Andahazi: “Injusticias durante la cuarentena”

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Durante la cuarentena se exacerban los estados de ánimo. Es esperable: así como un espejo nos devuelve nuestra imagen, el encierro a la larga produce un efecto similar al eco. Como si nuestros pensamientos rebotaran contra las paredes y volvieran a nosotros a veces potenciados, insistentes, y no tenemos forma de escapar de ellos.

La vida normalmente discurre por una zona de equilibrio: hay tiempos para compartir con otros: trabajo, estudio, diversión, intimidad; hay tiempos para estar solos, para pensar, y hay tiempos de máxima actividad, hasta de estrés en algunos casos. Salir de nuestro espacio nos ayudan a poner la mente en blanco, a resetearnos.

Una buena caminata descarga tensiones; los chicos, además, necesitan correr, hacer deportes y, finalmente, todos necesitamos tomar sol, mantener charlas triviales, sentir el viento en la cara. Esas cosas, en apariencia ínfimas, de pronto se han vuelto lo que más añoramos.

Tenemos que hacer un enorme esfuerzo para lidiar con todo esto. Nos contenemos y nos damos ánimos: “ya va a pasar” decimos, “ya nos vamos a ver”, “esto va a pasar”. En este contexto de tensión emocional, sobreexigidos y agotados, de pronto aparecen situaciones sociales y personales que producen el efecto de saturación: la gota que colma el vaso.

En cuanto a lo político, son muchas las situaciones en esta cuarentena en las que la gente sintió, y siente, que los dirigentes se les rieron en la cara.

Podríamos mencionar una larga lista: la negativa de los políticos oficialistas a bajarse los sueldos, mientras la mayoría de los argentinos se empobrecen; los sobreprecios en las compras de alimentos, el viernes negro cuando los jubilados salieron a hacer largas colas para cobrar la jubilación atrasada de marzo, a pesar de que todos nos preguntábamos por qué están cerrados los bancos.

Y tantas otras delicadezas de nuestra clase dirigente. Pero la frutilla de este postre amargo fue el intento kirchnerista de liberar presos.

La sociedad recibió esto como una bofetada. Al estupor y la incredulidad, le siguió la indignación y los cacerolazos. La respuesta del gobierno fue un clásico del kirchnerismo: tirar la pelota afuera y echarle la culpa a los jueces y a la prensa.

Fueron días difíciles, llenos de frustración, de bronca. Frente a esto, aparecen ideas sombrías en las nos cuestionamos para qué tanto esfuerzo, por qué tanto sacrificio. En medio de la incertidumbre todos necesitamos mantener espacios de certezas desde donde sentirnos fuertes, seguros, y proyectarnos hacia un futuro posible. Un futuro que será distinto, arduo, pero deseamos empezar a diseñarlo.

Liberar presos peligrosos no a nadie le pareció una suelta de palomas blancas, sino más bien todo lo contrario: la sociedad lo leyó como la instauración de una anarquía cruel, peligrosa. Podemos resignar las salidas, pero no vamos a resignar la República.

El ser humano cuenta con una fuerza extraordinaria que lo impulsa a rebelarse ante la injusticia; lo contrario a la resignación. Eso que a través de las épocas nos ha hecho levantarnos una y otra vez. Algunos le dirán resiliencia, otros espíritu de lucha, yo prefiero decirle dignidad.

Hoy murió El Trinche Carlovich, lo asesinaron para robarle una bicicleta, ayer hablé de él. Lo mataron a palos unos delincuentes que deberían estar presos para que gente como el Trinche pueda estar viva y andar en bicicleta los últimos años de su vida después de haberle dado tantas pero tantas alegrías al pueblo de Rosario. Eso es “injusticia” y nos llena de un dolor insoportable, difícil de digerir.

Desde acá le mando una abrazo inmenso al Trinche que se fue con la enorme fortuna de ser un mito inolvidable que solo brindó felicidad a su gente.