Massa vende humo y algunos lo compran

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Sergio Massa es un experimentado vendedor de humo. Eso ya se sabe. Es un pillo, una anguila escurridiza que hoy dice una cosa y mañana, dice todo lo contrario.

Es un ilusionista de las palabras vacías. Nada de esto es novedad para la inmensa mayoría de los argentinos. Es un dato duro que aparece en todas las encuestas. Sergio Massa tiene un altísimo nivel de imagen negativa, superior a la de Cristina y Alberto. Eso ya es mucho decir. Hace poco un consultor averiguó con que palabra lo relacionaban a Massa y la encuesta arrojó: “Panqueque”.

Nada de esto sorprende. Nadie o muy pocos, confían en Massa. Lo que si sorprende es que algunos empresarios y periodistas que hace poco compraron el buzón envenenado del Alberto moderado, hoy también estén excitados con el desembarco de Massa como si se tratara de Winston Churchill.

Muchos lo hacen por conveniencia económica, porque esperan gozar de los privilegios que Massa les promete a todos. Y algunos porque confunden esperanza o prudencia con un optimismo vacío y bobo.

Cuando fui duramente crítico con Alberto Fernández, muchos colegas bien intencionados me reclamaban que le diera un tiempo antes de defenestrarlo. Yo les dije lo mismo que les digo ahora con Sergio Massa. Ver para creer. No apoyo sarasa en el aire. Si toma alguna medida que vaya en el sentido correcto, lo voy a reconocer, por supuesto. No soy necio. Si dejan de emitir a lo pavote, si bajan el gasto público descontrolado y liberan a los productores para que puedan exportar sin problemas, obviamente voy a destacar que esa decisión es positiva. Pero los dibujos no me gustan en política. Hechos y no sarasa.

Me niego a llamarlo súper ministro, porque es todo lo contrario. Es un mini ministro. El que mucho abarca poco aprieta. Hizo un truco de magia en un asado y mostró un equipo profesional, pero, a la hora de la verdad, no pudo sumar a ninguno. Ni Redrado, ni Peirano, ni Diego Bossio, ni Martín Rapetti aceptaron subirse a un proyecto de espejitos de colores que encima supervisa Cristina.

Marcos Lavagna ya estaba en el gobierno. Roberto Lavagna lo recibió pero no quiso sacarse ni una foto con Massita. Cristina sí quiso sacarse una foto con el Mini Ministro para darle un abrazo de osa, justo el día en que era acusada de ser la jefa de una asociación ilícita que saqueó al estado.

Massa tuvo que ir a buscar a sus colaboradores a la mesa de saldos y retazos, salvo algunas excepciones como Daniel Marx. Su mejor herencia legislativa fue Cecilia Moreau. Es lastimoso que la Cámara de Diputados sea presidida por una señora que carece de las mínimas condiciones. La poca actuación pública que tuvo fue de terror. Demostró poca formación intelectual y falta de rigurosidad cuando no se tomó ni siquiera el trabajo de chequear algunas de las burradas que dijo sobre lo que pedía el laboratorio Pfizer para aportar las vacunas. Repitió burradas de otros que aseguraban que como garantía, el país debía entregar alguno de sus recursos naturales.

Parece una militante de colegio secundario. Pero a partir de ayer es la flamante titular de la cámara baja y pasó a integrar la línea sucesoria. Pobre de nosotros, vergüenza ajena.  Fue la que incluyó la palabra “negligencia” que tantas complicaciones nos trajo y que tanto demoró la llegada de las vacunas. Ayer, Graciela Camaño, dijo que si Florentina Gómez Miranda estuviera viva hubiese votado con las dos manos a Cecilia Moreau. Me permito dudar de lo que dijo Camaño. Entrevisté muchas veces a ese monumento a la ética republicana. Florentina, radical hasta los huesos, fue una luchadora incansable contra el machismo y a favor de los derechos de la mujer. Pero era honrada y jamás hubiese votado a la representante de un partido como el Frente Renovador que fue cómplice del regreso al poder de Cristina, la mujer más corrupta de la historia democrática. Ser mujer no es garantía de honradez. Ahí está Cristina. Y ser hombre, tampoco. Ahí está Néstor.

Sergio Massa, igual que Alberto, se dieron vuelta en el aire, y de ser duros críticos de Cristina y La Cámpora, se pusieron a su servicio. Pero dejaron en evidencia que son menos de lo mismo que la reina de la Recoleta. Ya se lo dije.

En febrero de este año, Sergio Massa, al igual que Alberto Fernández, mintió descaradamente ante la justicia. Ambos fueron fiscales acusadores de Cristina cuando estaban en el llano. Pero cuando fueron convocados como testigos por ella, se convirtieron en abogados defensores de la jefa de la corrupción de estado más colosal de la historia democrática.

Sergio Massa tuvo estómago para decir, muy suelto de cuerpo, algo similar a Alberto: “No recibí ninguna orden”. Se refería al direccionamiento de 51 licitaciones viales que llegaron por un dinero ducto al bolsillo de Báez por la friolera de 46 mil millones de pesos de aquella época. Los abogados de Cristina y Báez tiraron centros y Massa los cabeceó a todos.

Tanto Fernández como Massa cayeron en falsedades flagrantes que mancharon sus manos y los convirtieron en cómplices del latrocinio.

Massa no tiene autoridad moral para fingir moderación y proponer dialogo, cuando es parte de un gobierno agresivo que quiere instalar un nacional populismo autoritario por 20 años. Massa hizo de la mentira una militancia.

¿Se acuerda de aquel discurso en voz alta, en la cancha de Vélez, cuando garantizó que iba a barrer a los ñoquis camporistas?

Los definió como “parásitos que están tomando el control del estado”. Hoy es el principal socio (y cómplice) de Máximo Kirchner, el comandante en jefe de la Orga.

Hoy, no solamente no barrió a ningún ñoqui. Se puso una fábrica de pastas con Máximo.

Hoy Sergio es más cristinista que Cristina. Massa es la bala da lata que tienen Cristina y Máximo. Vende humo. Pero solo algunos lo compran.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre