Ayer me conmovió el informe de Roberto Caferra. El tema hizo emocionar a todos. Y pensé que debíamos seguir denunciando este drama.
El cuarto gobierno kirchnerista y el justicialismo feudal de los últimos años, multiplicaron el hambre en toda la Argentina. Sus fracasos fueron muy profundos y a contramano de la justicia social con la que se llenan la boca. No son los únicos, por supuesto, pero si son los principales responsables porque gobernaron durante 40 años a través de 8 presidentes: Juan Domingo Perón, Héctor Cámpora, María Estela Martínez de Perón (a) Isabelita, Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner y Alberto Fernández. La verdad número 12 de las 20 que legó Perón decía claramente: “En la nueva Argentina, los únicos privilegiados, son los niños”.
Los resultados son tan lacerantes y horrorosos que podríamos decir que malversaron ese concepto. Porque hoy los únicos perjudicados son los niños. O para ser más precisos: no son los únicos, pero son los que más daño sufren con el hambre y la miseria.
Lo denuncia con toda contundencia el último informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica. El saldo nos hace correr frío por la espalda. Un tercio de los chicos argentinos sufre hambre y el 60% recibe comida del estado.
Y estamos hablando de un país que puede producir alimentos para 600 millones de personas que no hace mucho era conocido como “El granero del mundo”.
No hay peor catástrofe social que el hambre en los chicos. Quién muere de hambre o de desnutrición es víctima de un asesinato social. Son muertes absolutamente evitables. No caen del cielo como una tormenta o un terremoto. Son la construcción de la irresponsabilidad política de los gobernantes. Hay que ser muy inútil o muy insensible para permitir que haya chicos con la panza vacía en este país. Solo les interesa el clientelismo. Dar planes, tarjetas y asignaciones para tener agarrado del cogote a los que más sufren. Y ni que hablar de que la comida que les entregan, tengan los nutrientes adecuados y esenciales para la infancia como la leche, carne, frutas y verduras. ¿Se acuerda cuando Alberto convocó a la mesa del hambre? Fue una farsa. Fulbito para la tribuna. Intento de utilización política y búsqueda de rédito partidario. Soluciones, ninguna.
Estaban Estela Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Marcelo Tinelli, Narda Lepes, Antonio Aracre (si el mismo que fue eyectado del gobierno hace poco) y dirigentes sindicales del palo y empresarios que saltan por un bizcocho.
Y como si esto fuera poco, esos millones de chicos compatriotas además del hambre, sufren el hacinamiento, el no acceso a una red de agua potable, la falta de cloacas y el pésimo ejemplo de padres y abuelos que no trabajaron nunca. ¿Hay un drama más grave que este? ¿Qué prioridad le dio este gobierno a semejante horror?
Disculpe mi indignación pero con la vida de las personas no se juega. Y mucho menos con la vida de los chicos. La noticia es feroz y sin embargo, creo que no generó el suficiente escándalo moral. A todos los argentinos nos debería dar una profunda vergüenza. Y hacernos cargo. Estos datos crueles deberían hacernos poner de pie a todos. No podemos permitir que esto pase. Nos sobran tierras y capacidades para tener un país donde nadie sufra hambre y donde no haya pobreza. Es una bandera detrás de la cual deberíamos marchar todos.
Pero hacerlo con eficiencia y responsabilidad. Con capacidad de gestión y sin malversaciones ideológicas.
Vamos a hacer algo en serio. ¿O nos vamos a seguir peleando por boludeces?
¿Vamos a enfrentar al peor enemigo que tiene la Argentina entre todos? ¿Estamos dispuestos a poner lo máximo de nosotros para exterminar el hambre, la pobreza y la miseria?
Yo sé que los Kirchner ocultaron y negaron por años estas cifras horrorosas. Hay menos pobres que en Alemania llegó a decir Aníbal Fernández.
Un país, nuestro querido país no puede matar dos veces a sus hijos más pobres. Primero cuando los somete a semejante injusticia y luego cuando los ignora.
La patria está enferma de desnutrición infantil. Es una suerte de genocidio por goteo en la profundidad más cruel de nuestra Argentina más pobre.
Tenemos que evitar que los chicos más pobres se mueran por desnutrición o sean condenados de por vida a no tener el cerebro desarrollado en todas sus potencialidades. Eso es exclusión y marginación.
Una democracia debe igualar las posibilidades desde la cuna. Y combatir esta verdadera patología social, este escándalo ético que debería tener preocupados y ocupados a los gobernantes las 24 horas de todos los días.Semejante nivel de inequidad social es intolerable. Los irresponsables que deben hacerse responsables son los gobernantes.
Deberíamos pelear para lograr este piso mínimo de convivencia y civilización.
Para que nunca más ningún argentino sufra hambre o desnutrición. Es la tarea de las tareas. Son los cimientos de una sociedad de nuevo tipo. De ahí en adelante podemos discutir muchas cosas. Pero esto es indiscutible, ¿No le parece? Es un compromiso de honor, patriótico, y solidario.
Está científicamente comprobado que hay 1.000 días que son decisivos en la vida de todos. Son los que transcurren desde la gestación hasta los primeros dos años de vida del niño. En ese momento se configuran sus capacidades de aprendizaje y se diseña gran parte de su futuro. Ese es el momento de igualar las oportunidades para todos. De rodear al chico de los cuidados intensos que garanticen su crecimiento en armonía. De efectuar los controles médicos correspondientes. De monitorear su peso, las condiciones de higiene en las que se desenvuelve, las vacunas necesarias, el acompañamiento en su motivación. Es sembrar ciudadanía en la tierra que más lo necesita. Plantar humanismo y fortaleza de los lazos familiares para recoger jóvenes que estén más cerca de la cultura del esfuerzo en el estudio y el trabajo y mucho más lejos de la droga y la delincuencia.
Hambre cero. Desnutrición cero. Serrat a través del poema de Miguel Hernández nos sacude el alma cuando dice “en la cuna del hambre mi niño estaba/ con sangre de cebolla se amamantaba”.
Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre