Inseguridad para todos y todas

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Todo el tiempo estamos denunciando la pandemia de la inseguridad. Han crecido muy fuerte la cantidad y la ferocidad de los delitos. Pero muchas veces, se nos hacen callos en el alma y todo se transforma en un número de las estadísticas o en algo que no nos va a pasar a nosotros. Por eso quiero humanizar este drama con tres ejemplos que me estremecieron en los últimos días. Son tres esforzados laburantes que se ganan el pan con el sudor de su frente. Que se rompen el lomo para llevar, con dignidad, un peso a sus casas. Para parar la olla. No pretenden nada más.

Adrián Pocovi es un mecánico de 48 años. Tuvo que abandonar la carrera de ingeniería para darle una mano a su viejo en el taller. Viene trabajando día y noche y el manguito que le sobra lo invierte en herramientas y maquinarias para brindar un mejor servicio para sus clientes. Es conocido en su barrio, en Santa Fé. Alegre, siempre anda con su mameluco y sus manos con grasa, como corresponde. Le robaron varias veces. Ya están acostumbrados. Pero esta vez la cosa fue distinta. Llegó muy temprano al taller para tomar unos mates antes de empezar la jornada y habían arrancado la reja de la ventana. Por ahí entraron y le robaron todas sus herramientas y máquinas. Adrián estaba quebrado, desolado. Le llevó 27 años comprar las llaves inglesas, las pinzas, la amoladora, la motosierra o la pistola de impacto neumático. Y se quedó sin nada. Encima dijo que estaba agradecido porque su padre, que vive al lado, no salió de la casa porque lo hubieran asesinado.

Como una postal macabra de la Argentina que estamos viviendo, puso un cartel en la puerta que dice: “Compro mis herramientas robadas”. Sabe que la policía no va a hacer nada y que jamás las va a recuperar. Por eso dice que las quiere comprar él. Pero ni piensa en la pesadilla de que los mismos ladrones, se las vuelvan a robar. A ese compatriota honrado y esforzado, le cagaron la vida.

A Fernando Marino, directamente, le quitaron la vida. Tenía 28 años y convivía con quien era su noviecita hace 6 años. Se quedó sin trabajo en una empresa de medicina prepaga y estaba desesperado en medio de la cuarentena porque no conseguía nada. Le daba vergüenza pedirle una ayuda a su viejo al que tampoco le sobra nada. Viven con lo justo. El padre le prestó a Fernando una camionetita para que hiciera unas changas como repartidor de paquetes a domicilio. Hacía una semana que estaba en esa tarea. Frenó en una calle de Adrogué, para averiguar una dirección. Dos malditos motochorros le quisieron robar su mercadería y le pegaron un balazo en el pecho. Lo mataron y se fugaron sin llevarse nada. Solo la vida de Fernando. Hoy ya no está pero había terminado el secundario en una escuela de adultos y quería ir a la universidad. Quería progresar. Cumplir las leyes. Armar una familia.

Cristian Almarás es un colectivero, tan sacrificado como todos los colectiveros. Maneja un coche de la línea 324. En Florencio Varela, dos salvajes subieron y le robaron unos pocos pesos, el reloj y el celular. Pero no se fueron. Tal vez porque son sanguinarios o porque tenían la cabeza quemada por la droga, le cortaron un dedo con un cuchillo de carnicero. Porque si, nomás. De puro criminales que son.

Son solamente tres ejemplos pero son miles los casos de inseguridad brutal. En estos momentos se produce un robo cada tres minutos. Ahora un análisis político de la falta de política de seguridad que tiene este gobierno de los Fernández y el de Axel Kcillof, fundamentalmente.

Regla básica: Los delincuentes deben ser castigados y no importa si son civiles o uniformados, kirchneristas o macristas, argentinos o extranjeros.

Horacio Verbitisky, quedó congelado en los 70 cuando Montoneros asesinaba policías o militares porque eran los instrumentos de la represión oligárquica. Eugenio Zaffaroni se convirtió en un fundamentalista defensor de los ladrones y criminales porque, según piensa, todos son víctimas de la injusta sociedad capitalista. Ya han pasado muchos años y ya comprobamos que esa actitud es profundamente reaccionaria porque se pone siempre en el lugar de los victimarios y nunca en el lugar de las víctimas. Se auto engañan diciendo que lo hacen en defensa de los derechos humanos y en realidad violan los derechos humanos de los ciudadanos honrados y pacíficos que todos los días se esfuerzan para trabajar y estudiar. Y como si esto fuera poco, no comprenden que los más afectados son los sectores más humildes de la sociedad a los que dicen defender. Estos delirantes dicen que el tema de la inseguridad es una bandera de los ricos y de la derecha? ¿Se acuerda cuando Cristina decía eso?

Pregunto: ¿Eran millonarios, acaso los tres casos que le conté? Fernando, el repartidor, Adrián el mecánico y Cristian, el colectivero no merecen protección? ¿Los delincuentes que los atacaron, ¿No merecen castigo con todo el peso de la ley? Este gobierno liberó a 4.500 presos desde que comenzó la pandemia. Y no liberó más porque se armó un escándalo político y cacerolazos fuertísimos que frenaron ese despropósito presuntamente progre.

Todos los días las madres de la pobreza sufren al ver como a sus hijos les roban la mochila, las zapatillas, les cobran peaje o los suman al narco menudeo. En el gobierno anterior, cada vez que la gendarmería iba a los barrios con más exclusión social eran aplaudidos. Les rogaban que no se fueran. Cada vez que destruían un bunker de los narcos, eran ovacionados. Verbitsky, Zaffaroni ven un gendarme y todavía ven un represor de la dictadura de Videla.
Algún gatillo fácil o mal policía hay, y por supuesto, debe pagar por lo que hizo. Pero hay decenas de policías que actuaron bien y se pasan años presos y pierden su trabajo y su familia. Atrasa 30 años y es nefasta esa idea de que en cada uniformado hay una represor y que en cada delincuente una pobre víctima del capitalismo.

La política de seguridad debe ser democrática, eficiente y debe medirse por resultados. Hay una ancha avenida del medio cargada de racionalidad y profesionalismo entre los extremos de Bolsonaro y Zaffaroni. Entre Sergio Berni y Sabina Fréderic. El policía debe ser capacitado, educado, bien armado con la última tecnología, formado en derechos humanos pero con una actitud firme de defensa de la sociedad. Hay que valorarlos y respetarlos. Hay que proteger a los que nos protegen a nosotros.

Es triste recordar que el cristinismo tuvo una relación inmejorable con los que han cometido delitos. No es casual que en las últimas elecciones hayan sacado casi el 75% de los votos en las cárceles. Había fiesta entre las rejas. Los internos ya tienen experiencia de lo que fue el Vatayón Militante que permitía salir a los detenidos para ir a actos, presuntamente culturales.

El relator del relato que volvió también recargado, Víctor Hugo Morales le escribió el prólogo al libro del Luis Vitette Sellanes el jefe del robo del siglo en el banco Río. En ese texto, sin que se le caiga la cara de vergüenza, Víctor Hugo hace inmorales reflexiones donde pone al malandra casi como si fuera un Robin Hood moderno porque “cada uno combate a la sociedad capitalista como puede”. ¿Qué diría Víctor Hugo si Vittete siguiendo sus consejos, le desvalija su lujoso departamento de Nueva York? ¿Será generoso con el bolsillo ajeno?
Guillermo Moreno se hizo más tristemente célebre con aquel video, tenebroso donde le aconsejaba a los que querían vivir de lo ajeno que lo hicieran, pero que tuvieran códigos de no lastimar y quebrarle la cadera a una pobre jubilada.

El que les facilita su actividad a los delincuentes, es cómplice. Todo lo contrario, los pistoleros y estafadores deben saber que no es gratis delinquir y que los costos deben ser mucho más altos que los beneficios de robar en un negocio o afanar una empresa. Estoy absolutamente convencido que la seguridad democrática es un derecho humano. Vivir, trabajar y estudiar en paz y tranquilidad con nuestras familias y defender la vida, es un reclamo justo y profundamente democrático y republicano.

Estoy seguro que los más perjudicados por la inseguridad son los argentinos más humildes que no tienen recursos para tener rejas, alarmas, o vidrios polarizados en autos que tampoco tienen. Zaffaroni es el gran responsable de la llamada “puerta giratoria”, donde muchas veces, un ladrón o un asesino sale en libertad a la velocidad de la luz.
Necesitamos una policía de manos limpias y de mano justa, no de mano dura y tampoco de brazos caídos.

¿Se acuerda de Aníbal Fernández, cuando no, que rompió el boludómetro y dijo que era una mera sensación térmica? ¿O que Argentina era un país de paso de los narcos? Hay que alertar. Para “vivir sin miedo y no convivir con el miedo”. El miedo es el peor veneno de una sociedad y de un individuo. Siempre el pánico nos saca lo peor de nosotros.

Hay que ser duro con los delitos duros y duro con las causas que llevaron a esa persona a delinquir? Pero mientras tanto hay que proteger la vida de la gente. Sin Zaffaronis ni Bolsonaros. Para frenar la pandemia de inseguridad. Para que no haya impunidad para todos y todas.

Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre.