Rabinovich, a 5 años

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Parece mentira que haya pasado tanto tiempo, pero es una cruel realidad. Hoy se cumplen 5 años de la muerte del querido Daniel Rabinovich. Fue uno de los pilares de esa joya cultural llamada Les Luthiers. Pero fue mucho más que eso. Amaba tanto la vida que hizo de todo, todo lo que pudo. Fue músico, actor, humorista, escritor, escribano, violinista, guitarrista y ejecutante de otros 20 instrumentos, folclorista, campeón de billar, coleccionista de autos, aficionado al bridge, pero imbatible jugador de truco, un asador de fuste y un esporádico piloto de helicópteros.

Nada de lo humano le era ajeno. Hizo todo eso y lo hizo bien, en 71 años. Su madre ejecutaba el piano y su padre era un amante del tango y un jurista apasionado que supo defender a Hugo del Carril y Tita Merello. En su DNI decía que era Daniel Abraham Rabinovich Aratuz, pero ese no fue el apellido verdadero de su bisabuelo paterno que era rabino. Por ese motivo, no hizo el servicio militar y no lo dejaban salir del país. Hablamos de Besarabia (hoy Moldavia) y para poder viajar a la Argentina compró un documento de un señor que había fallecido apellidado Rabinovich. Así entró a nuestra tierra, así huyó de la persecución. Su verdadero apellido era Halevy.

Lucía Mundstock, hija de Marcos, otro de los cimientos del grupo, escribió algo conmovedor cuando falleció su padre: “Les Luthiers no muere con ninguno de sus integrantes. Les Luthiers es inmortal”. Eso es cierto. Pero nadie puede negar todo lo que extrañamos a Marcos y a Daniel.

Hincha de Independiente, estaba en la Facultad de Derecho de la UBA, pero fue a la de Ingeniería para sumarse al coro. Allí conoció a Gerardo Masana y al resto de los integrantes de ese equipo de los sueños de artistas. Ese fue el origen de la leyenda luthiers que ya superó largamente el medio siglo.

Susana, su esposa, su amor, su cómplice y su todo, le dio a Pablo Mendelevich la grata tarea de escribir una historia conmovedora con testimonios de sus amigos y familiares. Ese libro se llama “Neneco”, como le decía su familia y sus amigos más íntimos. En la presentación del libro hablaron sus eternos compañeros y nos hicieron lagrimear por la ausencia y reírnos con los recuerdos de su presencia. Los corazones de Inés y Fernando, los hijos de Daniel y Susana, vibraron de otra manera. Es que el talento de Rabinovich sembró carcajadas y recogió lealtades.

Extrañamos tanto a Daniel porque fue pasión y talento pero, sobre todo, un ser humano sensible y solidario. Carlos Nuñez Cortes contó que en Vigo, mientras se trasladaban al hotel, su representante les comentó: “¿Ven esa cola?” Era de noche y el frío español calaba los huesos. La fila era larga y ordenada. “Es gente que está esperando que mañana abran la boletería para sacar entradas para ir a verlos al teatro”. Se quedaron mudos. Al rato de instalarse, Daniel golpeó la puerta de la habitación y le dijo a Carlos: “¿Y si le llevamos café a la gente que está en la cola?”. El café se terminó en dos segundos. Pero el afecto de la gente duró un buen rato. No podían creer que sus ídolos estuvieran allí en plena calle y madrugada tratando de que se les hiciera menos sacrificada la espera. Así era Daniel.

Pero esa era una sola parte de su personalidad. Era coleccionista de cuchillos, vinos y sacacorchos, pescador de tiburones, actividad que compartió con su admirado Astor Piazzola y dueño de una voz de ángel, según su maestra de canto. Además era creativo, divertido y profundamente carismático.

En el libro, su autor y su familia tuvieron la gentileza de hacer referencia a una columna que yo dije en este mismo horario y en este mismo micrófono cuando se cumplió un año de su fallecimiento. Agradezco estar aunque sea con un humilde testimonio en semejante biblia de la buena vida. En aquel texto yo trataba de descubrir el secreto de Daniel Rabinovich. Porque lo extrañamos tanto. Decía más o menos así: Creo que el gran secreto del talento de Daniel es que nunca dejó de ser un chico. Que se divertía y disfrutaba de la vida con esa mirada limpia e inocente que tienen los pibes. Y simultáneamente pensé en que para los chicos que están enfermos, no hay mejor regalo que las sonrisas. El humor suele ser el mejor de los remedios. Está comprobado científicamente.

Hace cinco años que los argentinos tenemos una sonrisa menos y un agujero negro más en el alma. La muerte de Daniel Rabinovich nos dolió en todo el cuerpo porque era un argentino genial en sus capacidades musicales, humorísticas y personales. Amigo de Serrat, del Negro Fontanarrosa, y de Magdalena Ruiz Guiñazú. Fue un admirador de Raúl Alfonsín y un defensor permanente de la democracia, la libertad y los derechos humanos. Tuvo la generosidad de presentar mi libro anterior y leer un texto que yo había escrito sobre el desgarro de la AMIA.
Hizo televisión, publicidad y cine dirigido por Juan José Jusid y David Stivel, entre otros. Un periodista de la revista Panorama comparó sus características con Peter Sellers pero Neneco, orgulloso decía “es una exageración” Se recibió de Notario, un escribano que no fue otario fue notorio y también notable.

Daniel, tenía la estatura intelectual suficiente para componer melodías, parir letras y carcajadas y sentarse a escribir literatura que tal vez, era lo que más disfrutaba junto con los asaditos y jugar al dominó. Con Jorge Guinzburg, Marcos Mundstock y Tato Bores tal vez se diputen en el cielo de la alegría el título de haber sido el Woody Allen argentino.

Una vez en un café me confesó que habían invitado a Les Luthiers al festival de Cosquin y que eso le despertaba más temor que actuar en el Colón como lo hicieron varias veces. Yo me atreví a decirle que la Plaza Próspero Molina se iba a poner de pié para aplaudirlos y rendirles homenaje a su talento tan argentino y que tan bien pintaba su aldea. Casi le rogué que aceptaran treparse al escenario Atahualpa Yupanqui. Sabía además del amor de Daniel y sus compañeros por el folcklore. Muchas veces se dieron el gusto de cantar nuestra música criolla en serio y en broma. De chico, Daniel admiraba como tocaba la guitarra, Ernesto Cabeza, integrante de Los Chalchaleros y armó un conjunto a su imagen y semejanza que bautizó “Los amanecidos”.

Un día me llamó por teléfono y me dijo que me querían invitar a compartir desde el escenario su actuación en Cosquín. Jamás olvidaré aquel espectáculo maravilloso que yo observaba tras bambalinas. Yo miraba de frente a esas 12 mil personas que desbordaron las localidades y las espaldas de los maestros del humor de calidad que jamás cayó en la grosería ni el golpe bajo. Ellos estaban con sus ponchos blancos, felices entre las chacareras y las vidalas. La primera vez que hablé con él fue por teléfono. Llamó a la radio y me dijo cuatro palabras: “Que huevos que tenés”. Yo acababa de decir una columna fuerte y descarnada contra algún gobernante ladrón.

Daniel Rabinovich fue una de las personas más inteligentes que conocí en mi vida. Disfrutaba como un chico de cada momento. Fue una pieza clave de Les Luthiers. Ellos podrían haberse quedado en el humor inteligente para pocos, en el elitismo culturoso. En esa actitud de algunos presuntos intelectuales que se creen que mientras menos gente va a verlos más geniales son. Nunca fueron sectarios ni excluyentes. Supe como llenaron la cancha de fútbol del Sevilla en España y de esa vocación por buscar la felicidad del pueblo a través de la risa. Uno sabe que Daniel volverá y será millones de carcajadas.

La ética fue el soporte para ejercer su tarea creativa. Ganaron todo el dinero que se merecen por su trabajo, pero nunca cedieron a la tentación de la máquina de chorizos, de caer en el mercantilismo trucho que todo lo traduce a dólares y destruye el arte. Se respetaron a sí mismos y nos respetaron a nosotros. Tenían y tienen una ley interna que era sagrada: la ley del no jodás que se basa en el principio de la incomodidad respetable. Un teorema científico que dice así: cuando a alguno le jode demasiado que lo jodamos un poco no lo jodamos ni siquiera un poco porque sería joderlo demasiado. Brillantes, brillaron en el Lincoln Center de Nueva York. Me pongo de pié para abrazarlos y acompañarlos a 5 años de aquella pérdida a mis admirados Les Luthiers.

Querido Daniel, parece mentira, hace 5 años que te extrañamos. Nos falta más gente como vos que quiera jugar y nos sobran mediocres que solo quieren odiar. Un niño nunca pierde la capacidad de imaginar ni de jugar. Y eso nos define como seres humanos. Es mentira que Daniel no está. Se lo puede encontrar en la alegría de cada pibe, en la sonrisa de cada argentino.

Rabinovich significa hijo de Rabino. Y Rabino significa maestro. Eso fue, es y será Daniel, un maestro de la vida y de la alegría.

Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra por Radio Mitre.