobazo y el Viborazo que fueron puebladas contra los fascistas con y sin uniforme que nos quisieron llevar a la edad media con un integrismo que cortaba cabelleras y alargaba minifaldas, encarcelaba disidentes y reprimía a mansalva.

Eran épocas de dirigentes sindicales representativos que vivían como pensaban, con honradez y austeridad como el Gringo Tosco, el Chancho Salamanca o el Negro Atilio López que desde su gremialismo de colectivero llegó a ser vice gobernador de la provincia.

El radicalismo cordobés siempre fue potente y en muchos casos con inserción popular y hasta con secretarios generales de gremios. Desde el legendario Amadeo Sabattini y Santiago del Castillo hasta los Arturo, Illia y Zanichelli.

Hablo de los límites que la mayoría del pueblo de Córdoba le puso a la cleptocracia y a los intentos hegemónicos y patoteros de Néstor y Cristina Kirchner. Nunca en sus más de 12 años, el matrimonio presidencial consiguió hacer pie electoralmente en la provincia que late como el corazón de la Argentina productiva. Al Alberto Fernández cristinista, le pasa lo mismo. Las últimas encuestas ubican en el cuarto lugar el kirchnerismo más dogmático.

Y digo corazón productivo porque hablo de sus gringos del campo que dejan la espalda rota trabajando de sol a sol e incorporan la innovación tecnológica y la excelencia en la maquinaria agrícola. Si el gobierno nacional no fuera tan fanático del pasado, Córdoba sería la gran locomotora del cambio de la maravillosa Argentina posible, como dice Héctor Huergo. Me saco el sombrero ante los Pagani de Arroyito, los Mainero de Bell Ville, los Zanello de Las Varillas, los Gaviglio de San Francisco, los Ascanelli de Río Tercero, los Negrini de Monte Maíz, los Monteverde de Monte Buey, los Urquía de General Deheza y todos los que sostienen la Argentina desde sus hombros en Marcos Juárez, Arias, Inriville, Villa María o Río Cuarto, solo por nombrar algunos.

Hoy por primera vez en la historia estamos a la cabeza de la cosecha nacional en soja, maíz y trigo. Hemos desplazado a Buenos Aires y Santa Fe y eso que no tenemos puerto. Porque en La Cañada solo hay sueños.

Hablo de las grandes industrias y fábricas automotrices y de la potencia creativa e intelectual de las universidades que supieron recoger argentinos de todas las provincias y extranjeros que venían en busca del conocimiento de avanzada.

Córdoba es muchas cosas, por supuesto. La heroica, la docta, la Córdoba de las Campanas de don Arturo Capdevilla que nos habla de las cúpulas de tantas iglesias hermosas y antiguas y de una peso específico del clero que en algunos aspectos convierte una parte de la cultura en conservadora.

Córdoba para mi es su humor repentino, de tribuna futbolera, de tonada, y de esa broma que explica muchas cosas. Dicen que el cordobés es una mezcla de cuartetazo, vino dulce y chipaca. Tal vez el territorio nacional nos identifique con ídolos populares como La Mona Jiménez o Rodrigo cantando soy cordobés. El instaló para siempre que anda sin documentos porque lleva al acento de Córdoba Capital y que toma el vino sin soda porque así pega más.

Y agrega “Soy de Alta Córdoba dónde está “la Gloria” o en Jardín Espinosa a Talleres tu lo ves y si querés yo te llevo para Alberdi dónde están los celestes mi pirata cordobés.” Tal vez ese gusto por el vino dulce nos haya empujado a ser los principales consumidores de Fernet con Coca.

Una de las fotos que más quiero es la de la  entrega de la distinción como “ciudadano ilustre” que me hicieron. No puedo creer cuando me veo entreverado con monumentos de la talla de Marcelo Milanesio o Fabricio Oberto en el básquet, o David Nalbandian en el tenis, o Daniel Salzano que todavía toma café en el Sorocabana frente a la Plaza San Martín donde inexorablemente terminaban mis sábados con desayuno y La Voz del Interior. En esa foto está mi adorado ídolo de chico, el Daniel de los Estadios, Daniel Willington que siempre será un poster pegado en mi habitación. Y encima estoy al lado de Jairo, otra luminaria nacida en Cruz del Eje.

Córdoba es un sentimiento. Es el primario en el colegio Ortiz de Ocampo, en la calle Salta o la excelencia y el compromiso del Manuel Belgrano o la facultad de Ciencias de la Información, con tantos compañeros desaparecidos empezando por los hermanos de Norma Morandini. Córdoba es mi cuna y tal vez sea mi tumba. Una pintada que hice entre tantas, pidiendo por la libertad del Luis Aráoz y la cárcel de los fachos del comisario Telleldín, en la comisaria feroz al lado del Cabildo, donde me dieron para que tenga y guarde. O la peña del Chito donde conocí al Horacio y a Tejada. En esa Córdoba me formé y no me arrepiento de nada. Aunque ahora unos pocos sectarios me odien y sigan apostando a los estalinismos y a los ladrones de la Patagonia kirchnerista.

Hablo de la Córdoba de la Noar y el básquet de los amigos, del Cabezón y el Alfredo dispuestos a levantar lo que se pueda y a bailar en Carlos Paz o en donde sea. A la Córdoba de conventillos de Barrio La Cruz que llegó mi viejo huyendo del nazismo.

A esa Córdoba le doy las gracias en su cumpleaños.

Me enorgullezco de ser cordobés porque a mí tampoco me gustan los autoritarios ni los dictadores. Yo también creo en el derecho de decir que no. No a la injusticia, no a los corruptos, no a los extorsionadores y mafiosos. Decir que no es el principal derecho de una República.

 Desobedecer, patear el tablero si es necesario, no ser sumiso. Sin soberbia y sin cobardía. Ser rebelde y defender la libertad, como Córdoba.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre