Con San Martín, haciendo patria

1954

A esta hora, exactamente hay miles y miles de argentinos haciendo patria en el día del padre de la patria. Miles y miles de compatriotas, con don José de San Martín como símbolo, construyendo los pilares del país que viene. Miles y miles de ciudadanos en más de 150 lugares emblemáticos de nuestra Nación poniendo el cuerpo y la pasión en movimiento en las calles y en las plazas.

Miles y miles de argentinos envueltos en banderas celestes y blancas, contra viento y marea, están protagonizando un hecho político histórico que le pone límites al patoterismo de estado y la cleptocracia. Y digo que lo están haciendo contra viento y marea como una metáfora pero todos los que intentaron dinamitar esta expresión popular tienen nombre y apellido.

El primero fue el presidente Alberto Fernández. Su principal arma fue el miedo. Trató de meterle terror a la gente. Casi casi, dijo que se iban a morir todos los que participaran de esta movida cívica y republicana. Confundido, el jefe de estado llamó a respetar una cuarentena eterna que según él ya no existe más. ¿En qué quedamos? Otra vez Alberto que va y que vuelve y no sabe dónde pararse. Es que la mentira tiene patas cortas. La verdad es que Alberto no quiere que la gente proteste ni se queje porque esos alaridos multitudinarios van dirigidos contra él y su jefa, Cristina, la que gobierna realmente este régimen vice presidencial.

Alberto amenazó con el virus porque sabía que la gente iba a marchar en forma masiva. No dijo una palabra, casi ignoró el tema, cuando su dirigente sindical preferido, Hugo Moyano, bloqueó la planta de Mercado Libre con 150 muchachotes pesados y agresivos que les hablaban en la cara a las autoridades de la empresa. Y sin barbijo. Y sin distanciamiento. Y con un atropello antidemocrático brutal. Alberto no dijo una palabra. Los empleados del sindicato de camioneros y los de la empresa de vigilancia que tiene Moyano, parece que no se contagian ni contagian a nadie.
Alberto quiso pero no pudo, obligar a Horacio Rodríguez Larreta para que no permitiera o dispersara la concentración alrededor del Obelisco. Primer error. La gigantesca demostración de descontento no fue solamente en el Obelisco. Fue en muchos lugares de la Ciudad. La esquina de Juncal y Uruguay, por ejemplo, donde vive Cristina y Cristóbal López paga las expensas de tres departamentos. Eso fue para que la vice escuche los reclamos populares. También en la Quinta de Olivos, para que tome nota el Presidente formal. Pero este océano embanderado con San Martín en el corazón se desplegó por todo el territorio del país.

Casi no hay ciudad en donde no se hayan defendido los pilares de la democracia y la división de poderes. Y en muchas provincias gobernadas por el peronismo, la ocupación del espacio público por parte del público, fue de una contundencia casi sin antecedentes. Por la extensión territorial, por la cantidad de participantes y porque nadie fue obligado ni llevado en colectivo. Todos fueron en defensa propia y con sus propias pancartas, consignas y reclamos.
Pero hay otro tema que termina con este debate absurdo que el cristinismo pretendió instalar para abortar la protesta que le produce un gran costo político al gobierno. No hay un solo dato riguroso que certifique que estas movilizaciones, al aire libre, con barbijo, distanciamiento y todos los cuidados, generen contagios importantes de coronavirus.

Le doy un ejemplo clarísimo. Quien quiera oír que oiga. En Avellaneda, Santa Fé, el repudio al intento jurásico de expropiación de Vicentín fue rechazado con la mayor concentración de habitantes de toda la historia. Jamás en esa ciudad se juntó tanta gente. Ya pasó el tiempo suficiente para que aparezcan los contagiados y los muertos. ¿Sabe cuántas personas hay con coronavirus en Avellaneda? Cero. Ninguna. ¿Sabe cuántos fallecieron? Cero. Ninguno.
Está muy claro que las reuniones sociales masivas o las fiestas o los recitales bajo techo y en locales cerrados son muy peligrosos y hay que evitarlos. Pero a cielo abierto y con todas las precauciones, casi no hay peligro de nada.
Pero no solamente fue el presidente el que intentó frenar este tsunami humano contra el gobierno.

Luana Volnovich, jefa del PAMI y del estado mayor de La Cámpora, escribió por Twitter que: “Si alguien convocara a mi mamá a una marcha, lo mato”. Por el mismo soporte, el lúcido periodista Jorge Sigal, le contestó: “Si un hijo me tomara por idiota, le explicaría que la vejez no es una disfunción sino una etapa de la vida”. De paso me gustaría decirle a Luana que les explique a los jubilados como fue que su gobierno ya le rapiñó a los jubilados el 10,5% de sus haberes y eso que Alberto había prometido aumentarles el 20 % desde el primer día. Le mintieron, y le metieron la mano en el bolsillo.

Por eso muchos jubilados que habían votado a los Fernández, se sintieron traicionados y fueron a la marcha. Y muchos comerciantes, también. Por ingenuidad o por exceso de esperanza, votaron a Alberto y ahora se fundieron y tuvieron que cerrar sus negocios y olvidar sus sueños de progreso. En los móviles y en los carteles podía verse que de esta movilización en desarrollo no están participando solamente los que integran ese 40 % que votó a Macri. Alberto sacó el 48% en las elecciones y hoy su imagen positiva solo llega al 40. Ahí están los arrepentidos del voto. Los que sumaron su voz a todas las voces opositoras.

Digo que entre lo que intentaron frenar estas marchas, también estuvieron pocos dirigentes de Juntos por el Cambio. Algunos callaron por vergüenza. Se borraron de este debate. Y otros se hablaron encima como el ex senador Federico Pinedo. Dijo por radio que él no iba a participar porque “su rol es generar diálogo y no rispideces”. Y no tuvo mejor idea que citar una frase de Perón: “Primero está la patria, después el movimiento y finalmente, los hombres”. Pinedo tal vez no se percató que ese gentío está haciendo eso mismo, no porque sigan a Perón, lo hacen por sentido común y por compromiso ciudadano. Están en la calle defendiendo la patria y tratando de construir una mejor, sin ladrones de estado ni chavistas, con división de poderes, libertad y sin la impunidad que busca Cristina. O sea que primero la patria, está cumplido. Segundo el movimiento. Este movimiento de los indignados argentinos es profundamente republicano y cada vez más popular. Muchos se sienten representados por Juntos por el Cambio y muchos otros, no. De hecho en estas expresiones no hay banderas partidarias ni líderes que hablen desde un escenario. Están pariendo nuevos dirigentes y reconociendo quienes tienen vocación de poder y quienes creen que la política es la rosca de los despachos.

La democracia es búsqueda de consensos y también expresión pacífica de disensos. Y la política con mayúsculas la suelen construir los pueblos. Si Pinedo quiere, también le cito a Perón. El pueblo avanza “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”. Y además, a esta altura del cuarto gobierno kirchnerista, está claro que hay que dialogar todo el tiempo. Pero si el que dialoga con vos te invade tu casa, te mata al perro y se acuesta en tu cama, más que dialogar hay que defender la dignidad. Una cosa es la moderación y la búsqueda de consensos. Eso es correcto. Pero otra cosa muy distinta es poner siempre la otra mejilla para recibir cachetazos al por mayor. Eso es perder la dignidad y nadie puede defender la dignidad de los argentinos si no sabe defender su propia dignidad.
Estamos en uno de los momentos más graves de la historia.

Con una política sanitaria errática para combatir el maldito virus, con una hecatombe económica inédita que multiplica la pobreza, destruye empleos y empresas, con una inseguridad que potenció su criminalidad con la irresponsable y suicida liberación de presos. Es ahora donde se deben demostrar las condiciones de coraje y lucidez por parte de los que se proponen conducir o liderar la sociedad. La gente lo hizo por su cuenta. Fueron muy útiles las protestas anteriores. Frenó la expropiación de Vicentín y defendió la ley y la propiedad privada y cerró las puertas de las cárceles que el cristinismo había abierto con frivolidad ideológica. Los banderazos y los cacerolazos fueron determinantes para limitar esos despropósitos. No fue con comunicados lavados ni con discursos en el Congreso. Esto lo digo para los que cuestionan la eficacia de estos movimientos espontáneos e independientes que marcan el camino. La gente fija la agenda. En la calle y en las redes. Toma la iniciativa que muchos políticos abandonaron. Algunos acompañan con sabiduría y otros se quedan al costado del camino con sus dudas.
Fueron tragicómicos los funcionarios de gobierno, tuiteando la siguiente consigna: “Yo no marcho”. Veloz le contestaron: “Obvio, como van a marchar si la marcha es contra ustedes”.

Insisto: estamos atravesando uno de los momentos más terribles desde la recuperación de la democracia. Mucha gente le está poniendo trabas al intento de convertir a la justicia en una Unidad Básica del kirchnerismo. Mucha gente está a la altura de las circunstancias. Muchos dirigentes miran sin comprender y no saben para donde correr. Así es la vida. Y la política. Por eso el banderazo se llama “banderazo patriótico”.

Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra por Radio Mitre.