Osvaldo Bazán: “El tema somos nosotros”

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La nueva columna de Osvaldo Bazán para El Sol de Mendoza.


El principal motivo por el cual el país volverá a clases presenciales en 2021 es la presión que ejercieron los padres de los alumnos. Gente común que no quiere para sus hijos un futuro de ignorancia y fracasos. Gente común que cree en el mérito del estudio y el esfuerzo.

Dijeron “no”, mandaron cartas, se reunieron, se mostraron, pusieron la cara, discutieron con militantes oficialistas que tomaron las cooperadoras escolares como cabezas de playa. Enfrente tenían una declaración presidencial: “Si hay algo que no me urge es el inicio de clases”, dijo la pareja de Fabiola apenas comenzada la cuarentena, el 27 de marzo del año pasado y clavó una estaca de la que no quería moverse.

Sí, jefe, se le notó en todo 2020 que el tema no fue prioritario. Volvieron el fútbol y los casinos, volvieron las plazas y las playas, pero no la presencialidad en las escuelas. “No van a sufrir los alumnos por terminar el colegio un mes antes o un mes después”, dijo el que pasea a Dylan en helicóptero. Pocos pedían presencialidad en marzo, es cierto. La urgencia era otra y se entendió y se cumplió. Pero no fue un mes. Fue un año.

Cuando en agosto se supo que el jefe de gobierno porteño proyectaba cierto regreso a las aulas para el 7 de septiembre, en el gobierno nacional hicieron hombritos y miraron para otro lado. La decisión era clara: no habría escuelas abiertas.

Pero aparecieron los padres denunciando cada apretada de la miríada de gremios ligados a la educación. En todo el país hubo gente que mandó un wassap, un tuit, un posteo en Facebook. Algunos docentes se sintieron mal: habían dado clases todo el año, habían trabajado más que nunca, habían llamado a sus alumnos, habían intentado con dos escarbadientes pelearle a la ignorancia y la desidia. No deberían preocuparse, el premio les llegará en forma de recuerdo permanente de sus alumnos; los chicos saben bien al final del día quién es quién, quién se interesó por ellos y quién sólo fue a colgar una bandera en el velorio de Maradona.

La sociedad civil quebró la escandalosa asociación del partido del gobierno con los patrones de estancia de los gremios y ahí está, planchando el guardapolvos que el poder quería que no se usase.

Sonríe Sarmiento, sonríe la Ley 1.420 de educación común, gratuita y obligatoria, la base igualitaria de las mejores oportunidades que tuvo el país, sancionada bajo el gobierno de Julio Argentino Roca, ese señor cuya estatua en el Centro Cívico de Bariloche es tapada cada diciembre con un arbolito de navidad porque para metáforas, nada como Argentina.

Habrá clases presenciales porque la sociedad civil lo forzó.

Gildo Coso, cobrando su sueldo desde 1983 de una de las provincias más pobres del país que dirige desde 1995, va por su séptimo mandato consecutivo y es votado por el 70% de sus comprovincianos y, en una particular interpretación de eso de que el voto debe ser “universal”, por unos cuántos extranjeros. “Si es universal, ¿por qué no pueden venir a votar los paraguayos?”, habrá pensado el gobernador perenne. Insfrán es dueño de una fortuna de no se sabe cuánto porque su declaración jurada es secreto de Estado.

Con indicadores económicos de los peores del país ¿en qué basa su poder? En el silencio, en el secreto, en el miedo. Todo lo que no tome estado público le conviene, lo fortalece, lo alimenta. Su negocio es lo furtivo, lo sibilino, lo impenetrable. Hasta que apareció, tímida y emocionante, la sociedad civil: en forma de videítos que volaron de teléfono en teléfono primero. En marchas presenciales, después.

Clorinda, la segunda ciudad de la provincia, permaneció bloqueada durante meses, más de 150 días sin test negativo que valiera para salir de los límites de la ciudad. El intendente de Clorinda, Mauro Coso Celauro -de efímera fama nacional cuando subió a Facebook su selfie con su hermano y varios fajos de dinero- tuvo que recibir a los manifestantes que llegaron hasta la municipalidad para exigirle aperturas, tuvo que ir hasta los accesos de la ciudad a pactar con los reclamantes.

El intendente de Clorinda, Mauro Coso Celauro, publicó en Facebook una selfie con su hermano y varios fajos de dinero.

Sólo 9 meses atrás, la pareja de Fabiola, abrazando sin barbijo a Gildo Coso, patoteó sin ponerse colorado: “Quiero a Formosa porque conozco a Gildo, yo lo conozco a Gildo en su dimensión política, pero también en su dimensión humana”.
Era el 28 de mayo.

Si en es momento le decían que antes de un año iba a estar obligado a discutir con Amnesty Internacional -entidad bastante afín a su gobierno- por violaciones a los derechos humanos en la provincia que dirigía su amigo al que conocía en su dimensión humana hubiera hecho hombrito, hubiera atusado ese bigote nada lechuguino que ostenta, se hubiera reído.

Hoy no se ríen. Ni él ni Gildo. Por más que el impresentable coso Pietragalla, el secretario de violaciones a los derechos humanos hable de chistes y humille al referente Quom Félix Díaz -porque se sabe, para ser un buen originario, hay que ser k- la situación no es la misma.

Formosa, mucho tiempo más tarde de lo que debería, está hoy en el foco de Amnesty Internacional y de Human Rights Watch, algo que le desbarata los rulos a Cosito Cafiero que bravuconeó primero y tuvo que hacer mutis por el foro después.

Pasó. Está pasando. Lo que ocurre es lo que la sociedad civil hace posible pese a todo.

Estos cambios en la relación entre gobernantes y gobernados, tanto en la educación como en el fondo de la provincia más escondida del país, es lo más importante que ocurre hoy en la política argentina, porque no es un nombramiento más, una licitación trucha, un juez oblicuo puesto a dirigir los comicios en la mayor provincia argentina. No.

Esto es lo más importante que está pasando en la política argentina porque pasa ahí donde reside el poder: en el pueblo que vota.

Los analistas políticos ponen el foco en los pasillos del palacio; en el lleva y trae constante de los círculos rojos de la rosca. Quién “se saca una foto” con quién; qué hacen “los que tienen la lapicera” para confeccionar listas de candidatos; los que cuentan “el poroteo” de cada ley; las pullas entre los jueces de la corte; lo que negocian los gobernadores para que sus senadores levanten los bracitos, los ministros, los vice ministros, los secretarios, los monjes negros, los armadores, los gobernadores, los diputados, las secretarias, las periodistas de piernas largas que atienden los dm urgentes de la lascivia del poder bien pasado el horario de protección al menor; los punteros.

Nos atosigamos con datos sobre las peleítas por el puesto, por la candidatura, por el lugar en la lista. Pero mientras eso pasa allá arriba, en los sillones de sus majestades ¿qué pasa acá abajo?

Hay una sociedad civil armándose de ideas y fuerza. Está cansada, está agotada, está descreída. Sin embargo, el desaliento es un lujo que hoy nadie puede darse.

Es chocante pero si alguien dice: “Está pasando, hay gente quejándose en La Matanza, en Clorinda, en Santiago del Estero”, es muy probable que reciba respuestas como: “Los van a volver a votar igual”; “Al final les dan una bolsa de polenta y siguen votando lo mismo que hace 70 años”; “No va a cambiar nada si les gusta cagar en un balde”; “Los arreglan con un bono”; “Siempre fue así y cada vez va a ser peor” “Que se jodan por votar lo que votan”. Por un lado, se entiende, hay un enojo grande con el país, con el rumbo desquiciado de la murga “Los Chapuceros de la Rosada”, con el contraste entre lo que pudimos haber sido y lo que somos. Hay una autoestima por el piso. “Somos argentinos, ¿qué querés?, Somos vagos, queremos todo de arriba, somos ignorantes y mafiosos”.

OK. No. Yo no soy así, vos no sos así, él no es así, ella no es así, millones no somos así.

Que nunca haya pasado no significa que no pueda ocurrir. Mañana es el día que estamos construyendo hoy. El derrotismo es un camino seguro a la derrota. Para los militares, el derrotismo en batalla es traición. Creer que nada va a cambiar es el mejor reaseguro para que nada cambie.

En 1983 nadie imaginaba que el poder político de los militares argentinos acabaría. Y hoy no existe.

“Pasó lo de Donda y no pasa nada”, dicen, entre resignados y superados. Bueno, entonces ¿qué solución tenés? ¿qué hacés para que algo pase?

“Pasó lo de los jubilados y no pasa nada”. ¿Sí? ¿Seguro que no pasa nada? ¿Seguro que una vez que la cámara séptica se llena de caca no vamos a llamar al camión atmosférico?

¿Qué está pasando hoy con los que miran el noticiero con mucha precaución para que no le entren más basuritas en los ojos?

¿Qué quieren los que no quieren ser cada día más pobres?

¿Qué buscan aquellos a quienes les duele tanta gente buscando comida en la basura?

¿Y los que buscan?

¿Qué piensan los que resignaron vacaciones, electrodomésticos, salidas, consumo cultural, medicina prepaga, libros, sushi, aceite de oliva, gaseosas de primeras marcas, un vinito bueno cada tanto, las zapatillas de los chicos y ya no sacan el auto?

¿Y los que viven aterrados en sus barrios enrejados?

¿Y los que saben que no volverán a subir a un avión?

¿Y los que incorporaron el silbido de las balas en su banda sonora nocturna?

¿Los que se preguntan por la queja selectiva de Juan Carr, qué piensan?

¿Los que miran con vergüenza a la estudiante venezolana que trae la pizza en bicicleta porque viven en un país cuyo gobierno los desprecia, que esperan de su país?

¿Los que revisaron todo el árbol genealógico y no encontraron ningún atajo al Santo Grial del Pasaporte Europeo, qué quieren?

¿Los que cerraron su negocio, los que perdieron todo, los que no tuvieron clases, los familiares y amigos de las víctimas de la represión desatada, qué ansían?

¿El pibe cartonero que sabe que salir de caño quizás le reditúe más pero prefiere tomar su carrito cada noche y afrontar la ciudad y sus miles de peligros, qué futuro espera?

¿El que labura fuerte y ve que su representante gremial cada vez es más rico sin jamás pisar el trabajo, qué creen que cree?

¿El que está obligado a pagar impuestos de una ganancia presunta sobre pérdidas reales, qué va hacer de su vida?

Hay bronca, desconcierto, incertidumbre. Hay alguna certeza: el rumbo está equivocado.

No es por acá. No es con el desfile de modas de Mayra Coso en Quilmes por el Carrefour que se combate la inflación. Esas ocho personas en la foto con un asesor de imagen son parte del problema, nunca de la solución.

No es con Malena Coso de Coso y su librito de frases sororas que tendremos las obras sanitarias que precisamos.

No es con los Cosos Moyano que tendremos las autopistas, los trenes y los aviones que podrían comunicarnos.

No es con los afiches gastados de La Cámpora que se puede hacer una campaña de vacunación; no es con este sindicalismo que se muestra como pavo real en gobiernos no peronistas y como pavo, nomás, cuando son los propios los que están en el poder.

El verdadero, el gran dato que los analistas no ven porque están enfocando en el pasillo y no en la calle, es que la sociedad civil está atenta como nunca estuvo en el país.

La sociedad, como nunca, se está empoderando. Todavía no es consciente de su poder, pero está en eso. Están pasando cosas que no habían pasado.

Ya sabemos lo que ellos hacen y todo suena a desprecio:

Ofrecen grasa con hueso como si fuese asado.
Aplauden vacunas sin información e información sin vacunas.
Se autotitulan reyes de los derechos humanos mientras encierran indiscriminadamente a gente humilde en condiciones tan terroríficas que una chica hasta perdió su embarazo.
Ofrecen planes sociales públicos para no pagar una indemnización privada.
Bombardean la posibilidad de que pueda volarse con precios accesibles a lo largo y a lo ancho del país.
Su principal política sanitaria fue mantener a toda la población encerrada un año sin ningún estudio que lo avalase, mientras le enrostraban al mundo con datos equivocados un éxito que nunca fue tal, pero apenas vieron la oportunidad de la demagogia intentaron un velorio que se les desmadró de las peores maneras posibles.
Aumentaron la nafta 12 veces mientras YPF desaparece en vivo y en directo ante nuestros ojos.
Rezan con el Papa la santidad de los pobres, pero sólo en su caja de ahorro en dólares Mínimo K declaró 9.572.628 retratitos de Washington, a los que se pueden sumar 27 propiedades y todo lo demás.
Revolean cifras de vacunas sin ninguna relación con la verdad creando expectativas, mientras ofrecen “por debajo de la mesa” una vía clandestina de vacunación VIP para amigos y favorecedores (un ofrecimiento que le hicieron a Cabecita de Sarlo, que salió a mostrar su ética diciendo que no lo aceptaba y los límites de su ética, que no denunció a quién se lo ofreció).
No dejan de hablar de soberanía y le sacan lustre dudoso a la palabra “patria” pero hay 500 pesqueros chinos ahora mismo ilegalmente en la zona económica exclusiva de Argentina depredando nuestros recursos y miran para otro lado.
Es tan larga y tan conocida la incompetencia de la murga, que la conocemos de memoria, la sufrimos en el día a día, la increpamos cada vez que los vemos.

A muchos de ellos el fanatismo no les permite ver que ese aglomerado de soberbia, ignorancia, prejuicio y prepotencia es un abismo, una vertical al infierno, un pasaje directo a la tierra de nunca volverás a ser feliz.

Allá ellos con sus amigos iraníes, sus negociados rusos, sus contubernios venezolanos, sus cuentos chinos.

Allá ellos con sus discursos mohosos, sus Iphones dorados, sus defensas rancias a la mechera intergaláctica y sus distintas mafias; su absoluto desconocimiento de lo básico de la economía, su total desprecio por la justicia, su ignorancia supina sobre lo que no sea su mundito roñoso.

El tema no son ellos. El tema somos nosotros.

Quienes leemos cada uno de estos días como un paso hacia el cadalso; quienes creemos que progreso y esfuerzo van juntos y son necesarios; quienes sabemos que el cemento se come, que no hay cenas gratis y que la libertad no se negocia.

Nosotros.

El tema somos nosotros.

El poder está en nosotros.

La oposición tomará nota o también estará en problemas.

Y el poder que no se usa, como la leche y la libertad, se echa a perder.

Es ahora.

Está pasando.

Sumás o restás, está en vos.